Martí en México. Amor con amor se paga
Al fin, tras largo viaje, el 8 de febrero de 1875 arribó José Martí a la hermosa Veracruz y, de ahí, se trasladó a la capital mexicana, donde en la estación de Buenavista lo aguardaba el padre enlutado, acompañado de Manuel Mercado,1 un vecino con quien la familia había hecho amistad y quien se convertiría, para toda la vida, en otro hermano entrañable.
Padre e hijo se fundieron en un estrecho abrazo; enseguida comprendió Pepe el motivo del luto en don Mariano: su hermana Ana, a quien sabía enferma, había muerto con solo 19 años a causa de una dolencia cardiaca el 5 de enero. El reencuentro con la madre y las hermanas estuvo marcado por la tristeza y el recuerdo de la querida muchachita.
Supo Pepe que el padre, la madre y las hermanas cosían día y noche para un proveedor del ejército y así conseguían los escasos recursos de que disponían. La familia vivía en dos humildes habitaciones de un edificio situado en la calle de la Moneda, a un costado del Palacio de Gobierno. El piso superior de aquella casa era compartido por el joven Mercado y Manuel Ocaranza,2 pintor que había sido novio de Ana.
Fueron precisamente los dos Manuel quienes le mostraron la capital y el primero, auxiliado de sus relaciones como secretario de Gobernación en el Distrito Federal, le consiguió algunos trabajos en el periódico El Federalista y, poco después, lo puso en contacto con José Vicente Villada, director de la prestigiosa Revista Universal.
Desde los primeros días de marzo, comenzó a colaborar en esa publicación; primero, con trabajos anónimos. Luego realizó la traducción de Mes fils,3 que la Revista… daría a conocer por entregas. La elegante y vigorosa prosa sorprendió a todos y ese pequeño éxito le abrió las puertas hacia otras tareas de mayor importancia.
Pronto fue encargado de la sección “Boletín parlamentario”, que firmaba con sus iniciales y lo obligaba a estar al tanto del acontecer político que estremecía la sociedad mexicana. En los primeros días de mayo, le encargaron la sección editorial que firmaba como Orestes. A pesar del anonimato, pronto llamaron la atención el acento elevado de sus textos, la calidad de su estilo y su fervor americanista. Por entonces, ya aparecía su nombre en el selecto cuadro de redactores y algunos de sus trabajos en pro de la causa cubana, provocaron polémica entre los sectores más reaccionarios de la prensa.
En diciembre del 1875, era ya Martí un intelectual bien conocido en México y contaba con numerosos amigos que respetaban su talento. Uno de ellos era Enrique Guasp,4 cuyo proyecto de reanimar el teatro nacional había celebrado Pepe en la Revista…
La insistencia de este actor consiguió que Martí escribiera un proverbio en versos titulado Amor con amor se paga, que el 19 de diciembre fue estrenado en el Teatro Principal, representado por la hermosa Concepción Padilla5 y el propio Guasp.
Los versos finales de la obra —«Nada mejor puede dar / quien, sin patria en que vivir, / ni mujer por quien morir, / ni soberbia que tentar, / sufre y vacila, y se halaga / imaginando que, al menos, / entre los públicos buenos / amor con amor se paga».—,6 en la voz de Concha, provocaron un estallido de aplausos y, a petición del público, Martí fue llevado al escenario, donde recibió una corona de laurel, siempre asociada con la idea del triunfo.
Referencias:
- Manuel Mercado de la Paz (Michoacán, México, 1838-1909). Licenciado en Leyes, desempeñó diferentes cargos tanto en los tribunales como en el gobierno.
- Manuel Ocaranza Hinojosa (México, 1841-1882). Artista de la plástica y profesor de Arte.
- Mis hijos, última novela de Víctor Hugo, que Martí había conseguido a su paso por París.
- Enrique Guasp de Peris (Palma de Mayorca, España, 1845-Veracruz, México, 1902). Establecido en México, organizó una compañía teatral, se destacó como autor y fundó la Escuela de Teatro.
- Concepción Padilla (México, 1855-1937). Debutó en el Teatro Nacional de México desde muy temprana edad y desarrolló una exitosa carrera artística
- José Martí: “Amor con amor se paga”, en Obras completas, t. 18, pp. 126-127.