La figura de José Martí, para mí, siempre ha sido sinónimo de sabiduría, de guía y referencia. Su obra escrita me ha servido, además, para tomar decisiones de vida; por ello el Diccionario del Pensamiento Martiano constituye mi libro de cabecera.

Del Maestro adoro la vigencia de sus pensamientos, sus discursos, sus versos sencillos: «Todo es hermoso y constante, todo es música y razón, y todo, como el diamante, antes que luz es carbón». Sin lugar a dudas, la genialidad de las palabras del Apóstol se percibe en cualquier circunstancia, por sencilla o complicada que parezca.

No se necesita ser un experto o un letrado para conocer al menos un poco sobre José Martí. Considero que cada cubano lleva en sí un sentimiento de amor hacia nuestro Héroe Nacional que se manifiesta de disímiles maneras, pero que siempre está latente.

Desde que nos incorporamos a la escuela le rendimos tributo a la importante figura del busto blanco que posee cada escuela de esta Isla, y deseamos seguir superándonos porque hay que «ser cultos para ser libres».

Martí aparece en el pionero que aprende a leer y sus padres enseguida le regalan La Edad de Oro, como un obsequio divino y perenne, porque las enseñanzas de ese texto se llevan para toda la vida, porque en muchas casas de Cuba y del mundo La Edad de Oro es como una Biblia, y lo digo por experiencia propia (en mi seno familiar ser martiano es nuestra religión).

Luego te conviertes en adolescente y pretendes enamorar a la persona que te atrae con versos de tu poeta favorito: «Como un ave que cruza el aire claro/Siento hacia mí venir tu pensamiento/Y acá en mi corazón hacer su nido […]», y entonces te vuelves un romántico empedernido como lo fuera Martí, porque «Sin pan se vive, sin amor ¡No!», y te convences, cada vez, con cada lectura, que «la única verdad de esta vida, y la única fuerza, es el amor. El patriotismo no es más que amor. La amistad no es más que amor».

Ya de joven uno se centra un poco más y se proyecta como el ser humano que pretendes ser, con las enseñanzas adquiridas en las anteriores etapas de la vida, en la búsqueda constante de la utilidad de la virtud, pero siempre con los valores adquiridos a través de la obra del Apóstol.