Símbolo en sacrificio y en pensamiento

Por Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz
27 de Enero de 2021

 

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Nuestro pensamiento se remonta a aquel día, afortunado para nuestra patria, del año 1853 en que nació el apóstol Martí.  Ciento siete años han transcurrido. Toda la vida de aquel hombre extraordinario que cayó en Dos Ríos después de dedicar su pensamiento y su energía, casi desde niño, a la causa de la libertad de su patria; toda una vida, no solo de aquella generación, sino de varias generaciones; 107 años de sacrificio de nuestro pueblo, porque la importancia de aquella fecha es que de nuestro pueblo surgió aquel hombre que habría algún día de señalar con claridad meridiana el camino a seguir.  Junto con él lucharon los cubanos de su generación y las generaciones que vinieron después; 107 años de lucha se dice muy fácilmente, pero 107 años son largos años y lo que se inició a mediados del pasado siglo empieza, recién ahora, a culminar y aún puede decirse que estamos empezando.

 

Estamos empezando a cosechar los frutos y a defender los frutos, porque no quiere decir esta alegría —esta alegría tan sana y tan cubana—, no quiere decir que vivamos en la ilusión de que los años de esfuerzo y de sacrificio han terminado.  La alegría de hoy es la alegría de un pueblo que después de un siglo se siente por primera vez absolutamente dueño de su voluntad y de su destino, de su destino para comenzar a hacer la obra que soñaron nuestros fundadores, para comenzar a hacer realidad lo que en la mente de aquellos hombres fue un ideal, fue un hermoso sueño, porque lucharon para un fin, lucharon para conquistar la autodeterminación del pueblo, a fin de que ese pueblo libre pudiera realizar una obra.  Y así, desde los primeros que cayeron a mediados de siglo, y los primeros que cayeron en 1868 o en 1895 o en cualquiera de las tantas batallas y escaramuzas que se libraron en la colonia y en el presente siglo, fueron batallas que se libraron por un gran objetivo, el cual aquellas generaciones que se sacrificaron no tuvieron la oportunidad de ver realizado.

 

Cayeron muchos en la lucha, otros tuvieron que afrontar, más de una vez, el amargo sabor de la adversidad. ¡Qué lejos estuvieron los que tal vez se alzaron en armas con la idea de que transcurrida la guerra, siempre dura y siempre amarga, algún día podrían ver realizados, en la patria libre, los postulados que dieron fuerza a los brazos de nuestros primeros mambises!  ¡Cuántas ilusiones, nos preguntamos, bajaron a la tumba con aquellos que la albergaron, cuántos sueños, desde Céspedes, Agramonte, hasta los últimos que cayeron en las horas postreras de esta guerra, que fue la última guerra de independencia plena de la nación cubana!

 

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Con esto señalo la realidad, y la realidad de que, a la larga, sea mucho mayor la suma de valor, la suma de fe, la suma de sacrificio y de heroísmo, sobre la suma de cobardía, de deslealtad o de debilidad de otros, para que pensemos en esta tarea honrosa, pero difícil, porque a los débiles de adentro, a los traidores de adentro, a los cobardes de adentro, a los corrompidos de adentro, hay que sumar los corrompidos de afuera, hay que sumar el poderío de los de afuera (APLAUSOS), hay que sumar el esfuerzo que contra la Revolución hacen los de afuera. A los buenos de adentro los acompaña la solidaridad y la simpatía de todos los buenos de afuera.

 

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[...] las virtudes de nuestro pueblo fueron creciendo, y nos encontramos que en nuestro pueblo había fuerzas suficientes para librarnos de las ataduras poderosas que realmente mantenían a nuestro pueblo sumido a una política y a unos procedimientos que eran los más opuestos a sus intereses.

 

Y así, ¿por qué se pudo llevar adelante la última guerra libertadora?  ¿Por qué se pudo alcanzar la victoria?  ¿Por qué avanza la Revolución?  Se logró todo porque había virtudes en nuestro pueblo, y esas virtudes fueron el fruto de las semillas que sembraron los fundadores de nuestra república; de la semilla, de la abundante semilla que sembró nuestro apóstol José Martí.  Porque ese amor acendrado a la libertad, esa prédica constante de dignidad, ese sentido humano del pensamiento martiano; ese odio a la tiranía, ese odio al vicio, ese odio a la esclavitud que le hizo decir:  “Sin Patria, pero sin amo”, sin patria, pero sin amo, es decir, preferir la muerte a tener un amo… (APLAUSOS.)  Esa prédica fue la que nutrió el espíritu rebelde y heroico de nuestro pueblo, que allá en Santiago de Cuba, junto a la tumba de Martí, en el Año del Centenario, ofrendó la vida de casi un centenar de jóvenes.  Ese espíritu, que es la característica de nuestro pueblo, de un pueblo digno, de un pueblo heroico, de un pueblo esforzado, de un pueblo entusiasta, es lo que tenemos que agradecer al ejemplo de nuestros fundadores, y a la prédica de nuestro Apóstol; [...]

