¡Ojalá todas las niñas puedan tener padres como el de Aleidita y el mío!
Generalmente las hijas idolatramos a nuestros padres, los glorificamos y sentimos hacia ellos una conexión muy especial. Al referirnos a nuestros papás narramos una especie de cuento de hadas donde son ellos los mayores héroes, los caballeros, los poseedores de todas las virtudes del universo. Lo confieso, soy la primera que se expresa de esa forma acerca del mío, nunca dejaré de hacerlo. Nadie como papá para transmitir valores y ser el mejor ejemplo a seguir. No puedo estar más orgullosa del mío, todo o casi todo se lo debo a él.
A mi padre también le debo el patriotismo, la bondad, el amor y el respeto a nuestros mártires, el antojo por todo lo relacionado con Ernesto Guevara de la Serna, desde un libro magistral hasta una simple camiseta, o participar en todo cuanto pueda referente al Guerrillero Heroico.
Hace pocos días pude asistir a la presentación del texto «Che y la medicina» por una de sus hijas, Aleidita, compiladora de dicha obra, y al oírla hablar de su padre como médico, soldado y progenitor, mi lado sensible no pudo dejar de asociar sus sentimientos de hija con los míos. Fue ese un momento donde confluyeron para mí dos grandes pasiones: mi padre y mi Che.
Qué simbólico me resultó presenciar a la hija del Guerrillero Heroico hablando de su papá en el mes de los padres, y es que junio grita Che por todas partes.
Aleida Guevara, doctora, pediatra, se refirió, además, al Che médico; ese que tuvo que escoger entre una caja de balas y una mochila de medicamentos, quien en dichas circunstancias se decidió por la caja de balas, pero nunca dejó de pensar y actuar como galeno, resaltando que «no importa el sacrificio que conlleve, nuestro deber más sagrado es salvar la vida de los demás».
Qué placer escuchar acerca de ese lado tan humano de Ernesto Guevara, desmitificar al héroe, sentirlo aún más cerca, y con ello admirarlo más.
«Hablas de mi papá en presente como si fuera a entrar por esa puerta», expresó Aleida Guevara March a su tío Fidel Castro, a lo que este respondió: «es que él está presente, así lo siento». Y de esa manera ha sentido Aleidita a su padre siempre, a su lado, caminado junto a ella, testigo de cada una de sus hazañas, de sus virtudes, de la profesión que escogió, de su decoro.
Y en medio de esa actividad ―de las que disfruto― relacionada con el héroe que tanto admiro, reafirmé que Aleida Guevara y yo nacimos afortunadas, con padres que nos enseñaron a «sentir en los más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo».
Desde pionera hasta hoy siempre he querido ser como el Che y como mi padre, desde que tengo uso de razón. Salvando las distancias son ellos mi luz, mi faro, mi sensibilidad y mi fuerza.
¡Ojalá todas las niñas puedan tener padres como el de Aleidita y el mío!
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