Ecos de pólvora y piedra: historia de la artillería cubana desde La Cabaña
A comienzos del siglo XX, en los primeros años de la neocolonia, la naciente república enfrentó el imperativo de modernizar sus estructuras defensivas y profesionales. Uno de los avances más significativos fue la incorporación, por parte del Ejército Constitucional, del cañón Schneider 75/28 modelo 1906: una pieza de artillería francesa de tiro rápido que transformó radicalmente las prácticas militares del país.
Este cañón, de calibre 75 mm, era capaz de disparar hasta 25 proyectiles por minuto, con un alcance efectivo de 5000 metros y máximo de hasta 10700 metros al utilizar munición especial. Su sistema de retroceso hidráulico, mecanismo de cierre cilíndrico de una sola operación y velocidad inicial de 520 metros por segundo, lo consagraron como un instrumento de precisión técnica y destacada movilidad táctica.
Fue esta pieza la que protagonizó los entrenamientos de la Escuela de Artillería de la Fortaleza de La Cabaña durante la década de 1930. En sus entrañas de piedra, otrora baluarte contra corsarios y flotas imperiales, se gestaba una nueva generación de artilleros al servicio del ejército neocolonial. Las prácticas de tiro, los cálculos balísticos y las calibraciones se ejecutaban en campos como Aguas Blancas, preparando a las fuerzas que, tiempo después, serían desplegadas para sofocar las aspiraciones del pueblo trabajador.
Según relatos recogidos de la tradición oral, voces de antiguos artilleros que ya no se escuchan en las plazas de armas pero que resuenan en los pasillos del recuerdo, varias de las piezas que entrenaban en La Cabaña fueron utilizadas por el entonces coronel Fulgencio Batista durante el célebre combate del Hotel Nacional de Cuba durante la llamada «Revolución del 33». En aquella jornada, tres mil soldados sitiaron el edificio convertido en bastión de oficiales leales a Machado, y baterías de obuses de 75 mm ubicadas en puntos clave abrieron fuego, causando estragos y precipitando la rendición. La historia —entre el documento y el rumor— sugiere que los cañones Schneider, testigos de instrucción en tiempos de paz, se convirtieron también en protagonistas durante la convulsión política.
Hoy, esas piezas de artillería y sus ecos se conservan en el Parque Histórico Militar Morro-Cabaña (PHMMC), conjunto patrimonial que une al Castillo del Morro y la Fortaleza de La Cabaña en una narrativa de resistencia, geopolítica y técnica militar. Declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1982 y reconocido como Monumento Nacional, este recinto no solo protege estructuras coloniales, sino también la memoria táctica del país.
En sus salas de exhibición y patios de maniobra se preservan cañones de diferentes épocas, paneles explicativos y recreaciones que permiten visualizar la evolución de la artillería en Cuba. El Parque no es sólo piedra y cañonazos, es testimonio del arte militar, de los aciertos y errores, del talento y sacrificio de generaciones de soldados e ingenieros.
Resulta imperativo que los jóvenes cubanos se acerquen a esta institución. En un mundo que privilegia lo efímero y la instantaneidad, el PHMMCofrece la posibilidad de una experiencia tangible con la historia: tocar el metal, recorrer los pasadizos, escuchar las ceremonias del «cañonazo de las 9», y preguntarse quién estuvo allí, por qué luchó, qué soñó.
En tiempos de desafíos globales, entender el arte militar no implica glorificar la guerra, sino reconocer el papel de la defensa, la ingeniería y la memoria táctica en la formación de un país soberano. El PHMMC no es solo un museo: es una escuela abierta, un archivo viviente, un lugar donde la piedra dialoga con el pasado y donde las piezas de artillería esperan ser interpretadas como testigos de la nación.
Fuentes:
Revista El Ejército Constitucional. (1936, mayo). Las prácticas de cañón por la Escuela de Artillería. Número 05.
Revista El Ejército Constitucional. (1936, marzo). La Cabaña. Nro. 03.
Revista Bohemia. (2023, octubre 11). El combate del Hotel Nacional. Bohemia.
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