Desde la virtud y para todos los tiempos
Lo que hace imperecedera la memoria de un ídolo, son los valores que encarna, los principios sobre los que se sostienen su personalidad, vida y conducta. Es por ello que Carlos Manuel de Céspedes se torna inolvidable.
Su valentía le propició defender con ahínco y estoicismo las convicciones que le permitieron entregarlo todo, hasta morir en la soledad provocada por las incomprensiones de sus contemporáneos.
Cuando volvemos al pasado, es quizás una de las figuras más desprendidas, menos interesadas por las comodidades y los aspectos materiales de la vida, al punto de poner a la Patria y la lucha por encima de su familia. Podemos imaginarlo ante el dilema de proseguir la Revolución o abandonar el país, como única alternativa propuesta por la capitanía general de la Isla para salvar la vida de su hijo, hecho prisionero por tropas españolas en enero de 1870.
Mas pocas semanas antes de que Oscar cumpliera 23 años de edad, fue ejecutado en la Plaza Mayor de Puerto Príncipe, en Camagüey. De esta forma, por si alguien abrigaba alguna duda, quedaba desechada para siempre la posibilidad de que el Presidente de la República de Cuba en Armas traicionara a las miles de familias que en las maniguas derramaban su sangre por el ideal independentista.
Es en medio de tal abnegación que descubrimos a Céspedes, quien en defensa de sus preceptos llegaba, al decir de José Martí, como un volcán “tremendo e imperfecto” y desafiaba al destino y las circunstancias “con autoridad como de rey”. Tal vez por ello, aún su ímpetu de buen padre se siente palpitar en nosotros ante cualquier nuevo acontecimiento.
Identificarlo como fundador de este pueblo libertario, adalid de la nación, resultado de esa fusión de colores, mestizajes, creencias, origen de nacimiento por cuna o país…, constituye solo una pequeña parte de sus características más sublimes y paradigmáticas.
Deben resaltarse la justeza y el espíritu solidario que le permitieron reunir a los esclavos y abrazarlos cual hermanos, a pesar de pertenecer a la clase social responsable de profesar e imponer la dominación. No solo les dio la libertad y los convocó a la lucha, sino que consideró a sus siervos personas, lo que constituye, aun hoy —cuando en el mundo las asimetrías sociales y económicas se acentúan—, un signo de innegable humanismo y avanzado pensamiento.
Con el acto de rebeldía de concebir a Cuba independiente, Céspedes se adelantaba a su época y fundaba una República del futuro, lo hacía desde ese crisol propio donde unidad, honradez, heroísmo, sacrificio, generosidad…, debían ser los códigos definitorios de esta y del carácter nacional y universal de sus hijos. Él, como Martí después, pensaba en su tierra y el mundo.
Como iniciador, instaura una manera de pensar y concebir la Patria, que se refleja en la creación de una bandera y un himno con la ayuda de Candelaria Acosta y Perucho Figueredo, respectivamente.
En su concepción de Cuba hay lugar para todo: cultura, doctrina militar, economía, jóvenes, niños, mujeres, negros, pobres... Esto lo hace destacarse como un hombre avanzadísimo para su tiempo.
Sus pasos de siglos, llevaron el concepto de nación en formación a una categoría mayor al enseñarnos a ser cubanos, no precisamente criollos, sino patriotas; a sentir la soberanía como una necesidad social y un derecho ciudadano.
En cada acción suya se revela de un modo u otro sus vastos conocimientos alcanzados a través de los estudios, tanto dentro como fuera de la Isla, hasta hacerse abogado y estar dispuesto a todo por construir una sociedad justa, donde reinara la igualdad una vez alcanzada la libertad al filo del machete. De ahí que fuera capaz, en la Asamblea de Guáimaro, de aceptar el esquema de la dirección civilistasobre la autoridad militar, aun sin compartir ese criterio en condiciones de guerra.
A pesar de que su obra da cuenta de ello ampliamente, entre los atributos que menos se recuerdan de Céspedes están su sensibilidad como poeta e intelectual y la ternura de un hombre tan firme como amoroso.
En sus versos, escritos en un estilo generalmente llano y a veces coloquial, se aprecia el poder que le confiere al papel redentor de la poesía, lo cual le permite no perder un instante de objetividad en la comprensión y destaque de los hechos y principios relacionados con la emancipación de Cuba, que es causa de amor y creación. Para comprobarlo, recordemos poemas como Al Cauto y Los traidores, de sencillo y hondo arraigo en los deberes con la Patria. Es en este último donde nos dice:
No es posible, ¡por Dios!, que sean cubanos Los que arrastrando servidumbre impía Van al baile, a la valla y a la orgía Insultando el dolor de sus hermanos. 2
La resistencia de su obra y su figura a los embates de la desmemoria y a los perjuicios de la idealización petrificadora, le permiten llegar hasta nosotros en una dimensión real y humana, afectiva e íntima, como el sentido paternal de su legado. A pesar de la escasa iconografía existente, no imaginamos a Carlos Manuel de Céspedes distante, ni inalcanzable; pues como Martí, Fidel, Maceo, Agramonte, Mella y el Che, va con nosotros en nuestra lucha cotidiana; su hidalguía, ya transformada para siempre en alegre multitud, nos hace tan invencibles como eternos, en estos días, donde la lealtad a la Patria y la Revolución es el bien más preciado.
Referencias:
1 José Martí: “Cuaderno de apuntes número 18” en Obras Completas, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963-1973, t. 21, p. 377.
2 Roberto Manzano: El bosque de los símbolos, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2010, pp. 487 y 488.
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