 

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[...] De ahí que la lucha revolucionaria por la justicia social tenga que ser necesariamente una lucha por la reafirmación de la soberanía nacional, puesto que no puede considerarse un pueblo libre, un pueblo que no tenga derecho a conquistar la libertad dentro de su propio territorio, no puede considerarse un pueblo libre un pueblo que no tenga libertad para implantar la justicia social, y los problemas que ha tenido que afrontar nuestra Revolución no han sido problemas gratuitos, no han sido problemas suscitados por afición de sus gobernantes, han sido problemas suscitados por nuestro propósito de hacer justicia social, y para ello tener que reafirmar nuestra soberanía, ya que nosotros no hemos pretendido legislar en otros territorios y los problemas se han suscitado por legislar dentro de nuestro propio territorio, no por hacer leyes para otros pueblos…, no por hacer leyes para otros pueblos, sino por hacer leyes para nuestro pueblo. Y es curioso, como lección de política, es curioso, como enseñanza esclarecedora, el que un pueblo por hacer leyes dentro de su propio territorio, por hacer leyes para su propio pueblo, tenga que buscarse dificultades de carácter internacional.

 

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Fomentemos, pues, la virtud, fomentemos la dignidad, reverenciemos cada vez más a nuestros fundadores, recordemos cada vez más a nuestro Apóstol, más cada año y no por un motivo solo de gratitud, sino por ser necesidad, porque los necesitamos, porque necesitamos que con nosotros libren las batallas que estamos librando; recordémoslo y venerémoslo cada vez más y con más fervor, hoy, en esta cena tan cubana y tan hermosa; mañana, es decir hoy por el día, desfilando las milicias frente a la estatua del Apóstol en el Parque Central y allá en Oriente, mientras en todos los demás lugares de la isla las instituciones patrióticas, de un modo o de otro, rinden tributo al Apóstol, allá el Gobierno Revolucionario entregando a los niños de Santiago de Cuba, convertido ya en hermoso centro escolar, el cuartel Moncada... , donde cayeron aquellos compañeros nuestros el 26 de julio de 1953, Año del Centenario del Apóstol, centenario que tuvo que conmemorar nuestro pueblo bajo feroz y sanguinaria tiranía; centenario que estamos conmemorando hoy, que vamos a conmemorar allí, en uno de los actos más emotivos, porque son como la definición de esta Revolución, que convierte fortalezas en escuelas...; que derriba muros llenos de aspilleras y convierte en aulas, barracas de soldados, en la seguridad de la certeza de aquel pensamiento, de que “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”.

 

Y la historia demostrará que si al fin y al cabo, las fortalezas llenas de aspilleras y de soldados sucumbieron ante el empuje de nuestro pueblo que luchaba por una causa justa; en cambio, nuestras escuelas, representación del pensamiento y la cultura, jamás caerán bajo las fuerzas, jamás caerán bajo la fuerza de los que nos la quieran quitar para convertirlas en cuarteles defensores de privilegios, porque esas escuelas las sabrá defender nuestro pueblo; porque esas escuelas las defenderá nuestro pueblo con trincheras de ideas y trincheras de piedras.

 

Y así, marcharemos adelante, reafirmando nuestra soberanía, haciendo leyes justas, dándoles tierra a los campesinos, escuelas a los niños, hospitales a los enfermos, trabajo a los desempleados, horizontes prometedores a nuestra juventud y a nuestro pueblo todo.  Así continuaremos derribando fortalezas, y haciendo escuelas, con optimismo y con seguridad, porque creo en nuestro pueblo, porque estoy seguro de que tiene temple y tiene virtudes suficientes para marchar por este camino, porque tiene sobrados ejemplos que lo alienten, suficiente prédica martiana que lo anime y lo inspire.

 

Por eso hoy, al conmemorar este aniversario del nacimiento de quien fue un símbolo en sacrificio y en pensamiento para la patria, la satisfacción de poder mirar con orgullo la estatua del Apóstol y decirle: “¡Al fin, Maestro, tu Cuba que soñaste, está siendo convertida en realidad!”