Baraguá
Inaceptable. ¡Simplemente inaceptable! Respondió Antonio Maceo apenas regresaron del combate de San Ulpiano y supo del acuerdo que proponía el llamado «pacificador». Era febrero de 1878 y trataron de convencerle de que la guerra ya estaba perdida, pero no habló esa noche, ni a la siguiente. La guerra podía estar perdida… pero la dignidad, ¡nunca!
Mientras tanto en el Zanjón, cerca de Guáimaro, en Camagüey, miembros del Comité del Centro ―asumiendo ilegítimamente funciones del gobierno de la República en Armas―, firmaban aquel deshonroso convenio con el general español Arsenio Martínez Campos. De esta forma pretendían poner fin a la Guerra de los Diez Años aunque sin alcanzar los dos objetivos principales de la lucha: la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud.
Cumplir el Pacto del Zanjón sería entonces el fin supremo para el jefe ibérico, que aprovechándose del largo camino de sediciones, indisciplinas, regionalismo y debilidad entre los cubanos; inició conversaciones con dirigentes y jefes militares que ya asumían la guerra como un fracaso. No obstante, le faltaba persuadir a uno de los pilares esenciales de la resistencia mambisa en Oriente: Antonio Maceo.
Fue así como el Titán de Bronce mandó a convocar a otros jefes que aún estaban alzados. ¡No puede haber paz sin independencia! Y había que hacerlo oficial. Escribió a Martínez Campos para concertar una entrevista y acordar una tregua. El primer paso: ganar tiempo para reorganizar las fuerzas, unir Oriente. El poderío de España caería sin piedad sobre esa tierra.
Consciente de tal situación expresó en una carta dirigida al general Enrique Bargés y Pombo:
«[…] pero le advierto que a los hombres de mi temple no les arredra ninguna situación por difícil que sea; dejemos, pues, las cosas al tiempo: el futuro, como el pasado, será el mejor testigo».
El Pacificador aceptó el encuentro, aunque temía las consecuencias de una tregua:
«Creí habérmelas con un mulato estúpido, con un rudo arriero; pero me lo encuentro transformado no sólo en un verdadero General capaz de dirigir sus movimientos con tino y precisión, sino también en un atleta […]».
El jefe mambí representaba el mayor obstáculo en sus intenciones de extirpar para siempre la simiente revolucionaria de la isla de Cuba. El éxito del Pacto con otros dirigentes y jefes militares le proporcionaba la confianza de encontrar a un hombre solitario, acorralado y vencido.
La reunión fue concertada para el 15 de marzo de 1878 en Mangos de Baraguá. Los representantes de la monarquía española procedieron ―como habían planificado―a la lectura de las bases del documento, pero Maceo interrumpió las ofensas que significaban cada uno de aquellos acuerdos.
En ese punto de la conversación, solo se escuchaba el sonido de la brisa entre las hojas de los árboles. El español quiso retomar la lectura, pero fue nuevamente detenido con un gesto.
El hombre sentado frente a él habló con mesura y educación, pero su voz le sonó a trueno y en sus ojos encontró por primera vez el verdadero dolor de los cubanos. No quiso saber más. No podía ya sostenerle la mirada. Luego de un intenso debate entre ambas partes, se despidió en una pregunta retórica, pero la respuesta fue más que contundente:
«¡No!, ¡no nos entendemos!»
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