La caravana de la libertad

05 de Enero de 2023

Sentado en el guardafango de yipi, Leoncito viajó junto a Fidel en la Caravana de la Libertad.

Muchas personas atesoran en sus memorias lo acontecido durante ocho días desde Santiago de Cuba hasta La Habana, y que El Indio Naborí bautizara en su épico poema como Marcha Triunfal del Ejército Rebelde.

 

La caravana, aclamada hasta el delirio por millones de cubanos agradecidos por haberse logrado a sangre y fuego, el fin de la tiranía proyanqui de Fulgencio Batista, tiene como uno de sus testigos de excepción al coronel (r) José Alberto León Lima, más conocido entre sus compañeros de armas por El Habanero o Leoncito.

 

Nacido exactamente en los altos del paradero de La Víbora, el 24 de abril de 1936, Leoncito posee una memoria prodigiosa. Recuerda con lujo de detalle, nombres, fechas, lugares, frases y situaciones de cuando viajó desde Holguín hasta la capital como escolta del Comandante en Jefe del Ejército Rebelde.

“Ese jueves 1ro. de enero de 1959, el comandante Antonio Enrique Lussón Battle recibió la orden del jefe de nuestro Segundo Frente, comandante Raúl Castro Ruz, de seleccionar a un grupo de combatientes para asumir la altísima responsabilidad de escoltar a Fidel en la Caravana de la Libertad.

 

“Me encontraba junto a otros compañeros en una emboscada en Rejondones de Báguanos, con el fin de evitar la huida del esbirro asesino Jesús Sosa Blanco. Temprano llegó un campesino a caballo, quien gritaba eufórico que Batista se había ido.

 

“Yo pertenecía a la Compañía Móvil de la Columna 17. Lussón, quien ya había recibido la orden de Raúl, me seleccionó junto a otros, que totalizamos diecinueve o veinte. Nos indicó esperar por la Caravana y el sábado 3 incorporarnos a nuestra nueva, honrosa e importantísima misión.

 

“Al frente de la escolta del Comandante en Jefe venía desde la Sierra Maestra, el desaparecido comandante Paco Cabrera, con un grupo de combatientes de la Columna 1. Nos unimos a ellos, pero a decir verdad, nos conocimos realmente después de la llegada a La Habana, porque durante el avance por el país no había tiempo para nada.

“Tengo muchas impresiones de aquellos días. La mayor es haber visto personalmente a Fidel: enorme, decidido, audaz, valiente, sincero, locuaz, conmovedor y, en especial, muy sencillo en su trato.
“El recibimiento en cada poblado era espontáneo, inimaginable, alegre, entusiasta, efervescente. Todos sentían ansias de dar las gracias a nuestro máximo líder por la libertad conquistada después de tantos años de lucha. Querían expresarlo personalmente con gritos, apretones de manos, abrazos, en fin, resultó un acontecimiento inenarrable.

 

“En Camagüey fue apoteósico: literalmente el pueblo estaba en las calles. En el parque Ignacio Agramonte habían organizado un banquete. Nos detuvimos allí, y Fidel partió con un grupo hacia el aeropuerto de esa ciudad, para entrevistarse con el comandante Ernesto Che Guevara, quien había viajado hasta la tierra agramontina para informarle acerca de la situación en La Habana y recibir instrucciones.

 

“Asimismo, el líder de la Revolución quiso tener un gesto de cortesía con el designado presidente Manuel Urrutia, y también lo visitó.

“A la mañana siguiente arribamos a Santa Clara. Tomamos un breve descanso en una casa y el comandante Lussón nos autorizó a darnos una breve escapadita hasta Mataguá, a ver a los familiares de nuestro compañero Andrés Chongo, para darles la penosa noticia de su caída en el combate de La Maya, lo cual ellos desconocían. En medio de aquella alegría desbordante, ese fue un momento triste, el decirle a su familia que Chongo fue todo un bravo en la guerra.

 

“Regresamos enseguida y fuimos en tres vehículos junto al Comandante en Jefe hasta Cienfuegos, pues él tenía especial interés en rendir tributo a los héroes y mártires del 5 de septiembre de 1957 y al pueblo de esa ciudad, que puso en jaque a la dictadura.

 

“Los compañeros no querían que Fidel fuera a Cayo Loco, porque allí se encontraban las huestes del Segundo Frente del Escambray, al mando del después traidor William Morgan, quien era agente de la CIA. Pero él decidió ir y habló a los marinos en ese lugar, donde almorzamos una exquisita paella en el restaurante Covadonga. Luego le habló al pueblo cienfueguero en el parque, tras lo cual retornamos a Santa Clara.

 

“El día 7 viajamos hacia Matanzas. Frente al Regimiento Fidel se reunió con los dirigentes de las organizaciones que habían participado en la lucha contra la dictadura batistiana.

 

“Nos trasladamos a Varadero. Allí el recibimiento fue en el Hotel Internacional, donde pudimos bañarnos en las habitaciones que nos facilitaron. Comimos algo en la cocina y cuando pensábamos dormir un rato, la compañera Celia Sánchez nos indicó que debíamos partir con el Comandante en Jefe inmediatamente hacia Cárdenas.

 

“En la Ciudad Bandera, visitó a los padres de José Antonio Echeverría. Al salir, los cardenenses estaban congregados para saludarlo. En el cementerio de esa localidad, colocó una ofrenda floral ante la tumba del Presidente de la FEU. Regresamos a Matanzas, rodeados de un mar de pueblo.

 

“El jueves 8 llegamos a La Habana. Entramos al Cotorro. Fidel venía sobre un tanque, acompañado de Celia, Almeida, Calixto García y Paco Cabrera. Debimos detenernos un buen rato, porque no se podía avanzar debido a la enorme cantidad de personas congregadas, como una masa compacta.

