Hoy, cuando algunos esclavos del dinero nos llaman a olvidar la historia, una frase de Francisco Vicente Aguilera cala hondo en nuestros corazones: “Nada tengo mientras no tenga Patria”.

Bayamo lo vio nacer, y su niñez y juventud se desarrollaron en el seno de una de las familias más ricas de Oriente. A pesar de su gran caudal e inmensa fortuna, Vicente Aguilera, inmortalizó su nombre en la historia debido a su altura moral y su apego a la causa independentista.

Desde temprana edad abrazó los ideales de emancipación, por lo cual apoyó, desde el primer momento, el alzamiento del 10 de octubre de 1868. Apenas siete días después, secundó la insurrección desde su hacienda Santa Ana de Cayojo.

En la manigua mambisa obtuvo los grados de Mayor General, Lugarteniente General de Oriente, Secretario de Guerra y Vicepresidente de la República en Armas, cargo con el que partió de Cuba, en 1871, hacia Estados Unidos, encargado de eliminar las pugnas de los emigrados y reunir recursos y armas para la lucha. Después de viajes a Europa e intentos infructuosos de regresar a la Isla, es sorprendido por la muerte en Nueva York.

Francisco Vicente Aguilera, conocido también como el peregrino de la Patria, sacrificó todos sus bienes en nombre de la libertad. Junto a Céspedes, Perucho Figueredo y otros patriotas insignes, se convirtió en uno de los padres fundadores de nuestra nación.

En el año de su bicentenario es recordado por su pueblo. Cuba no olvida la grandeza del patricio bayamés, sobre el que Manuel Sanguily escribiera: “No sé si haya una vida superior a la suya, ni hombre alguno que haya depositado en los cimientos de su país más energía moral, más sustancia propia, más privaciones a su familia adorada, ni más afanes ni tormentos del alma”.