El Che nació en octubre (III)

03 de Octubre de 2024

El cadáver del Che expuesto en Vallegrande. Foto: Marc Hutten/AFP

Los lunes son difíciles, pero el del 9 de octubre de 1967 fue el peor de todos.

 

El domingo había sido el preámbulo, por eso más triste que su apresamiento, para Ramón, o el Che, fue no saber la suerte de sus hombres. A esas horas debían estar muertos o desperdigados en algún sitio que él desconocía, pero prefirió creer que de cualquier manera, la lucha seguiría.

 

Resistirse habría sido una necedad innecesaria. El Che asumió su destino porque siempre supo lo que la vida le deparaba. ¡Imposible un final diferente! Y mientras lo llevaban hacia La Higuera, él vio toda su vida pasando en ráfaga ante sus ojos.  

 

Washington habló a La Paz, y esta última dio la orden a los militares que estaban en el terreno. Paradójico, la encomienda de asesinar a un hombre y su idea, pasaron por una ciudad con nombre de paz. No se podía cometer el error del ejército batistiano de no asesinar a Fidel cuando pudieron.

 

El Sargento Mario Terán al alistar su armase preparaba para entrar a la historia por la puerta del fondo. El Che lo miró y le espetó a la cara, “sé que viene a matarme. Dispare, cobarde, que solo va a matar a un hombre”. Tal vez el militar ni sabía el talante que tenía en frente, pero siempre ha de haber quien haga el trabajo sucio.

 

El primer disparo retumbó en el silencio de un pueblo que había nacido para vivir en el olvido. No se sabe si por el nerviosismo de Mario, o porque las órdenes incluían el ensañamiento, pero soloatravesó el antebrazo y el muslo.

 

“Apunte bien”, le exigió el Che, y sus palabras sonaron más a disparo que lo que Mario había acabado de hacer. El guerrillero estaba tranquilo, y ni siquiera su cuerpo le devolvía un ápice de dolor que le indicara que sus asuntos eran de este mundo. Allí estaba sucediendo algo que el Sargento no pudo ver por su miopía política y humana, la transformación del hombre en mito.  

 

La segunda vez que apretó el gatillo mejoró su puntería y lo supo cuando vio el cuello con una cascada de sangre. De un momento a otro, alguien moriría desangrado en La Higuera.

 

En auxilio de su compañero, o cumpliendo simplemente la orden de rematar, llegó el Sargento Bernardino Huanca. Sus intenciones eran tan macabras que apenas entró, dio una patada al cuerpo del Che y luego disparó ala zona del pecho.

 

El trabajo había sido concluido, solo quedaba poner en escena un guion tan absurdo, como cobarde: el Che había muerto en combate o a consecuencia de sus heridas. Sin embargo, el médico UstaryArzeenVallegrande notó que el cadáver estaba caliente y sin rigidez, lo que echaba por tierra la mentira. Había sido asesinado.

 

Lo expusieron en La Lavandería del pueblo como un trofeo, pero los ojos del Che permanecieron abiertos. La imagen era sobrecogedora, pero a diferencia de lo que pudiera pensarse, no inspiraba lástima, sino respeto. Aquellos ojos fueron proféticos, y todavía hoy se les puede ver encendidos.

 

El panorama en la morgue debió ser todavía más paupérrimo. A algún pobre diablo le tocó latristísima encomienda de separar las manos del cuerpo, como si con eso impidieran que tomara el fusil en la primera oportunidad. ¡Hasta muerto le temían!

 

El resto fue simple, enterrarlo en secreto y esparcir el rumor de que había sido incinerado. Los revolucionarios no tendrían una tumba para llevarle flores.

 

 

Referencias:

 

  • El cadáver del Che expuesto en Vallegrande. Foto :Marc Hutten/AFP

  • El cadáver del Che expuesto en Vallegrande,junto a los cuerpos de dos guerrilleros. Foto :Marc Hutten/AFP

  • Estatua del Che en La Higuera. Foto :Lautaro Actis

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