«El último mensaje de René»
Era una noche oscura de julio de 1958 en las montañas de Oriente. El aire olía a tierra mojada y a libertad. René, conocido en la clandestinidad como Daniel, avanzaba sigilosamente entre los árboles, llevando consigo no solo su fusil, sino también la esperanza de un pueblo.
Había sido un día agotador. Las fuerzas de Batista los perseguían sin descanso, pero René no podía detenerse. En su bolsillo guardaba un mensaje crucial para Fidel Castro, uno que podría cambiar el curso de la lucha.
Sabía que, si caía en manos del enemigo todo estaría perdido.
De pronto, un ruido lo alertó. Voces y pasos se escuchaban. Los soldados estaban cerca. René se escondió entre la maleza, conteniendo la respiración. Su corazón latía con fuerza, pero su mente estaba clara:
«El mensaje debe llegar» y así se lo hizo saber a Luis, un joven rebelde que lo acompañaba.
Minutos después, creyendo que el peligro había pasado, continuó su camino, sin embargo, al doblar un recodo del sendero se encontró cara a cara con una patrulla enemiga. No hubo tiempo para reaccionar.
—¡Alto! ¡Identifíquense! —gritó una voz militar.
René no levantó sus manos. En lugar de eso, agarró rápidamente el papel en su bolsillo y se lo arrojó a Luis, lo empujó hacia la espesura y sacó su pistola.
—¡Corre!, ¡dile a Fidel que la emboscada es en Pino del Agua! —le ordenó, mientras disparaba al aire para distraer a los soldados.
Los fogonazos iluminaron su rostro por segundos, sabía que no escaparía, pero eso no importaba. Lo único que contaba era que el mensaje llegara. Las ráfagas de un fusil resonaron en la noche. Su sonrisa fue lo último que vieron sus captores.
Al día siguiente, Luis, con el rostro marcado por el cansancio y el dolor, entregó el papel manchado de sudor a Fidel.
—René. no pudo venir —murmuró.
Fidel leyó las coordenadas y asintió en silencio. Afuera, el sol comenzaba a levantarse sobre la sierra.
—Daniel cumplió —dijo finalmente—. Ahora nos toca a nosotros.
Y así, entre el rumor del viento y el eco de los disparos de la noche anterior, el nombre de René Ramos Latour quedó grabado no solo en la memoria de los rebeldes, sino en la historia de Cuba.
Aunque cayera esa noche, su sacrificio no fue en vano. El mensaje llegó a manos de los rebeldes, cumpliendo el objetivo y su valentía se convirtió en leyenda. Hoy, su nombre vive en la memoria de Cuba como un símbolo inclaudicable de coraje y lealtad a la Revolución.
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