 

“Alguien propuso que Fidel continuara en helicóptero hasta Columbia. Se negó rotundamente, con el argumento de que no podía defraudar al pueblo habanero, que desde la noche anterior esperaba en avenidas y calles por el paso de la Caravana de la Libertad.

 

“Recuerdo que el compañero Miret le llevó a su hijo Fidelito. Fue un momento muy emocionante ver el abrazo con su pequeño hijo, a quien no veía desde su salida del presidio hacia México.

 

“Puedo asegurar que el mayor de todos los recibimientos fue el del pueblo del Cotorro. Descendíamos de los vehículos para apartar a las personas que impedían el avance, pero no estábamos preparados físicamente para ello, y descubrimos sobre la marcha el método de sentarnos en los guardafangos de los yipis, desde donde podíamos realizar esa tarea sin desfallecer.

 

“Un poco antes de llegar a la Virgen del Camino llegó el comandante Camilo Cienfuegos. De ahí continuamos por la Avenida del Puerto hasta el Estado Mayor de la Marina, donde para sorpresa de Fidel, estaba atracado el yate Granma, con su timonel Norberto Collado al frente. Ambos conversaron unos minutos y la Guardia de Honor de la Marina le rindió honores. Mientras, se creó un poco de alarma, porque las fragatas Antonio Maceo y Máximo Gómez dispararon veintiuna salvas con sus cañones y no sabíamos qué estaba ocurriendo hasta que nos in- formaron. Allí se incorporó a la caravana el comandante Juan M. Castiñeiras, jefe de la Marina.

 

“A duras penas continuamos avanzando hasta la estatua del Generalísimo Máximo Gómez, cuando el líder revolucionario ordenó llegar hasta el Palacio Presidencial para saludar al presidente Urrutia. Nos bajamos de los vehículos. Puedo afirmar que no caminamos hasta la instalación, sino que fuimos en hombros del pueblo... ¡Increíble!

 

“Logramos entrar. Fidel se reunió con Urrutia y algunos miembros de aquel gabinete, pero el pueblo clamaba porque Fidel les hablara. Él pronunció unas breves palabras y explicó que el acuerdo era llegar hasta Columbia. Alguien del grupo planteó que para llegar a los vehículos hacían falta por lo menos mil soldados. Fidel comentó esto al pueblo y con esa forma suya de dialogar y convencer, señaló que estaba seguro de que iban a abrir una brecha para poder continuar el recorrido previsto.

 

“¡Y se fue abriendo la brecha de forma absolutamente espontánea en medio de aquella multitud! Camilo se adelantó para garantizar el acto en Columbia. Logramos llegar hasta los carros de Batista, blindados, con cristales oscuros y aire acondicionado.

 

“Avanzamos en ellos unos metros, hasta el Paseo del Prado, cuando Fidel ordenó detener la marcha, pues dijo que no continuaba en ese vehículo desde donde no podía tener contacto directo con el pueblo. No sé de dónde apareció un yipi con un chofer del antiguo ejército y ahí nos subimos. Creo que es primera vez en que tantas personas viajan en un carro tan pequeño. Aquel pobre hombre estaba nervioso a más no poder, pero se fue tranquilizando poco a poco.

 

“En 23 y M, se bajó y habló con los periodistas de la radio y la televisión. Continuamos el avance por la calle 23 y la Avenida 41 hasta el Obelisco. Le pedimos al chofer entrar a la derecha. Con tanta gritería, él no nos escuchaba y si- guió de largo. Cuando giró lo hizo en la entrada de la escuela San Alejandro. Allí Fidel se bajó, habló con los trabajadores en la cocina y nos invitaron a comer algo en el almacén, sentados sobre los sacos.

 

“Un compañero propuso, en aras de evitar más pérdida de tiempo, entrar a Columbia saltando la cerca que separaba a ese cuartel de San Alejandro. El Comandante en Jefe aprobó la iniciativa, y así lo hicimos todos, auxiliados por la rama de un árbol.

 

“Al entrar sentí la enorme emoción de encontrarme con mis padres y hermanos. Tras los abrazos y besos, me reincorporé a mi misión y llegamos a la tribuna, donde hablaron el comandante Luis Orlando Rodríguez, el capitán Juan Nuiry y Fidel, quien con aquellas simbólicas palomas en sus hombros, pronunció la histórica pregunta de, ¿voy bien, Camilo...?

 

“Al terminar el acto, ya de madrugada, alguien le dijo que la casa de Batista en Columbia, estaba preparada para alojarlo. Indignado respondió que allí no se quedaba, pues aquellas sábanas estaban todavía calientes del tirano y manchadas por la sangre de sus crímenes.

“Subió a un auto y, en medio de aquel delirio humano, se nos perdió. Nos rencontramos pocos minutos después en el restaurante Castillo de Farnés, en La Habana Vieja.

 

“Al día siguiente nos hospedamos en el piso 23 del entonces hotel Havana Hilton. La instalación estaba llena de soldados y oficiales del Ejército Rebelde. Se convirtió de hecho, en el Puesto de Mando de la Revolución triunfante.

 

“Después de todo eso tuve otro altísimo honor: fui seleccionado como chofer personal del Comandante en Jefe, a cuyo lado me mantuve por espacio de dos años, mañana, tarde, noche y madrugada, sin relevo, con mucha tensión, pero orgulloso de estar junto a Fidel, tras haber formado parte de su escolta personal desde los días inolvidables de la Caravana de la Libertad”.

  • Este carne identificaba a Leoncito como  escolta de Fidel

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