Hora suprema

Por José Martí
15 de Septiembre de 2021

En ella estamos. Ciego es quien no lo ve. Con una sola alma se mueven la Isla y las emigraciones. El programa de las emigraciones cubre los deseos secretos y unánimes de la Isla. La Isla, como una resurrección, se alza sobre el codo de su agonía, ve el fango que la cubre y el camino sangriento por donde se sale a la libertad, y prefiere la sangre al fango. Nos hemos puesto en pie los cubanos de afuera a la misma voz, con la misma alma unánime y el mismo plan con que se pone en pie la Isla. Nada hemos hecho, sino llegar a tiempo. Tal vez, si nos demoramos o desmayamos, no lleguemos a tiempo. Hay auxilios que se parecen a la medicina que llega al paciente después de la muerte. Antes de la muerte es cuando hay que Ilevar al enfermo la medicina. Maldades y espionaje son como un gusano en el pecho de un león. A nadie más que al español conviene la desconfianza o la tibieza entre los cubanos: él la fomenta de cien modos: él se sienta a nuestra mesa y aconseja nuestra almohada: él se desliza en nuestros talleres, en nuestros salones, en nuestros bogares, en los rincones mismos de nuestros entretenimientos y nuestros vicios: él se aprovecha de nuestras pasiones y de nuestros odios: él afea la pureza que puede desafiar al mismo cielo: él clava a Cristo en la cruz del ladrón: él espera hallar cómplice en el jornalero indiferente, en el pensamiento pequeño que cede retorciéndose ante el pensamiento grande, en el militar que de seguro no hallaría, en la campaña de levantar dudas contra la guerra que va a salvar a su patria, el gozo sublime que sintió al ver correr su sangre por la patria frente al enemigo. Pero el español no hallará entre los cubanos los cómplices que cree bailar,-porque ellos oyen las voces de la tierra y las plegarias del corazón; porque ellos saben que ésta que se levanta es una guerra nacida de la rebelión del hombre contra todo lo que aje una dignidad o merme un derecho humano; porque ellos conocen por las señales del alba aunque oscurezca una u otra vez el horizonte la sombra del despotismo o la soberbia del pasado, como el sombrero de teja de un mal cura mancha en la perspectiva el cielo ‘azul, que los sacerdotes de la religión nueva se han puesto en pie, que la compasión por la infelicidad del hombre los guía y morirán por la felicidad del hombre, que el alma de los pobres ebionitas que acompañaron a Jesús, vibra otra vez y resplandece, y nadie la ha de pagar n el pensamiento que mueve y aconseja esta renovación de las almas cubanas. ¡Atrás el español! ¡Nuestra misma mano ahogue, en esta hora de agonía de nuestra patria, toda bajeza o vacilación o pensamiento indigno de la cabecera de la madre moribunda, de la cuna de la hija que nace! Es la hora de morir o de nacer. Al español, al español nada más conviene nuestra desconfianza o nuestra tibieza. ¡Eche sus serpientes por entre nosotros, y nos encontrará fuertes como un solo corazón, sin una hendija por donde quepa un solo criminal! En el hogar, en las horas comunes, el padre exasperado por las faenas de la vida, encuentra en todo falta, regaña a la santa mujer, habla con brusquedad al hijo bueno, echa en quejas y dudas de la casa que no las merece el pesar y la cólera que ponen en él las injusticias del mundo; pero en el instante en que pasa por el hogar la muerte o la vida en que corre peligro alguno de aquellos seres queridos del pobre hombre áspero, el alma entera se le deshace de amor por el rincón único de sus entrañas, y besa desolado las manos que acusaba y maldecía tal vez un momento antes. ¡Es la hora suprema!

 

Nuestra tierra se ha hablado y se levanta. No es mérito nuestro: es mérito suyo. Nosotros le tendimos el brazo; y ella se alzó de su timidez. Ahora ella nos sacude el brazo, nos pide nuestra palabra, nos llama tímidos. Afuera, los que tenemos cintura, los que tenemos verdad, los que no queremos comer el pan que no hemos ayudado a ganar, los que no nos sentimos hombres mientras veamos un solo hombre infeliz, los que no queremos injusticia, ni desequilibrio ni preocupación ni tiranía en la independencia de nuestra patria, los que queremos que los reclamantes de mañana contra los parciales y soberbios de la libertad tengan el derecho de haber ayudado tanto como ellos, o más que ellos, en la obra de fundarla; los que han echado su vida toda al viento, para que sea en las tempestades banderín de equidad, y en la tierra nueva sea semilla de hombres;-afuera, con las cien manos a la vez, recogen todas las virtudes de la revolución; juntan, callados, todas sus fuerzas. Por las inmundicias se pasa, como pasa el león sobre el gusano. Por las intrigas del español se pasa, como pasa la Iuz sobre la culebra. Pasa el espíritu de construcción sobre el de destrucción que por ley humana le sale siempre al camino. ¡Atrás el español! La tierra entera se levanta, tendiéndonos los brazos. Entre los cubanos no hay criminales. Es la hora suprema.

 

La tierra entera se levanta. No se miente ante la tumba, como dijo bien el que acaso fue el primero entre los poetas cubanos. La tumba, abierta como un surco, llama a la semilla. Las madres viudas ven sin lágrimas partir al hijo a buscar en el monte perdido la sepultura de su padre, a morir digno de él, levantándole con su cuerpo un peldaño más a la patria: la tierra nuestra nos responde: ¡o nos pregunta, cubanos, nos pregunta si ya estamos listos! No se miente ante la tumba. Será pronto, será luego, será cuando la Isla mande, será cuando deba ser.

 

No tiemblan los corazones. No tiembla el juicio decidido a defender la libertad. No tiembla el viejo de ayer, ni el mozo de hoy. De todas partes acude el valor, se ofrece el valor. Será cuando deba ser. ¡Límpiese el corazón de pequeñeces, que va llegando la hora de nacer o de morir! ¡Atrás el español! Es la hora suprema.