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Los estudios sobre la familia Maceo-Grajales casi siempre se encuentran fragmentados, en el entendimiento de que, por lo general, han aparecido escritos sobre varios miembros de «la tribu heroica» de manera independiente, es decir, como biografías individuales.

 

Lógicamente, sobre Antonio Maceo se ha publicado la mayor cantidad de esos textos biográficos, así como otros contentivos de diversas aproximaciones al accionar y el pensamiento del Héroe de Baraguá.

 

En menor medida han aparecido ensayos sobre José Maceo y Mariana Grajales, mientras que del resto de los hermanos y demás familiares no se disponía —hasta la llegada de este libro de la doctora Damaris Amparo Torres Elers— de otra información que la que se brindaba como parte de esos materiales en torno a Antonio, José y Mariana, o a través de pequeños e incompletos esbozos, muy escasos por cierto.

 

De tal suerte, estas páginas que llegan a los lectores gracias a la rigurosa investigación de Damaris Torres, constituyen un momento importante en los estudios maceícos, toda vez que se presenta la trayectoria vital de cada uno de los hermanos del Titán de Bronce, sus cuñadas y cuñados, así como del único hijo del Héroe de Baraguá. Hasta donde conozco, no existía un texto que brindara cuadro tan completo de esta paradigmática familia, ni que poseyera la acuciosidad que aquí se logra.

Para entender este libro, basta con analizar un hecho en particular, y el resto de las páginas —lo confieso—, solo sería una reiteración, una especie de “déjà vu”, de algo que se repite y se repite, aunque cambie de idioma, de país, y hasta de gobierno.

La Revolución comienza ahora, nacida de la pluma de Georgina Leyva Pagán. El volumen, bajo el sello de la Casa Editorial Verde Olivo, ofrece al público lector un recuento histórico orientado por el Líder Histórico a la autora.

Armado con una prosa sincera y limpia, el texto constituye un viaje indispensable por los primeros días del triunfo. Esta Revolución comienza, se renueva y vence todos los días.

En octubre de 1868, cuando Bayamo se convirtió en la primera ciudad libre de Cuba, Perucho reprodujo de memoria, a solicitud de la entusiasta multitud, aquellos versos que fueron pasando de mano en mano y que, tiempo después, reconoceríamos como nuestro Himno Nacional.

Muchos lo habían escuchado alguna vez por la radio clandestina, lo habían visto en fotos con su barba, espejuelos grandes y fusil con mirilla telescópica, pero todos querían conocerlo personalmente, aunque fuera a distancia. Y este momento se acercaba al oír de boca en boca la noticia de que Fidel, con su Columna No. 1 José Martí, estaba próximo a la ciudad, y que de un momento a otro entraría en ella. La Caravana de la Libertad causaba grandes expectativas entre la población que se aglutinaba en calles, avenidas y plazas, entre ellas el parque Serafín Sánchez. El día era frío, la temperatura bajaba más de la tarde a la noche, y una llovizna fina, de tipo invernal, golpeaba a quienes aguardábamos el instante de la llegada.

Hay quienes hacen, en determinado momento, un aporte valioso a la sociedad en uno u otro campo, y por diversas razones no vuelven a destacarse en el resto de su vida, lo que no resta méritos a la contribución realizada. Otros, en cambio, son capaces de marchar a la vanguardia durante largos años, hasta que viejos o enfermos el cansancio los vence, sin que por ello dejen de merecer el respeto y la consideración de todos.

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