El fatídico 27 de noviembre

27 de Noviembre de 2020

El fatídico 27 de noviembre.

 

Una daga de plata, con más de dos cientos años de existencia, decorada con figuras a relieve y en la que su empuñadora sobresale un guerrero con una ballesta, es la pieza atesorada por el Museo de la Revolución que hace recordar uno de los sucesos más funestos de la historia de Cuba. La injusticia cometida resulta imposible de olvidar.

 

El 23 de noviembre de 1871, a las tres de la tarde, los alumnos de primer año de Medicina esperaban la llegada del profesor al entonces anfiteatro anatómico de La Habana, conocido por San Dionisio.

 

Entre ellos, también se encontraban otros que asistían a la cátedra de Disección en función de oyentes o curiosos. Ante la demora del catedrático, algunos muchachos jugaron con el carro utilizado para trasladar a los cadáveres con los cuales estudiarían. Subidos sobre el vehículo dieron vueltas por la plaza ubicada delante del antiguo Cementerio de Espada, contigua con el anfiteatro anatómico.

 

De forma injuriosa el celador del camposanto les transmitió a las autoridades de la metrópolis española una supuesta profanación del sepulcro del periodista Gonzalo Castañón, considerado un héroe por representar sus ideales y escribir artículos en contra de los patriotas cubanos. La voz se hizo correr y los voluntarios, milicia paramilitar integrada exclusivamente por peninsulares residentes en la Isla, exigieron escarmientos.

 

Bajo la orden del gobernador político de la ciudad, Dionisio López Roberts, el día 25 fueron detenidos todos los alumnos de primer año de la carrera.

 

Al respecto, Fermín Valdés Domínguez, quien también resultó víctima de la falsa acusación, relató: “Aquellas rayas en el nicho de Castañón eran realmente antiguas; la humedad las cubría completamente; existían antes del Día de los Difuntos.

 

Mas, no se nos acusaba tan solo de haber rayado el cristal; se decía que lo habíamos roto, que habíamos tirado las coronas de siemprevivas, que habíamos sacado los huesos del ataúd. Y el sepulcro mientras tanto estaba intacto, y lo ha estado siempre y el cristal permanecía entero, y ¡hasta aquellos huesos clamaban al cielo justicia para nosotros! A todos los que nos hallábamos en clase aquel día, presentes o no en ella el día veintitrés, se hizo responsables del suceso, para todos se decretó prisión. El sumario continuaba con rapidez”.¹

 

En el libro 27 de noviembre de 1871, Valdés Domínguez expresa que después de la declaración de varios compañeros llamaron a Pascual Rodríguez y Pérez, a quien mandaron a encarcelar inmediatamente por sus respuestas enérgicas a las preguntas del Gobernador. “Y lo vimos salir con aquella digna altivez que lo inmortalizó en el lugar de su suplicio”.²

Pascual Rodríguez fue fusilado por tales motivos. Según una entrevista realizada por la museóloga Sara Monteagudo Pentón, del Museo de la Revolución, a Evelio Rodríguez Santiuste, sobrino del mártir, este manifestó que cuando llegó la noticia a los familiares, un señor negro, criado en ese hogar, cogió un puñal y salió corriendo. Mató a un voluntario español e hirió gravemente a otro. * Al regresar tiró la daga en el patio y esta al chocar con un tubo de hierro se le quebró la punta; luego la restauraron, pero quedó más pequeña.

 

En su testimonio Evelio expresó que su tío Pascual Rodríguez acostumbraba a tenerla daga sobre el buró, heredada de su bisabuelo, y la empleaba como abre-carta, supuestamente. Al ser una reliquia de familia su padre, antes de morir, le pidió protegerla. Sin embargo, al conocer acerca del proyecto del Museo de la Revolución de mostrar piezas de los estudiantes asesinados, no dudó en donarla para hacerle llegar ese recuerdo a todo los visitantes de la institución.

 

Más que un objeto museable, con él se resguarda la memoria de los treinta y cinco jóvenes sometidos a prisión y de los ocho fusilados en la Plaza de la Punta, el 27 de noviembre de 1871 alrededor de las cuatro y veinte minutos. Ellos fueron: Anacleto Bermúdez y Piñera, Ángel Laborde y Perera, José de Marcos y Medina y Juan Pascual Rodríguez y Pérez, por haber jugado con el carro; y el menor de todos con 16 años, Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, por tomar una flor del jardín del cementerio, de acuerdo con sus declaraciones. La suerte de los otros tres: Carlos Augusto de la Torre y Madrigal, Eladio González y Toledo y Carlos Verdugo y Martínez, fue decidida al azar, sin importarle al consejo de guerra, conformado para el juicio, que el último de los mencionados no se encontraba en San Dionisio el día de los hechos, pues había llegado de Matanzas pocos minutos antes de la detención.

 

Nota:
El autor de este trabajo no encontró fuentes documentales sobre esta versión. Ante el encarcelamiento de los estudiantes, otras investigaciones reflejan que hubo un voluntario muerto y uno herido, pero a causa de las acciones de cinco negros ñáñigos que se opusieron a esta injusticia.

Referencias:

1Fermín Valdés Domínguez: El 27 de noviembre de 1871. En:https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&cad=rja&...
2Ffermin_valdes.pdf&usg=AOvVaw2AxaWiptaFV4hRFbuG-
6vl1. Consultado el 11 de junio de 2018.
3Ídem.

Otras fuentes consultadas:
Tato Quiñones: Cinco héroes negros. En: https://cubalagrannacion.wordpress.com/2011/01/06/cinco-heroes-negros/.
Consultado el 11 de junio de 2018.
Adela Hernández Ferrer y Mercedes Zamora Morales,
museólogas del Museo de la Revolución.

Museóloga Sara Monteagudo Pentón. Proyecto de investigación del objeto.

Folleto. Fondo del Museo de la Revolución. Acta de donación del objeto, # 1367. Fondo del Museo de la
Revolución.

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