El Cuate

28 de Noviembre de 2022

El Cuate. Foto: Archivo de la Casa Editorial Verde Olivo.

 

Todos los años, como si se tratara de una peregrinación sagrada, Antonio del Conde Pontones, mexicano nacido en Estados Unidos, viaja a Cuba, para él, la Patria de su corazón, aunque es un hombre universal.

 

El encuentro con Fidel Castro Ruz en el mostrador de su tienda de armas, en la ciudad de México, en julio de 1955, lo perpetuó como un hombre de la Revolución. Hoy muestra las mismas energías de entonces. De ello da fe en la entrevista que gustoso me concediera, en La Habana.

 

Pocos cubanos identifican al mexicano Antonio del Conde Pontones; sin embargo, muchos lo conocen como El Cuate. ¿Siendo una misma persona, por qué predominó este calificativo?

 

—En un movimiento clandestino tienes un sobrenombre para que no conozcan tu verdadera identidad. Utilizaba mucho la palabra cuate; término muy común en México. Fidel me puso como apodo: El Cuate para que fuese reconocido o identificado por él y los compañeros, especialmente por Juan Manuel Márquez.

 

“Fidel, siempre no podía entrevistarse conmigo, me presentó a Juan Manuel como su segundo hermano; fue el primero que me hizo entrever lo que significaba Cuba y por lo que luchaban. Entonces quise participar con más vehemencia en la liberación de su Patria”.

 

 

Cuando Fidel contactó con usted por primera vez en la armería, ¿tenía alguna noción de la situación de Cuba y de los sucesos del Moncada?

 

 

—No sabía de Cuba, ni del cuartel Moncada, ni de Fidel. Las noticias en aquella época no se divulgaban como ahora.

 

 

Fidel al estrechar relación con usted, ¿le explicó la historia del Moncada, la Revolución y la situación del país?

 

 

—Al principio no. Él quería practicar el tiro y la cacería. Le dije que esta última no porque demandaba de muchos permisos; que sí lo ayudaría en la práctica de tiro, le facilitaría las armas, los cartuchos y los lugares indicados para efectuarla. Sin embargo, nunca me comentó de qué se trataba.

 

¿Cuándo estuvo consciente de que estaba ayudando a un movimiento revolucionario?

 

 

—No lo puedo decir porque no lo recuerdo. Primero me presentó a Juan Manuel, luego a Jesús Reyes García, Chuchú. Fue un proceso que para él era muy delicado, pues realmente no sabía quién yo era. Chuchú garantizó con su vida, que yo era honrado. Eso se lo debo a él.

 

 

 Cuate, lo vi llorar en Mi Ranchito al recordar el momento en que Fidel le hizo saber que no venía en el Granma. ¿Qué signifi có eso para usted?

 

—Me quedé sin habla. Fui a informarle a Fidel detalles del embarque y entonces me comunicó que no iría. Me impactó, porque el barco era mío, lo conocía y lo quería, era parte de mí.

 

“Entonces, fui a ver a Chuchú; era el único con el que podía comentar el hecho, creo que lo sabía o se imaginaba la situación; pero no me dijo nada. Con la mayor entereza, me puse a trabajar en los últimos detalles, pero con más cuidado y precaución”.

 

¿Las autoridades mexicanas sospecharon de usted en alguna ocasión?

 

—Sí, me detuvieron en El Pocito porque tenían una prueba. Un fusil salió con el nombre de la armería. Un descuido imperdonable.

 

 

¿Lo torturaron? ¿Qué tiempo estuvo en El Pocito?

 

—Estuve diez días. No me hicieron nada, no podían porque todos me conocían.

 

Cuando triunfa la Revolución guardaba usted prisión en la cárcel de mediana seguridad de Texarkana. ¿Hubo contactos del Gobierno cubano con usted o fue una sorpresa la solicitud de Fidel de que lo liberaran?

 

—La noticia salió en la prensa. El sacerdote católico de la cárcel me llevó el periódico, ahí lo guardo de recuerdo, se anunciaba que Fidel había triunfado. Lo único que le dije fue: “¡Mañana me voy!” “¡Mañana salgo!”, eso era lo que tenía pensado.

 

“No salí al día siguiente porque fue un proceso. Fidel viajó a Estados Unidos y de regreso paró en Houston para tratar de verme. No fue posible. Salí el último día de mayo”.

 

Pero tuvo siempre fe en que Fidel y la Revolución no lo iban a abandonar.

 

—Estaba seguro de que Fidel triunfaría. Había hecho todo lo posible a partir de la salida del yate Granma, porque lograra la victoria en la Sierra Maestra. Me acuerdo de que una vez después del 1.o de enero de 1959, Raúl me presentó a unos compañeros y aseveró: “¡Este es uno de los locos que creía que íbamos a ganar la guerra!”.

 

¿No cree usted que fue una locura embarcar a ochenta y dos hombres en un yate en el que apenas cabían doce?

 

—Mira, probé exhaustivamente el yate. Lo compré para usarlo. Era una embarcación fi na. Entrando a las escolleras, muchas veces, con mal tiempo, lo metí en el agua. Los dos motores, potentes, respondían. Y esa experiencia se la transmití a Fidel. Le decía: “Señor estuve en las escolleras con las olas encima y el yate respondió”. Él sabía que el yate llegaba.

