Un cubano a prueba de grilletes

Por María Luisa García Moreno
02 de Septiembre de 2022

Ilustración: Luis Bestard Cruz

Tras el fatídico Pacto del Zanjón (10 de febrero de 1878), la insatisfacción de los cubanos —tras diez años de lucha sin conseguir independencia ni abolición— produjo una serie de intentos de reiniciar la contienda, condenados estos al fracaso porque no se habían solucionado los problemas provocados por la falta de unidad. Entre otras acciones aisladas el primero de esos nuevos intentos fue la Guerra Chiquita (24 de agosto de 1879-agosto de 1880); tampoco la rendición de Calixto García amilanó a los cubanos.

 

En medio de esa efervescencia patriótica, en septiembre de 1882, el mayor general Máximo Gómez Báez escribió a Fernando Figueredo Socarrás (Puerto Príncipe, 1846-La Habana, 1929), quien se incorporó a la gesta desde el asalto a Bayamo (18-20 de octubre de 1868) y era muy cercano a Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo:

 

“Yo opino, como amante leal y desinteresado de la independencia de Cuba, que no debe darse un paso que pueda desconcertar los trabajos iniciados con tan buen éxito con Martí.

 

”Cualquier ligero desacuerdo en las formas, eso no implica nada, lo que se busca en asuntos tan serios y graves, es el fondo.

 

”—¿Quién es Martí para atreverse a tanto?, pensarán algunos y yo les digo: ‘un cubano a prueba de grilletes, por ser cubano cuando apenas tenía bigotes’. He ahí una buena credencial. ¿Que no se ha batido en los campos gloriosos de la Patria? Pero puede batirse. ¿Y acaso solamente los que tiran tiros pueden y deben ser los depositarios de la confianza pública? Pobres entonces y dignas de compasión las naciones donde los hombres razonan de semejante modo”.[1]

 

A pesar de que desde los dieciséis años Martí había iniciado su lucha por la libertad patria, el hecho de que no hubiera combatido, machete en mano en los campos de Cuba Libre, hacía que muchos vieran con recelo su participación en las distintas organizaciones que se sucedieron en la dirección de las actividades conspirativas. Debe entenderse que, en ese momento, Martí tenía el doble aval de haber enfrentado el presidio (1871) y, tras su regreso a Cuba, luego del Pacto del Zanjón, haberse sumado a las actividades conspirativas relacionadas con la organización de la Guerra Chiquita, las que lo condujeron a su segundo destierro de la Patria amada; una vez en España, había huido del control de las autoridades y trasladado a Estados Unidos, donde quedó al frente del movimiento cuando Calixto García Íñiguez se incorporó a la contienda.

 

Con muy buen tino, Gómez supo aquilatar el sacrificio y la abnegación del jovencito Martí y la perseverancia del hombre que continuaba tenaz en su labor. Más allá, el guerrero supo entender que no solo a tiros se forjan las naciones.

 

De ahí la extraordinaria vigencia de esta carta, pues hoy enfrentamos un combate diferente y, aunque debemos estar preparados para usar las armas en caso necesario, las batallas son otras y para enfrentar la agresión de que somos víctimas, esta nación demanda del trabajo y la inteligencia de todos sus hijos.

 


[1]Máximo Gómez, cit. por María Luisa García Moreno: José Martí: un cubano a prueba de grilletes, Casa Editorial, Verde Olivo, La Habana, 2017, p. 11.