Auxilio a los asaltantes

25 de Julio de 2025

Vista parcial del Cuartel Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo. Foto:Cortesía del autor

 

 

Para el 26 de julio de 1953 yo vivía en el reparto Habana Nueva de Bayamo, hoy Camilo Cienfuegos.Ese día no estaba en mi casa, sino en la de unas amistades de apellido Pérez Iglesia a la salida de Holguín, cerca del secadero de arroz.Tenían buenas relaciones con mi familia y nos habían pedido que los ayudaran en la venta de carbón y otras labores.

 

Sobre las seis y media de la mañana de ese día salimos a la venta en un carretón de caballo por el recorrido usual de la calle Martí hasta cerca del cuartel Céspedes. En todo momento me llamó la atención el movimiento de militares, unos en jeep y otros a pie. Cuando bajaba el carbón a los domicilios escuchaba los comentarios de la gente, muy bajito,existía miedo. Se decía que los guardias estaban sublevados o que los habían asaltado.

 

De vuelta en la casa sobre las 11, Luis Pérez y su esposa salieron. Yo comencé a pasarle el cepillo a un potro muy bonito que tenían.De pronto oigo que me silban,veo a cuatro jóvenes a unos 40 metros casi frente a mí por fuera de la cerca; pero del lado de allá de una mata de mango que en algo me dificulta la visibilidad. Uno de ellos, muy alto y flaco hace señas para que me acerque. Lo intento. Sin embargo, un perro guapo que está amarrado por allí me obliga a retroceder.

 

Entonces le digo que sigan paralelo a la cerca en dirección a la carretera, y pasen a través de un hueco que existe. Ellos salen de mi vista. Mientras los espero, sigo atendiendo al caballo. Como veo que demoran mucho, me aparto un poco y los diviso; pero en la vía a casi 200 metros de la casa.

 

Camino hacia allá están como formados: primero el alto de bigote fino; y los demás a su izquierda. Observo sus uniformes amarillosos de la Rural; aunque sin los sombreros de paño, ni las botas y polainas envueltas a las piernas; usando zapatos finos de salir, de dos tonos. Ahí realmente confirmo lo que pensaba desde minutos antes: estos son asaltantes al cuartel.

 

En breve veo que personas curiosas se aglomeran en la cuña donde hoy está la Tienda «Las Amércas». Eso, junto al movimiento visto en la ciudad, me dice que los jóvenes están en un gran peligro. Y antes que me planteen algo le suelto, «pero aquí no pueden estar, miren a aquella gente, de allí saldrán informantes que los van a denunciar».

 

Seguidamente el alto pregunta, «¿y esa carretera para dónde va?». «Para Santiago». «¿Y esta otra?». «A Holguín». Pero este continúa, «¿tienes posibilidad de darnos agua?» Y corro a la casa. Traigo un jarro grande del cual le reparto a cada uno en otro menor. En tanto beben veo el reloj del que parece el jefe, y una pistolita en la cintura por dentro del uniforme.

 

Luego un segundo, de piel india, expresa, «vámonos de aquí». «Espérate», le responde el alto con energía. Eso me reafirma que el mismo es el jefe.Y sigue, «¿no habrá un poquito de café por ahí?»Voy de nuevo a la casa, muy apurado y con preocupación. Tomo un pomo con café frío de la cocina y regreso para repartirle a cada uno en el mismo jarrito.

 

Casi al concluir el alto vuelve con otra pregunta:«¿Tú tienes posiblidad de conseguir 4 mudas de ropa civil?». «Bueno….,tendría que salir a averiguar», le respondo después de pensar. «¿Qué tiempo tú echarías en eso?»«Por lo menos una hora».«No, es mucho tiempo»«¿Y nos puedes sacar de aquí?». «Síii».

 

Llevo las vasijas a la casa y regreso. «Vámonos rápido», le digo y evito que se monten en la camioneta que trae leche de Babiney. Paso al otro lado de la vía. Así, con ellos en fila, comenzamos a caminar a través de un sendero de nivel más bajo que el asfalto. Lo hago apresurado; pero cuando miro hacia atrás los veo a unos 150 metros. Expreso maldiciones en mi mente. Le hago señas. Agigantan el paso. Cuando llegan, ya yo creyéndome el jefe, le digo, «oigan, hace falta ir más rápido, porque es lejos, además que nos puede coger un guardia».

 

Continuamos, ellos más ágiles. A unos 300 metros antes del aeropuerto—-no es el actual— giro por un trillo bordeado de marabuzales; zona correteada por mí en cacerías. Los llevo como a 3 km hasta cerca del Corojal, entre marabuces gigantes, frondosos y de suelo limpio. Son pasadas las 12 meridiano. Y les digo otra vez pensando que soy su jefe,«no salgan a nada hoy porque los van a matar, duerman aquí». Al final le indico con la mano a vuelo de pájaro,«allá hay una tienda, Santa María, el dueño es Regino, salen mañana y con él pueden feriar (cambiar, negociar) el reloj y la pistola, para que consigan ropa y pasaje».

 

Los dejo e intento regresar. Pero el alto me llama para decirme que se sentían contentos conmigo. Me da la mano y concluye con unas «muchas gracias».

  • El teniente coronel de la reserva Rafael Corrales Urquiza durante la entrevista en la casa del autor, Bayamo, 2025.Foto:Cortesía del autor

  • El joven Rafael Corrales Urquiza en Bayamo, 1957.Foto:Cortesía del autor

  • A la izquierda el combatiente Antonio López Fernandez, Ñico, junto a Abel Santamaría Cuadrado y Fidel Castro Ruz en las afueras de la Habana durante la preparación para los asaltos en Santiago de Cuba y Bayamo.Foto:Cortesía del autor

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