Cuba por la paz, contra la guerra psicológica

29 de Febrero de 2024

«La Revolución está acosada, asediada, por una jauría que apuesta al estallido».

Miguel Díaz-Canel Bermúdez

 

16 de junio 2022.

 

 

El terrorismo, según los manuales de las Fuerzas Armadas de EE.UU., es el «uso calculado de violencia ilegal o la amenaza de usarla, para inocular miedo, con la intención de coaccionar o intimidar gobiernos o sociedades, en la persecución de objetivos generalmente políticos, ideológicos o religiosos» 1.

 

Debería considerarse terrorismo el uso intensivo de la mentira y la desinformación para promover escenarios de inestabilidad. Pero si no se desea pecar de exagerados, hay un concepto que se ajusta de forma exacta a los métodos que se emplean hoy contra Cuba, en los planos de la información y la comunicación social y política.

 

La subversión, comprendida como el esfuerzo para quebrar un orden de cosas, incluye la ejecución de acciones psicológicas 2, definidas como el «empleo de acciones letales y no letales, planificadas, coordinadas y conducidas para producir un efecto psicológico en una audiencia objetivo». Con esta metodología se relacionan las operaciones psicológicas (PSYOPS) y la guerra psicológica (PSYWAR) y un concepto más reciente, que resume la conversión de cada mente humana en un campo de batalla, como signo de la guerra en el siglo XXI: la guerra cognitiva.

 

La doctrina estadounidense para la Guerra no Convencional, establece que uno de los elementos que asegura la transición a fases superiores en el esfuerzo por derrocar un Gobierno adverso, partiendo de una etapa de desobediencia civil, es la expansión de la violencia, para lo cual es esencial, diseminar la desorganización social y el miedo

 

En este esfuerzo, resultan útiles la histeria, el temor, la zozobra, la incertidumbre y cualquier estado social negativo, que contribuya a la inestabilidad social, gestionando de manera multidimensional un pretendido caos sistémico.

 

Para nuestra isla rebelde, el efecto combinado de la situación real, compleja y desagradable, con la cámara de resonancia que constituyen las redes digitales de internet, algorítmicamente polarizantes y diseñadas para posicionar emociones más que certezas, está ocasionando un estado psicológico negativo que nuestros adversarios aprovechan e incentivan, aunque son en gran medida responsables de su existencia.

 

El efecto de la guerra psicológica contra Cuba es evidente.

 

La sociedad moderna, interconectada y acelerada; globalizada y permanentemente influida por un esfuerzo homogeneizador, que busca instalar en la mente humana los mismos códigos de superconsumo y obediencia al mercado, se confirma ya como una masa que reacciona más efectivamente a los impulsos irracionales-emotivos, que a realidades objetivas explicadas con códigos menos «carnales».

 

En resumen, sobre nosotros y entre nosotros, en las carreteras de la información que no controlamos, ni gestionamos (entiéndase que los servidores de Facebook están en Silicon Valley, California y no en La Habana), está desplegada una maquinaria de guerra psicológica que lleva al nivel individual la agresión informacional, hiriendo nuestra soberanía allí donde es más dañino para el futuro de la nación y a la vez, menos visible: la mente de cada cubano.

 

Bien debe pensarse en los objetivos y el alcance de esta estrategia, que tiene en su esencia el ejercicio de la hegemonía tecnológica y comunicacional, y nuestra capacidad(o no) para reaccionar a esta. Pudiera pensarse que el objetivo final es sacar a la gente a las calles, para revivir recientes escenarios de disputa social, como si con eso fuera suficiente para derrocar un sistema político ganado a golpe de sangre y con las armas, y apoyado por la mayoría del pueblo cubano.

 

Es muy posible que mientras golpeamos el «rastro del majá», como dijera hace poco un amigo en las redes, nuestros enemigos estén buscado como objetivo estratégico la modificación de la mente y la conducta de los habitantes de la Isla, para que puedan aceptar apaciblemente, la implantación de un orden nacional de sometimiento, castrando la garantía histórica de nuestra independencia: la rebeldía de los habitantes de este archipiélago, o utilizando esa cualidad, contra nosotros mismos.

 

Y ese quizás, más que ningún otro, es el objetivo de la guerra psicológica que resistimos. Se gestionan nuestros miedos, insatisfacciones y descontentos; se exacerban las diferencias por cualquier causa, dentro de las filas de nuestro consenso nacional; se degradan los símbolos sagrados y se colocan otros, para que no solamente olvidemos quienes somos sino, sobre todo y más que todo, quienes queremos llegar a ser.

 

El plan al que obedece nuestro enemigo sigue siendo el mismo de dividirnos, enconarnos y ahogarnos. Las herramientas con que cuenta ahora para ello son potencialmente superiores y no hemos entendido en toda su complejidad esta diferencia de contexto.

 

Durante años intentaron hacer llegar una radio y televisión agresoras que nuestra creatividad logró interferir con efectividad. El mensaje subversivo se quedaba así sin más portadores que los rumores, las «bolas» y las escasas vías de acceder a las audiencias nacionales. Esa realidad ya no existe.

 

A la velocidad de las frecuencias de 4ta generación, los mensajes subversivos se difunden exponencialmente sin límites de tiempo ni espacio. Facebook solo tiene que sugerir, y usted no tiene ni que aceptar la sugerencia para ser poseído por esta. Con solo pasar el dedo, usted ha recibido el mensaje.

 

Subestimar la capacidad acumulativa de esta estrategia de comunicación de masas sería un gran error. Contra una misma audiencia, con el paso del tiempo, este procedimiento trae catastróficas consecuencias. Quien lo haya visto suceder, que dé fe de ello.

 

Es hora de repensarlo todo. No estamos enfrentando a un enemigo frontal de líneas definidas, ni bajo las leyes de la guerra. Nuestro enemigo y nosotros tenemos delante el mismo escenario: el oído atento de nuestras audiencias. Donde unos buscan sembrar el caos, otros intentan mantener el orden. Entender lo anterior es un gran remedio contra vanidades de las redes que gustan de coleccionar «likes» y corazones, dentro de las burbujas de confort personalizadas que el metaverso nos reserva a todos, para que perdamos la conciencia de lo que no vemos.

 

Es imprescindible negar audiencias al mensaje subversivo. El internet no es un caballo desbocado. Experiencias como las de Rusia y China, ofrecen ejemplos efectivos de ejercicio de la soberanía en el ciberespacio y otros lugares donde ello ha faltado, muestran las consecuencias de dejar sin bridas el cabalgar nefasto de las aplicaciones de Zuckerberg, Dorseyo Musk. ¿Extremo? Les aseguro que es ínfimo si se compara con las consecuencias de no hacerlo.

 

Tampoco se pueden escatimar esfuerzos en la creación de una nueva realidad comunicacional a nivel nacional, que rompa con todos los esquemas anteriores, y que pueda confrontar y disputar las capacidades siempre superiores y crecientes de nuestros adversarios.

 

Todo esto y más, era para ayer. La guerra es hoy. Tengo la certeza de que venceremos.

 

Referencias.

 

1. Ver JP 1.02 «Diccionario de términos militares y asociados del Departamento de Defensa» de EEUU.

2. Ver Publicación de Técnicas del Ejército ATP 3.05-1 “Guerra no Convencional”.

Comentarios

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