El humor de Camilo (II)
«Menos mal que existen
los que no tienen nada que perder,
ni siquiera la muerte».
Silvio Rodríguez
(«Todo el mundo tiene su Moncada»)
Manuel Bravo tuvo el privilegio de estar cerca de Camilo, y relataba que el comandante era ocurrente, jaranero, le «corría una máquina»1 a cualquiera, de forma sana. No podía uno disgustarse con él porque no tenía ni pizca de maldad, era un tipo entero, de una sola pieza.
Contaba Bravo que una vez, mientras la Columna 8 «Antonio Maceo» operaba en la zona montañosa del centro del país, durante la invasión al occidente de la isla, la tropa liderada por Camilo se reunió a conversar en un momento de ocio.
Se debatieron muchos temas. El comandante rebelde advirtió que un hombre escuchaba embelesado, como si aquello fuese algo de otro mundo, y entonces se le iluminó la cara como solo él sabía iluminarla.
- Bueno, bueno, compañeros –dijo Camilo–, a mí lo que más me preocupa ahora es qué vamos a hacer con el submarino que me manda Fidel desde la Sierra Maestra, porque yo no sé para qué sirve eso aquí en las lomas de Yaguajay.
Todos quedaron en silencio, a la expectativa, y el hombre aquel abrió los ojos a más no poder.
- Sí, hay que traerlo –siguió Camilo– porque si Fidel lo manda para algo tiene que servir. Así que en cuanto llegue, usted –se dirigió al hombre– tiene la responsabilidad de subirlo hasta acá arriba y ya veremos en qué lo usamos. Pero usted lo trae, ¿no es así?
Y el hombre, sin salir del asombro, asentía una y otra vez con la cabeza.
El Che evocaba otra anécdota, de cuando Camilo era subordinado suyo en la Sierra Maestra.
A uno de los campesinos que allí colaboraban con la guerrilla, uno de esos héroes anónimos, magnífico ser humano, Camilo le había puesto un apodo.
Cierto día, el guajiro fue a ver al comandante Guevara, jefe de la columna, para darle las quejas. Dijo que a él nadie tenía derecho a insultarlo, que él no era ningún «ventrílogo» 2
El Che no entendió. Fue a hablar con el acusado para que le explicase.
Y resultó que Camilo miraba al campesino con aire tan despectivo, infame, cuando lo llamaba «ventrílocuo», que aquel lo interpretaba cual un agravio terrible.
Así era el comandante Cienfuegos.
Parodiando un conocido proverbio, Camilo, héroe de mil hazañas, cubano reyoyo 3, demostró con su vida que «Lo alegre no quita lo valiente». Todo lo contrario.
El humor es nuestra arma secreta, recurso de probada eficacia, parte del ADN de los nacidos en esta isla del Caribe donde tampoco escasea el coraje.
Notas del autor:
1- Correr una máquina: decir algo en broma a alguien, aparentando que es cierto.
2-Ventrílogo: deformación de «ventrílocuo»: persona capaz de hablar sin mover la boca ni los labios, como si la voz saliera del vientre.
3-Reyoyo o rellollo: aplicado a la voz «criollo», designó al cubano que no descendía de extranjeros en primera generación, o sea, al cubano hijo de cubanos. Hoy, «criollo reyoyo» o «cubano reyoyo», equivalen a los superlativos criollísimo o cubanísimo, respectivamente. (Argelio Santiesteban, El habla popular cubana de hoy, págs. 429 y 432, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985)
Fuentes:
1-Cabrera Álvarez, Guillermo. Camilo Cienfuegos. El hombre de mil anécdotas. Editora Política. La Habana. 1989.
2-Ecured. Camilo Cienfuegos Gorriarán.
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