 

Pero la expedición fue una gran aventura. Contaba el Che que ya navegando, le preguntó a Raúl: “¿Y cuándo llegamos al barco principal?” Porque pensó que en aquel no se podía llegar y añadió: “Esto es una gran locura”.

 

—Fidel tenía conocimiento de expediciones para Santo Domingo, Colombia. Aunque no subió al barco porque estaba fuera del agua, calculó rápidamente que cabían bastantes personas. Y no sé cómo, pero acomodé a los 76 compañeros, acuérdate que fueron 82, cuatro en el puente, el capitán y los tres timoneles, Chuchú abajo y Fidel fue el último.

 

Cuando el yate salió, todavía Fidel y los revolucionarios no le habían pagado el yate a usted. ¿Tuvo confianza en que se le pagaría alguna vez? ¿Estaba convencido de que la Revolución iba a triunfar?

—Sabía que Fidel obtendría la victoria. Tenía tanta seguridad y te la impregnaba; hay una expresión mexicana “[…] me compró […]”. Él me compró, y realmente yo lo seguía. Se fue debiéndome diez mil dólares. Me dijo textualmente que prefería deberme a mí, pero debía llevar dinero para pagarles a los guajiros. Yo acepté.

 

Cuando triunfó la Revolución, ¿le pagaron?

 

—Sí; lo primero que hicieron cuando llegué a Cuba fue pagarme. Fidel lo ordenó.

 

Usted que es un hombre tan católico, ¿qué sintió cuando conoció que la Revolución tomaba un rumbo socialista?

 

—La diferencia con mi religión la tuve antes. Mi religión me excomulgó, me dio a escoger, la revolución o ella, pero escogí la revolución porque me había comprometido. En segundo lugar,
existía una mala interpretación del proyecto social. Nuestro señor Jesucristo fue comunista, fue el primer comunista hace dos mil años. Mi religión me traicionó en México; me botó.

 

La idea de nombrarlo al frente de la fábrica de armas de Manicaragua fue de Fidel o del Che.

 

—De Fidel. Me dijo: “[…] quiero que pongas una fábrica de municiones”. Te voy a contar algo: Tuve que ir a visitar una fábrica en Checoslovaquia. Siempre me sentaba cerca de Fidel, del otro lado de la mesa, y llegó Raúl. Habló con él y luego se dirigió a mí y me dice: “¡Quiero que vayas a Europa!” Entonces le dije: “¡Por favor señor, mande a otra gente que tengo mucho que hacer”. Con lo dulce que es Raúl me expresó: “Es una orden”. Le contesté: “¡Ah bueno!, si es una orden, me voy ahorita…”.

 

¿Qué cualidades debe tener un amigo del Cuate?

 

—Bueno, que sea sincero, y claro, honrado.

 

¿Cómo ve El Cuate que conoce bien a Cuba y a su Revolución, al relevo?

 

—Sí, tiene una educación de cincuenta años, varias generaciones nacieron y son revolucionarias. Además, se han demostrado mundialmente los avances de Cuba. Es un ejemplo. No
puede retroceder.

 

¿Usted confía en los jóvenes cubanos?

 

—Absolutamente, pero a base de exigirles, educarlos y prepararlos.

 

México ha sido víctima a lo largo de muchos años de una intensa guerra cultural por los Estados Unidos. Se le han impuesto modelos culturales en los gustos y modos de vida. Pensando ahora que se reanudan las relaciones diplomáticas entre Cuba y EE. UU., ¿qué le aconsejaría al pueblo?

 

—Que tenga mucha cautela, que vaya despacio. El proceso que requiere levantar el embargo que lo haga poco a poco y bien hecho, y prever cualquier anormalidad, cualquier abuso del país del Norte. Existe capacidad en Cuba para lograr el levantamiento del embargo, pero hay que hacerlo muy bien.

 

El libro que escribió como sus memorias es un canto de gesta a la Revolución Cubana.

 

—Traté en mi libro de ser totalmente honesto. Lo expreso cuando digo que se apega a la realidad.

 

¿Cómo ve a Fidel, como un amigo, un hermano, o un padre?

 

Cuando fuimos a pagar el Granma, me dijo: “¡Presénteme como su hermano!” Él me ofreció ser mi hermano. Lo considero como un hermano mayor. Padre no; padre nomás hay uno.

 

Hay quien dice que El Cuate es rico.

 

—Pues que me lo hagan bueno. Perdí el negocio, perdí todo mi dinero por la Revolución. No sé de dónde voy a seguir siendo rico.

 

Si usted tuviera que decir cuál es su más valioso patrimonio, ¿cuál señalaría?

 

—En este momento es haber contribuido a la libertad del pueblo cubano. Eso está en la historia, vale más que cualquier dinero.

 

¿Cómo le gustaría que los cubanos lo recordaran?

 

—Que me consideren revolucionario cubano. Siempre fui rebelde. No sabía por qué. Lo supe cuando conocí a Fidel…

 

¿Guarda algún recuerdo especial de los expedicionarios del Granma?

 

—De Chuchú que era muy bicho como se dice aquí en Cuba. Tengo un gran recuerdo de él y claro está, de Fidel.

 

El capitán Osmany Cienfuegos, hermano de Camilo, dijo que usted había sido casi el eslabón principal de la cadena, que si el eslabón Cuate fallaba, la revolución no triunfaba. ¿Qué expresó Fidel cuando estaba preparando la expedición?

 

—Si El Cuate no me falla salgo, si salgo llego, si llego y duro 72 horas triunfo. Fidel confió en mí.

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