LAURA, MI LEGADO EN LA HISTORIA
Trasciendo en el tiempo para contar mi historia, una historia cargada de tenacidad y valor poco común para una mujer del siglo XIX, período cargado de convencionalismos y prejuicios, por lo que batallé fuertemente y abrí el camino, dejando mi modesta impronta en una sociedad donde no se consideraba nuestro género. Mi nombre, Laura Martínez de Carvajal y del Camino, primera mujer médico oftalmólogo en el país.
Nací en La Habana el 27 de agosto de 1869, primogénita de una adinerada familia española que tenía acceso a los círculos más selectos de la sociedad cubana. Mis amorosos padres se encargaron de inculcarme las buenas costumbres y modales, según requerían las normas de la sociedad, sin descuidar los nobles valores que como seres racionales de este mundo debemos poseer.
A la temprana edad de 4 años aprendí a leer. Mi primera enseñanza fue en el Colegio de Señoritas de Manuela Concha y Duval, distinguida profesora española que impartía clases de piano. Luego cursé el bachillerato en el colegio San Francisco de Paula, donde me gradué a la edad de trece años, siendo la primera fémina graduada en ese nivel en Cuba.
A los catorce años tuve la dicha de matricular junto a mi hermano Vicente en la Universidad de La Habana, simultaneando la licenciatura en Ciencias Físico – Matemáticas con la de Medicina y Cirugía. Sumamente difícil resultó sobreponerme a las burlas y comentarios ofensivos generados por mi sola presencia en un aula de hombres, los cuales me calificaban de ridícula y extravagante, acompañados de las trabas impuestas por algunos profesores que me creían incapaz de lograr mis metas.
Nada podía detenerme, de las diecinueve asignaturas cursadas en la primera especialidad, obtuve calificaciones de sobresaliente en diecisiete, siendo las otras dos de notable. De las veinticuatro que tuve que vencer para hacerme médico, en diecisiete alcancé la nota de sobresaliente, en siete de notable y en la última de bueno, consiguiendo la calificación máxima en ambos ejercicios de grado.
A pesar de todas las dificultades enfrentadas, me gradué de la primera carrera el 30 de junio de 1888 y un año después obtuve el título de la segunda, convirtiéndome el 15 de julio de 1889 en la primera mujer graduada como médico en la Isla.
A partir de entonces a fuerza de respeto y constancia tuve que imponerme y hacer notar mis capacidades en una sociedad que no me admitía por mi condición de mujer, sin embargo, a pesar de los obstáculos, fui conquistando de a poco con el trabajo diario el respeto y la admiración de mis compañeros.
En 1883 había iniciado la preparación clínica en el Hospital San Felipe y Santiago, lugar lúgubre y sombrío, ubicado en lo alto de una cárcel y en donde se atendía exclusivamente a los presos. Para beneplácito mío al tiempo me trasladaron al Hospital San Francisco de Paula, donde las condiciones mejoraron y pude cursar las asignaturas de Obstetricia y Enfermedades de la Mujer y el Niño.
Debido a prejuicios sociales no se me permitía practicar la disección de cadáveres junto a mis compañeros de estudio, tenía que realizar las prácticas en completa soledad los sábados y domingos, otra prueba que la sociedad imponía a mi condición de mujer, consideraban que este lugar infrigiría en mí el temor a los cuerpos inertes y que provocaría las acostumbradas manifestaciones de náuseas sufridas por los practicantes en cada curso. Ignoraban la vocación, perseverancia y entereza de mi ser. Asistí a cada práctica satisfecha de la oportunidad que sin saber me ofrecían, pues al ser la única en la morgue pude ejercer cada fase de esa técnica.
Y como toda mortal el amor llegó a mí de la mano de un apuesto muchacho, el Dr. Enrique López Veitía, oftalmólogo de renombre del Hospital Reina Mercedes1y quien posteriormente iniciaría en el país las celebraciones de los Congresos Médicos. Debido a las responsabilidades de Enrique y de mis prácticas como médico decidimos casarnos, pero mi padre se opuso rotundamente, solicitando culminar primero la carrera. Y así fue como cinco días después de recibirme como galeno contrajimos nupcias, el 20 de julio de 1889.
Enrique se había especializado en oftalmología y llegó a ser director de la Policlínica de Especialidades; es allí donde comencé a ejercer como profesional, llegando a convertirme en su inseparable ayudante. Compartimos todo, conocimientos, experiencias, casos novedosos y complejos. Me atraía cada vez más la rama oftalmológica y Enrique era un magnífico profesor, muchas veces quedé a cargo de sus pacientes cuando él se veía imposibilitado de atenderlos.
La vida nos regaló siete adorables hijos, a los que nunca desatendí a pesar de mi trabajo y afán investigativo.
