–¡Atención! ¡Recuento! Abren y chirrían las puertas de hierro del interior de la galera, las de cada celda; salimos al pasillo, nos alineamos frente a un oficial acompañado de un soldado y un recluso. Así ha sido invariablemente todos los días a las seis de la mañana y de la tarde, y también otras veces para una requisa por sospecha o por precaución. En esta ocasión nos notifican que después del recuento nos trasladarán y nos ordenan que recojamos nuestras pertenencias. Un preso trae un lápiz en una mano, una tablilla en la otra y sobre ella una planilla sujeta con una presilla de presión donde va anotando según nos cuentan: “uno, dos, tres, cuatro...”. Así va contando hasta veintiséis, pues el resto de los que estaban junto a nosotros en la galera ya fueron puestos en libertad. Los había de diferentes partidos políticos: comunistas, ortodoxos, auténticos; un ex jefe de la policía en Santiago de Cuba, estudiantes, un comerciante con la mujer y su chofer. Ahora, solo nosotros. Todo está más tranquilo y las celdas de los ya mencionados vacías, pues al declararnos nosotros culpables los pusieron en libertad.
Libros
El programa de la 32 Feria Internacional del Libro, se llena de ala y color con las excelentes presentaciones que llegarán al público lector los próximos días. Camina por las páginas del saber, el conocimiento y las curiosidades.Súmate.
Una carta sorprendente llegó a la oficina de los patriotas cubanos en Nueva York: la noticia de un aparato que podía volar y bombardear al ejército enemigo. ¿Existía ese aparato en 1893? Un joven revolucionario, burlando la vigilancia del régimen español, había creado el velocípedo aéreo y lo ofrecía, como todo su talento, para liberar a Cuba. Era Arturo Comas Pons, ingeniero agrónomo, periodista, inventor y dibu- jante, quien escribió a Martí sabiendo que organizaba la Guerra Necesa- ria. En su honor, los dos aviones construidos en Cuba, cien años después, llevan por nombre Comas 1 y Comas 2, uno de los cuales se exhibe en el Museo del Aire en La Habana.
El general de brigada Arnaldo Tamayo Méndez, después de treinta años de su salto al espacio cósmico, narra sus vivencias fuera del globo terraqueo y como cubano, desde su infancia en el natal Guantánamo, como piloto de guerra y cosmonauta investigador.El general de brigada Arnaldo Tamayo Méndez, después de treinta años de su salto al espacio cósmico, narra sus vivencias fuera del globo terraqueo y como cubano, desde su infancia en el natal Guantánamo, como piloto de guerra y cosmonauta investigador.
Hace ya 171 años, en la calle de Paula —hoy Leonor Pérez—, nació un niño que estaba destinado a convertirse en el más universal de todos los cubanos. Su extraordinaria inteligencia le permitiría saltar por encima de los límites que su humilde cuna le trazaba; conquistar la amistad y el aprecio del poeta y maestro Rafael María de Mendive, director primero de la Escuela de Instrucción Primaria Superior Municipal para Varones y después, del colegio San Pablo, en cuya casa era como un hijo y en cuya escuela pudo estudiar la enseñanza media, para luego, ya en España, realizar sus dos carreras universitarias—Derecho y Filosofía y Letras—, y a lo largo de toda su vida adquirir una vasta y variada cultura.
El beso de Cuba, llamaba a la marca en su labio superior: fue una herida que recibió en combate. Flor Crombet (nacido en El Cobre, Santiago de Cuba, 17 de septiembre de 1851) casi desde niño se entregó plenamente a su Patria. Por su valor e inteligencia ganó la confianza de Antonio Maceo, Máximo Gómez y José Martí. Participó en la Protesta de Baraguá. Para or- ganizar la Guerra Chiquita, viajó a Estados Unidos, al regresar fue detenido y enviado a España. Allí sufrió prisión 23 meses, pero logró escapar y se estableció en Costa Rica. Para reiniciar la Guerra Necesaria, dirige la expedición de la goleta Honor, que con Antonio y José Maceo, desembarca el 1 de abril de 1895 por Duaba (Baracoa). Cerca del lugar, cayó combatiendo diez días después. Flor tiene un noble corazón, −afirmó Martí. Y su vida deslumbra como fuego intenso, maravilloso.