Los montes Castkill y los Versos sencillos
Recias preocupaciones provocaron en Martí la convocatoria yanqui a la Conferencia Internacional Americana,1 cuyas sesiones se desarrollaron entre el 2 de octubre de 1889 y el 19 de abril de 1890 —incluida una gira por la nación norteña para que los delegados apreciaran sus portentos y maravillas—, con la evidente intención de sometera los pueblos de nuestra América, liberados del coloniaje español, a una nueva coyunda: el neocolonialismo, disfrazado bajo el signo de panamericanismo, idea de Bolívar pervertida por las ambiciones de Estados Unidos, por entonces una potencia emergente en busca de expansión.
Así, en agosto de 1890, el médico le recomendó descanso, porque andaba con la salud resquebrajada por la angustia y el temor, y Martí viajó por segunda vez a los montes Castkill, hermosa y apacible zona turística cercana a Nueva York donde halló reposo espiritual. En medio de aquel maravilloso paisaje natural, escribió la mayor parte de los Versos sencillos, poemario por el que desfilan la patria y la naturaleza, el amor y la amistad, la familia y su propia ruta personal.
Martí los leyó por primera vez en una tertulia en la casa del poeta cubano Francisco Chacón y, en 1891, fueron publicados en edición costeada por su autor. Los dedicó a dos entrañables amigos latinoamericanos, el mexicano Manuel Mercado y el uruguayo Enrique Estrázulas.2
En el “Prólogo”, Martí explica el porqué de su publicación: “Se imprimen estos versos porque el afecto con que los acogieron, en una noche de poesía y amistad, algunas almas buenas, los ha hecho ya públicos. Y porque amo la sencillez; y creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras” 3. No obstante su diversidad temática y la aparente sencillez de la estructura y sentido de sus versos, el prólogo por sí solo constituye una formidable denuncia. En esa página introductoria, Martí escribió:
“Mis amigos saben cómo se me salieron estos versos del corazón. Fue aquel invierno de angustia, en que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos. ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo en que el águila de Monterrey y de Chapultepec, el águila de López y de Walker,4 apretaba en sus garras los pabellones todos de la América? Y la agonía en que viví, hasta que pude confirmar la cautela y el brío de nuestros pueblos; y el horror y vergüenza en que me tuvo el temor legítimo de que pudiéramos los cubanos, con manos parricidas, ayudar el plan insensato de apartar a Cuba, para bien único de un nuevo amo disimulado, de la patria que la reclama y en ella se completa, de la patria hispanoamericana […] Me echó el médico al monte: corrían arroyos, y se cerraban las nubes: escribí versos […]”.5
No hace falta más para comprender el estado de ánimo de Martí por aquellos días y además, para confirmar de qué manera su preclara inteligencia y esa visión de futuro que lo caracterizaban, le permitieron calar en las tempranas intenciones del imperialismo norteamericano con respecto a la patria grande, intenciones que se concretan en su pérfida doctrina: “América para los americanos”.
[1]Véase en esta página web: María Luisa García Moreno: “Martí, ¿diplomático?
[2]Manuel Mercado de la Paz (1838-1909). Gran amigo de Martí, a quien dirigió su carta inconclusa del 18 de mayo de 1895, considerada su testamento político. Enrique Estrázulas (Montevideo, 1848-?). Pediátra y diplomático.
3 José Martí: “Prólogo”, Versos sencillos, en Obras completas, t. 16, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, p. 62.
[4]Durante la guerra mexicano-estadounidense (1846-1848), en la que este último país robó a México más de la mitad de su territorio, tuvieron lugar, entre otras, las batallas de Monterrey (24 de septiembre de 1846) y Chapultepec (13 de septiembre de 1847); tras esta última, a pesar de la tenaz resistencia de los cadetes del Colegio Militar, popularmente conocidos como los Niños Héroes, quedó abierta la ruta a la ciudad de México, que cayó al día siguiente.El cubano Narciso López y el estadounidense William Walker son dos connotados anexionistas. En la Conferencia Internacional, el escudo nacional de Estados Unidos, con el águila calva, ave nacional y símbolo de la rapacidad del imperio, presidía las sesiones.
5 José Martí: “Prólogo”, Versos sencillos, en ob. cit., p. 61.