Fue un privilegio asistir a numerosos congresos médicos convocados por mi esposo. Colaboré con él en un sinnúmero de publicaciones referentes a la especialidad por la cual sentíamos verdadera pasión. La habilidad en la pintura que obtuve en el recorrido por las distintas etapas como estudiante me sirvió para ilustrar nuestros escritos y conformar un atlas de fondo de ojo, esencial para realizar diagnósticos.
De esta manera es que me convertí en la primera mujer oftalmóloga que tuvo el país, llenando de orgullo el corazón de mi esposo y de esperanza la visión de los más necesitados.Pero la dicha no es plena, Enrique comenzó a sentirse enfermo y débil, ambos sabíamos que nada bueno se avecinaba, el diagnóstico era definitivo: tuberculosis. Por más empeño que dedicara a su recuperación, la vida se le iba y de la forma más dolorosa. Asumí las operaciones y tratamientos oculares de los pacientes en la Clínica, hasta que me dediqué por entero a la persona que colmó de felicidad mi vida. No me importó abandonar por amor la profesión por la que tanto había luchado. Debía compartir como fiel esposa todo el tiempo que le quedara.
En el período en que Enrique estuvo convaleciente me mantuve atendiendo en casa a los pacientes de la Clínica. Como sentía predilección por las flores me refugié en ellas, cuidando con esmero el jardín de nuestra casa, ubicada en el Vedado, en la calle Paseo y 1era. A Enrique le encantaba sentarse en las tardes a admirar los diversos colores y deleitarse cuanto le permitían sus pulmones el dulce olor del galán de noche.
En aquella época se hizo muy popular una distinguida señora, MrsJanetteRyder, quien empleó toda su fortuna en fundar una institución llamada «Bando de Piedad», encargada de recoger a niños y animales desamparados para darles un mejor futuro. No tardé en solidarizarme con esa causa por lo que me hice miembro activa de ese centro.
Por más que uno quiera no puede huir de lo inevitable, el 10 de febrero de 1910, a los 51 años de edad partió de este mundo mi Enrique, dejando un profundo dolor y vacío en mi alma. Siete años tardé en sobrellevar el luto. Debía encaminar mi vida, traerle tranquilidad espiritual a mis preocupados hijos que no soportaban verme en tan lánguidas condiciones, y qué mejor manera que sirviendo a los más necesitados, por tal razón en el años 1917, junto a mi hija María, fundamos en una finca ubicada en el Cotorro, «El Retiro», donde instalamos una escuelita gratuita para los pobres y en donde asistí a algunos enfermos, eso dió sentido a nuestras vidas y renovó las fuerzas. Dediqué a este lugar el resto de mi existencia.
Por coincidencia de la vida padecí la misma enfermedad de mi esposo. Sentía como la tuberculosis iba lacerando mi cuerpo, limitando mi respiración, quitándome fuerzas. El 24 de enero de 1941, en Villa El Retiro, a mis 72 años, dí mi último aliento, rodeada y arropada en el amor de mis queridos hijos.
Retorno a mi rincón de inmortalidad, dejando esta historia como legado de fortaleza, perseverancia y dedicación. Mi historia constituye mi testamento para las mujeres de generaciones futuras, ofreciendo un testimonio vivaz de tenacidad y compromiso por la superación.
A través de mi vida se condensan los ideales de reivindicación de la mujer y de no aceptación de la injusticia, siendo un ejemplo de mejoramiento humano ante las adversidades y un parteaguas2 en la historia de la ciencia médica en Cuba.
Referencias:
1Ubicado en la manzana que hoy ocupa la heladería “Coppelia”,fue inaugurado en febrero de 1886. Se decide su traslado y nueva sede en el hoy conocido como Hospital Fajardo. El Hospital Reina Mercedes sería demolido en agosto de 1958.
2Momento o hecho decisivo que marca la diferencia entre un estado previo y otro siguiente.
Bibliografía.
- Laura Martínez de Carvajal, artículo de Ecured [en línea], disponible en: https://www.ecured,cu, consultado el 18/12/2024.
- Laura Martínez de Carvajal, pionera de la medicina y la oftalmología cubana, Revista Mujeres con Ciencia, [en línea], disponible en: https://www.mujeresconciencia, consultado el 18/12/2024.
- Primera mujer graduada de médico en Cuba, Radio Habana Cuba [en línea], disponible en: https://www.radiohc.cu, consultado el 18/12/2024.
- Laura Martínez Carvajal, Portal del ciudadano de La Habana [en línea], disponible en:http://lahabana.gob.cu, consultado el 18/12/2024.
Comentarios
En este sitio no se admiten comentarios que violen, incumplan o inciten a romper legislaciones cubanas vigentes o atenten y dañen el prestigio de alguna personalidad o institución, así como tampoco aquellos que contengan frases obsenas, groseras o vulgares. Verde Olivo se reserva el derecho de no publicar los comentarios que incumplan con las normas antes expuestas.