Varela: entre el patriotismo y la religión
«Son muchas estas máscaras, pero yo me contraeré a considerar las principales, que son el patriotismo y la religión: objetos respetables, que profanados, sirven de velo para encubrir las intenciones más bajas, y aún los crímenes más vergonzosos».
Félix Varela y Morales. «Máscaras políticas»
La conciencia de la nacionalidad cubana surge como resultado de una serie de movimientos y transformaciones revolucionarias a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. La emancipación de cercanos territorios (Haití y Norteamérica) de sus respectivas colonias, así como la aún fortísima influencia de la Revolución Francesa, condicionaron de manera irreversible la manifestación de un sentimiento criollo, nacionalista y eminentemente cubano.
Lo que comenzó como irreverencia ante el colonialismo habría de evolucionar a posiciones separatistas que, desde el factor económico, una naciente burguesía autóctona abogaba por implantar ante un régimen decadente y en crisis por toda América.
Es así que el entramado de intelectuales y pensadores de entonces fueron capaces —desde las diversas disciplinas que ocupaban— de traducir el fenómeno en la mejor definición de nacionalidad. Y así se construyó Cuba: primero desde el pensamiento y, más tarde, en la obra.
Uno de los precursores más influyentes en esta corriente de ideas fue sin dudas el presbítero Félix Varela. Probablemente la figura intelectual más determinante del siglo XIX cubano. Sacerdote, filósofo y diputado a Cortes, su obra sentó las bases del pensamiento reformista y —posteriormente— independentista que marcaría el destino de la isla.
Félix Varela y Morales nació en la Habana el 20 de noviembre de 1788. Estudió Latín, Filosofía y Humanidades en el Seminario de San Carlos. De la Universidad de la Habana recibe la titulación de Bachiller en Filosofía y Artes y Bachiller en Teología. En esta prestigiosa institución también alcanzó la licenciatura en Filosofía. Poco después (1811) ocuparía la cátedra de Filosofía del Seminario donde antes ejerciera su mentor, el eminente pensador José Agustín Caballero.Años más tarde (1820), se encargaría igualmente de la Cátedra de Constitución Española.
Las reformas en la enseñanza filosófica iniciadas por Caballero fueron continuadas por Varela con una profunda visión renovadora. Adoptó una orientación nacionalista, suprimió el uso del latín en la enseñanza e introdujo el estudio de la ciencia moderna y la filosofía ecléctica.Arremetió contra la más rancia corriente escolástica y puso su empeño en armonizar sus profundos sentimientos religiosos con las innovaciones científicas y filosóficas de su tiempo.
Sin embargo, lo verdaderamente revelador en el quehacer pedagógico de Varela era su método, que consistía en hacer que sus alumnos pensaran y no aceptaran ninguna verdad sin antes haber razonado, observado y reflexionado. Esto constituyó una revolución en el campo de la educación. José de la Luz y Caballero diría al respecto: «Mientras se piense en Cuba, se pensará con respeto y veneración en el primero que nos enseñó a pensar».Fue así que bajo su tutela se formó una joven generación que habría de impactar vigorosamente en el futuro de la isla.
En 1821 fue elegido diputado a Cortes y llevó a España un proyecto de carácter reformista que centraba su propuesta en la necesidad de abolir la esclavitud y dotar a Cuba de un régimen autonómico. Pero el regreso al absolutismo monárquico frustraría esta campaña y lo condenaría a muerte. Razón por la cual escapó a Estados Unidos, donde proclamó que la única solución para la isla era la independencia. Desde entonces sostuvo sus ideas políticas desde las páginas de El Habanero, periódico fundado por él; y colaboró en otras tantas publicaciones de amigos y compatriotas hasta el fin de sus días. Murió en febrero de 1853 en San Agustín, Florida. Sus cenizas descansan hoy en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.
La obra de Varela, entre acciones y palabras, es vasta como el alcance de sus ideas y no alcanza cuartillas para recogerla en toda su extensión. La significación de su figura en la vida religiosa, intelectual y política de Cuba es innegable. Desde cualquiera de estas aristas se movió su pensamiento inquieto y profundo hacia un futuro que solo pocos como él habrían de avizorar.

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