La Habana
“Habana, porque tu perfume tan extraño me apasiona”. Estas palabras de Fito Páez, músico argentino, a la capital de los cubanos evoca la intensidad que despierta la Mayor de las Antillas. Sobre todo su corazón, la llamada Habana Vieja, dueña y señora de un encanto y un ambiente único que se siente, aún más, cuando nos asomamos al balcón que mira al océano de su Malecón.
A La Habana solo se la puede querer con intensidad y a primera vista. Todo se lo ofrece al que se asoma a su alma. Los habaneros improvisan un fandango, una conga...
Se observan acotada por un coqueto entramado de callejas empedradas y plazas: la Plaza de Armas, la más antigua; la de la Catedral, a apenas unas cuadras, rodeada de mansiones del XVIII, y la de San Francisco y la Plaza Vieja.
Muchas de sus fachadas coloniales, sus caserones de galerías porticadas, balaustradas y columnas, además sus patios casi sevillanos se han remozado para la celebración, aunque siguen conservando ese aire deliciosamente viejo.
El Malecón, ese balcón al Océano de cinco kilómetros de largo, invita a sentarse a refrescar el calor, conversar de todos los tópicos inimaginables o a las parejas jurarse amor eterno.
Esa es nuestra Habana, legendaria y llena de historia.
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