Un legado para hoy: la carta inconclusa del 18 de mayo

Por: María Luisa García Moreno
17 de Mayo de 2022

Ilustración: Luis Bestard Cruz

Como ya referí en un trabajo anterior,[1] seis cartas de José Martí a familiares o amigos entrañables han sido consideradas su testamento. Entre ellas, la carta inconclusa a su hermano mexicano Manuel Mercado de la Paz, escrita desde el campamento de Dos Ríos, el 18 de mayo de 1895, está reconocida como su testamento político. Y pudiera decirse más, esta misiva es su legado antimperialista para Cuba y para América.

 

Con palabras que muchos sabemos de memoria expresaba: “[…] ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber […] de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin”.[2]

 

En esa idea está expresado su criterio acerca del equilibrio del mundo —un mundo equilibrado sería aquel en el que todas las personas y todas las naciones tuvieran los mismos derechos y deberes, así como las mismas oportunidades—. La emergente potencia imperialista que era ya Estados Unidos buscaba, con la apropiación de Cuba, reforzar su influencia en el continente y convertir a la América Latina en su patio trasero. Muchos aún no lo veían claro y consideraban a la potencia norteña símbolo de la libertad; pero Martí había tenido la oportunidad de ver crecer al imperio desde adentro —“Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas:—y mi honda es la de David”—.[3]  Por eso, de manera muy clara enunció que los pueblos todos del continente estaban “[…] vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los Imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia […]”.[4]

 

Le cuenta a su amigo mexicano de su entrevista con el corresponsal del Herald, Eugenio Bryson y, en particular, acerca de la conversación del periodista “[...] con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a entender éste que sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos […]”.[5]

 

Le habla también de su desembarco por Playitas (11 de abril) y de su avance a través de las abruptas serranías hacia el Camagüey, donde tendría lugar “[…] una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas […]”. Según lo acordado con Gómez y Maceo en La Mejorana, iba “[…] a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar conforme a su estado nuevo […]”.[6] Tal decisión, surgida a causa de las discrepancias con el general Antonio acerca de la forma que debería adoptar la dirección de la revolución, le preocupaba sobre la base de los análisis que había realizado de las guerras anteriores. Consideraba que era necesario otorgar “[…] plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una Cámara sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o los celos, y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana,—la misma alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la representación de la república, que la que empuja y mantiene en la guerra a los revolucionario […]”.[7] Y en esta fórmula se plantea de nuevo el concepto de equilibrio, esta vez entre la dirección política de la revolución y su conducción militar.

 

Vale decir que todo lo que Martí previó y alertó, desgraciadamente ocurrió y, en ello, influye su temprana caída en combate. En 1898, Estados Unidos intervino en la guerra que los mambises libraban contra España y que ya tenían ganada; con esa intervención convirtieron a Cuba primero en un protectorado y luego en una neocolonia y “con esa fuerza más”, cayeron sobre América. Luego de la entrada de Estados Unidos en la guerra, España prefirió negociar con los yanquis y el Ejército Libertador sufrió humillaciones, como la prohibición de entrar a las ciudades rendidas por miedo a que cometieran atropellos contra los vencidos. Por último, en la Asamblea Constituyente de Jimaguayú, la fórmula adoptada subordinaba las decisiones referidas al desarrollo de la guerra a la aprobación del Consejo de Gobierno, que repetiría los errores de la Cámara de Representantes durante la Guerra de los Diez Años.

 

Por la agudeza de su visión, por su extraordinaria perspicacia y capacidad de avizorar el futuro, Martí —como Fidel— es nuestro guía. Su testamento político también nos da las claves para hoy.

 

 

 


[1] Véase en esta página web, “Las cartas testamento de José Martí. Su testamento literario”.

[2] José Martí: “Carta a Manuel Mercado”, 18 de mayo de 1895, en Obras completas, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, pp. 167-168.

[3]Ibidem, p. 168.

[4]Ibidem.

[5]Ibidem.

[6]Ibidem, p. 169.

[7]Ibidem.