Un cubano, aún en la adolescencia, tras una estancia de varios meses en el infierno del presidio en Cuba, va también camino del destierro. Esta experiencia consumió los veintiséis años restantes de su breve vida, la cual entregó a la noble pasión de la libertad.

Después del regreso de su primera expatriación se vincula inmediatamente a labores conspirativas. Pronunció varios discursos en lugares públicos y actos, a pesar de la presencia de altos jefes españoles en el lugar. Posteriormente, el Comité Revolucionario Cubano de Nueva York, lo nombra subdelegado en la Isla.

Figuró entre los organizadores de la Guerra Chiquita, hasta que finalmente es detenido debido a su efervescente vínculo con el movimiento revolucionario cubano. Fue deportado por segunda vez a España el 25 de septiembre de 1878.

Aun en la distancia, José Martí, no vaciló en ponerse al servicio de la felicidad de la patria, y del exilio extrajo la inspiración con que puso nuevamente en pie de guerra a todo un pueblo.

El Apóstol no descuidó nunca el lado patriótico de su vida, mas su estadía en Madrid le sirvió para abrirse camino en el mundo intelectual, culminar sus estudios e intensificar su trabajo en el exterior de Cuba, con el propósito de aunar las fuerzas independentistas y preparar la guerra necesaria.

Las circunstancias vividas le permitieron aclarar sus objetivos de lucha, pulir la pulcritud de sus razonamientos y discernir los cambios que quería para Las Américas y para su Patria. Acerca de ello, el intelectual cubano Cintio Vitier señaló: “Madrid le dio, en medio de tantos dolores físicos y morales la animación de su vida y el tesoro de sus museos y bibliotecas (…) allí se identificó con el pueblo rebelde en defensa de la República”.¹

Referencias:

¹ Cintio Vitier, A cien años de Martí, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1997.