Ay, yo me voy a Pinar del Río (I)
Los pinareños podrían afirmar sobre su patria chica lo mismo que Juan Candela, El Cuentero, ese mítico personaje de Onelio Jorge Cardoso que, cuando varios descreídos intentaron reducir la longitud del majá de una de sus historias —narradas durante noches de ocio en un barracón cañero— tiró del machete y dijo levantándolo sobre su cabeza: «¡El que me le quite medio metro más lo mato!».
Pues, aunque Benny Moré inmortalizó en su voz a esa hermosa tierra de gente buena, hacendosa, desenfadada e inteligente, sus elogios musicales —«Pinar del Río, qué lindo eres, de Guanajay hasta Guane»— se desgajan sin remedio hacia otras provincias, siempre que Pinar cede territorio tras cada nueva división política administrativa. Hay quienes nacieron pinareños y, sin emigrar, crecieron habaneros y envejecerán artemiseños, si no cambia nada en el futuro. Los compadezco con los trámites y el carné de identidad. ¡Alabao!
Aun así, los naturales de Vueltabajo han conservado la belleza y feracidad de su entorno, el decoro que los guía, sus tradiciones, el don de gentes, y esas frases características utilizadas como apoyaturas, comodines eficaces en cualquier situación, que los distinguen doquiera se hallen. «¡Alabao!» es una de esas expresiones, quizás la decana. Si alguien oriundo de Pinar del Río, refiriéndose a lo que sea, la exclama, hay que ajustarse los cinturones porque el asunto es serio —para bien o para mal—.
Otro vocablo de significado parecido que trasluce un dejo de resignación, es el críptico en apariencia «¡Abseadió!», contracción de «Alabado sea Dios». Y cuando los vueltabajeros desean aludir a grandes cantidades de algo, es posible que digan: «¡To’ el del mundo y más!», locución gráfica de donde hay, aunque en ocasiones, echan mano con igual propósito al todoterreno «¡Alabao!». Además, cada pinareño, no importa su edad, es Niño o Niña: de ese modo acostumbran a llamarse.
Y no sé ahora, pero en los años noventa del siglo pasado, en Vueltabajo nombraban a los cornudos con la palabra más exacta y elegante —en mi criterio— de las muchas usadas con ese fin: porfiados.
Los hijos de esta pintoresca región asumen diversas actitudes con relación a las leyendas autóctonas. Algunos lo niegan todo. Según ellos, el ingeniero que construyó el cine donde quedó atrapada la concretera es de La Habana —dicen tener pruebas—.
También refutan que cuando en un pueblo de su provincia supieron que esa noche llevarían el grupo electrógeno, la gente se vistió para bailar con los supuestos músicos visitantes. E igual desmienten que cierto técnico en ortopedia, al inmovilizar un antebrazo fracturado, dejase oculto bajo el yeso, el reloj de pulsera del paciente. Y otras por el estilo.
Sin embargo, abundan los nacidos en Vueltabajo que disfrutan —e incluso propagan e hiperbolizan— esa aureola de distraídos que los precede. A fin de cuentas, anécdotas similares ocurren en todas partes, solo que muchos las esconden, y los pinareños las narran partidos de risa.
Como botones de muestra, tres historias. La primera, me la contó un natural de Pinar del Río. La segunda, es ficticia. Y la última, la viví.
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