Angola en la memoria

13 de Noviembre de 2020

Corresponsal de guerra Elsa Blaquier. Fuente: Cortesía de la autora

 

Luanda, 11 de mayo de 1991

 

Queridos hijos: estoy bien, trabajando mucho.  Les diré que a mi llegada me ocurrió algo bien doloroso. Se acuerdan de los juguetes y los caramelos que traía para un amiguito angolano; pues a su mamá fue a la primera persona conocida que vi al llegar a la Misión Militar Cubana en Angola. Les contaré que al ver a Francisca la encontré muy delgada. La observé mientras trabajaba junto a los últimos combatientes cubanos que aquí quedan y reparé en que lleva un nuevo pequeño a su espalda.

 

La saludé y pensé que quizás no me reconociera. Me miró y pronunció mi nombre. Un fuerte abrazo acortó los dos años que llevo ausente de su patria. Le pregunté el nombre de la bebé y mientras hablamos de Tere, la niña nacida hace nueve meses, apreté en mis manos el paquete que traía para Nelson, su primer hijo. 

 

No pronuncié el nombre del pequeño y escondí mi temor en preguntas acerca de la escasa salud que trasluce la escuálida figura de la madre.  El bello rostro de Francisca se ensombreció. La causa de ese estado era la respuesta a mis temores. “Somos pensamiento”, me dijo: “Nelson murreu”. No pude contener el dolor. Unimos nuestro llanto en un abrazo mientras recordamos el día cuando lo vi por última vez, aun convaleciente de paludismo. Aquel pequeño regordete y bueno que daba sus primeros pasos tras la madre y dejaba el balbuceo para hacerse entender el incipiente lenguaje, comenzó a languidecer consumido por el mal.

 

No olvidaré nunca la carita redonda ni los ojos llenos de tristeza de mi más pequeño amigo angolano. Mirándolo los recordaba a ustedes cuando eran pequeños. Pero en esta tierra africana los niños son como frágiles capullos acechados de peligros. La guerra, las enfermedades, el hambre, la falta de higiene apenas les permite llegar a florecer.

 

Ya Nelson no está.  Ni las lágrimas de su mamá ni las mías le devolverán la vida, pero una nueva figura pende de la espalda de Francisca. Con los ojos tan negros y tristes como los de su hermanito muerto, Tere sigue diciéndome que no estuvimos ni estamos errados en ayudar a un pueblo valeroso.

 

Así pensaba y así sigo pensando ahora cuando datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) muestran que cada 30 segundos muere un niño africano de malaria o paludismo, trasmitido por el mosquito Anopheles. Estas enfermedades, junto con el SIDA y la tuberculosis son las principales causas de muerte en el África subsahariana.

 

La mayoría de esas víctimas son niños de entre cuatro meses y cinco años.  Muertes evitables si se contara con los recursos necesarios para eliminar el vector y brindar los medicamentos adecuados, que ya existen, pero permanecen inalcanzables por lo costosos que resultan para las grandes masas de este continente que viven en el atraso y la miseria más espantosa.

 

Cae la noche y con ella vienen los recuerdos. Hoy es cinco de abril, mi hijo Rubén cumple 39 años y hace unas horas escuché que en el Parlamento de Angola acaban de firmarse los acuerdos de cese del fuego entre las Fuerzas Armadas de esa nación y las de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola, acción que debe abrir el camino hacia la terminación de una guerra de más de 27 años, después de la muerte del traidor Jonas Sabimvi. Ante la noticia no dejo de pensar en que será de Francisca, la amiga que dejé en Luanda y Tere su pequeña niña, quien puede tener hoy unos 12 años.

 

¿Vivirán?, la guerra y la pobreza engendran tantos riesgos y enfermedades que quizás ya no existan. Así pasó con Nelson, su hijo mayor, cuya muerte dolió tanto.

 

Los recuerdos me llevan hasta las cartas que envié a mis hijos desde esa sufrida nación del cono sur africano y que ellos guardaron con el celo que hoy las atesoro yo, pues en esas misivas volqué los afectos y sentimientos, nacidos a tanta distancia de los seres que más amo y de mi pequeña Isla.

 

Era mi tercera estancia en Angola. Esta vez como integrante de un grupo de periodistas cubanos con la misión de reportar la terminación de la retirada total de las tropas que prestaron ayuda internacionalista a esa nación. En la carta les contaba de Francisca, la amiga angolana que trabajaba en la Misión Militar Cubana de Cuba en ese país, de quien tanto les había hablado. Ella fue la primera persona conocida que vi a mi llegada a la nación africana después de una larga ausencia. Aquel reencuentro fue bien doloroso...

 

Han pasado casi 14 años de mi primer viaje a Angola, pero el día de mi partida lo que allí viví, continúan frescos en mi memoria. Corría el mes de junio de 1988; era domingo y en Cuba se celebraba el Día de los Padres. Esa mañana cuando el IL-62 de Cubana de Aviación emprendió el vuelo, apenas podía creerlo. Iniciaba un viaje largamente acariciado y para lograrlo tuve que rogar mucho tiempo y hasta pasar por una fuerte discusión en la que reclamé mi derecho para cumplir una misión internacionalista como corresponsal de guerra.

 

Era un sueño que comenzó a gestarse cuando tenía 17 años y conocí a quien sería mi esposo*.  Fue también en un mes de abril, pero de 1961, a pocas horas de producirse la derrota de la invasión mercenaria por Playa Girón.  Antes de hablar de amor, quien sería el padre de mi hijo, me hizo partícipe de un ideal que anteponía a cualquier otro: luchar por un mundo mejor donde todos los niños pudieran disfrutar de iguales oportunidades. Aceptar este deseo era el prefacio a cualquier relación. Enseguida hice mío el anhelo por el cual entregó su joven vida en Bolivia, con apenas 26 años; por eso cuando el avión despegó hacia el lejano y sufrido continente africano me juré cumplir esta misión con la valentía y entrega que él me trazara con su heroica caída en tierra boliviana.

 

El reloj marcaba las 11:07 cuando levantó vuelo “el pájaro de acero”, como le llamaban los combatientes cubanos al IL-62 que los trasladaba en un viaje de más de 12 mil kilómetros hasta Angola. El almanaque marcaba el 19 de junio de 1988. En todos reinaba el optimismo. El triunfo obtenido por tropas de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola, (Forcas Armadas Populares de Libertacao de Angola. FAPLA) Y las tropas cubanas en Cuito Cuanavale y la estampida sudafricana hacia el sur bajo el hostigamiento de nuestra aviación, mostraban que a las fuerzas agresoras del régimen del Apartheid no obstante el “pataleo”, no les quedaba otra salida que sentarse en la mesa de negociaciones. Estas son las anotaciones que quedaron de ese día en mi agenda.

 

 

Nota:

 

* René Martínez Tamayo, caído en Bolivia el 8 de octubre de 1967.

 

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