Una mirada a Martí a través de los ojos de Justo de Lara
José de Armas y Cárdenas, conocido como Justo de Lara, nació en Guanabacoa, La Habana, el 26 de marzo de 1866. Vástago del amor entre el periodista José de Armas y Céspedes, natural de Puerto Príncipe y Doña Fermina Cárdenas, mujer modesta e instruida, quien se encargó de proporcionar las primeras enseñanzas a su hijo.
Siendo joven se graduó con el título de Licenciado en Derecho Civil y Canónico en la Universidad de La Habana, cosechando lauros como conferencista y crítico literario. Para beneplácito de su padre el muchacho avanzó por la senda del periodismo, favorecido por la condición de políglota y su notable dominio cultural.
Escribió en los principales rotativos como: The New York Heraldy The Sum. Fue corresponsal de este último en suelo patrio, siendo agregado al estado mayor del general Calixto García, atrayendo por medio de sus escritos la simpatía de otros pueblos ante la causa cubana y su gesta emancipadora. Colaboró en diversos periódicos y revistas prestigiosas como La Nación, El Fígaro, La Lucha, El País o Diarios de la Marina, por solo citar algunas.
A pesar de su pródiga obra como periodista e intelectual, el hecho más significativo de su existencia fue conocer personalmente a José Martí Pérez.
Coincidió con él en el año 1887 en la ciudad de Nueva York, gracias a Manuel Antón Recio, amigo común de ambos. Los unió afectos comunes como el de compartir la admiración por Rafael María de Mendive a quien Lara amaba entrañablemente, ya que era íntimo amigo de su señor padre, amistad que él también tuvo hasta la muerte del ilustre maestro.
Por esa causa y por la virtud que Martí tenía de aunar voluntades fue a verlo aquel día para deleitarse con su fascinante conversación. No volvieron a verse hasta diciembre de 1891, cuando en aquella ocasión el periodista confesara que estuvo seis horas pendiente de los labios y de cuanto decía el hombre de la «rosa blanca», coincidiendo con lo expresado por Diego Vicente Tejeda, cuando dijo: «el que no oyó a Martí en la intimidad, no se da cuenta de todo el poder de fascinación que cabe en la palabra humana». Por su parte Justo de Lara lo catalogaba como «algo extraordinario, la influencia que logra ejercer en su conversación, y aún cuando no se aceptaran muchas de sus afirmaciones, era imposible sustraerse del influjo de tanta persuasión, y tan lógico raciocinio, salpicado de citas siempre oportunas y vestidos de una amenidad encantadora».
Expresó desde el corazón: «Cuba puede con justicia enorgullecerse de haber producido un hombre de alma tan sublime». Y le parece que la bala española que le privó de la existencia en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, fue piadosa: «Murió a tiempo para no haber visto a los cubanos, que supo unir en la emigración por el mágico influjo de sus palabras y de su conducta, divididos y odiándose en el suelo de la patria. Murió a tiempo para no haber visto de su obra sino el aspecto más bello: el sacrificio, la abnegación, el patriotismo desinteresado en absoluto. Murió con el alma llena de fe en su pueblo y rebozando de ilusiones. Murió como lo había soñado, con la gloria del héroe que cae frente al enemigo, el pecho abierto, serena la mirada».
Justo de Lara, logró penetrar en lo más profundo del pensamiento espiritual de José Martí y fue nutriéndose de su savia a través del estudio de su ideario, bordando una obra a la que tituló sencillamente «Martí» y que culminó el 24 de octubre de 1908, dejándola como testimonio para las futuras generaciones de patriotas.
El excelso periodista a quien dedicamos este artículo murió el 28 de diciembre de 1919 en la ciudad de La Habana, engrosando el panteón de hombres y mujeres ilustres de las letras cubanas.
Bibliografía:
- CartayaCotta, Perla, Justo de Lara, Revista Palabra Nueva, número 231, julio-agosto de 2013, pp. 49-51.
- “Justo de Lara”, [en línea], Ecured, consultado el 18/01/2025, disponible en:
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