La forja del soldado
El joven Fidel
“[...] nací guerrillero [...]”1 expresaba en mayo de 1985 el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz al teólogo brasileño Frei Betto, en reveladora e histórica entrevista recogida para la posteridad en el libro Fidel y la religión. Tal afirmación la asociaba con el hecho de haber llegado al mundo a las dos de la madrugada, y teniendo en cuenta que la noche es una aliada perfecta e inseparable de la guerra irregular.
Aquel guerrillero en ciernes se convertiría con el tiempo, en uno de los exponentes más altos del pensamiento político militar con- temporáneo y uno de los más grandes artistas del arte de la guerra en la historia de la humanidad. Los años iniciales de su vida –niñez, adolescencia y juventud–, fueron decisivos en la formación de este conductor victorioso de hombres y pueblos.
Las condiciones socioeconómicas del entorno donde nació y vivió sus primeros años, se combinaron para influir decisivamente en el carácter de aquel niño, futuro soldado, venido al mundo el 13 de agosto de 1926. Los campos de su natal Birán le sirvieron para forjar su fortaleza física y su espíritu de aventura, independencia, audacia y temeridad. Allí, como los grandes guerreros de la historia universal, aprendió a dominar el brío impetuoso de un corcel, a nadar en ríos, arroyos y lagunas, a tirar certeramente con la variedad de armas de fuego que su padre poseía, a explorar y descubrir la riqueza inmensa y variada de nuestra tierra, a andar y desandar nuestra verde campiña descubriendo nuevos senderos, y a desafiar a la naturaleza como si esta pusiera a prueba su entereza y vigor con cada accidente de la geografía insular.
Ver una montaña era un reto quijotesco que cual retador molino, había que vencer, dominar y someter. La cima era el único consuelo concebible; como si desde la altura observara el desigual y complejo planeta por cuya felicidad y justicia estaba predestinado a luchar.
En Birán, aprendió además el valor inmenso de la convivencia social y a sentir como suyos los sufrimientos del pobre y del desvalido. Bajo la austera educación de un padre severo pero justo y bondadoso, dueño de aquellas tierras, el niño creció sin encontrar motivo para sentirse superior o diferente al campesino humilde y laborioso o al sufrido jornalero haitiano que en condiciones precarias trabajaba por la sobrevivencia. Con ellos compartió cuanto estuvo a su alcance: juegos y fantasías, sin escrúpulos raciales, y entre aquellos pobres compatriotas encontró amigos e inspiración. El impacto de aquel conjunto social, marcaría su vida.
Educado en su adolescencia bajo la égida de sacerdotes jesuitas, aprendió con ellos valores como la austeridad, la disciplina, la tenacidad, el sacrificio, la franqueza, la rectitud, la valentía, el amor al trabajo, a la autosuperación, el sentido del honor y la dignidad personal, atributos todos de un militar. Aprendió además a vivir sobriamente, como los apóstoles, y a tener una fe inquebrantable en la victoria. Ellos estimulaban su tesonera resolución para el deporte, el alpinismo y la exploración, actividad esta última en la que fuera nombrado “general jefe de los exploradores”. Fue su primera “jerarquía militar”.
En las sagradas escrituras encontraría no el dogma que enajena, sino la riqueza espiritual de una historia moral de justicia, equidad, sacrificio y lucha, y sobre todo, las múltiples enseñanzas militares implícitas en la Biblia. “Siempre me interesó la historia sagrada por su fabuloso contenido”2, confesaba a Frei Betto. Sin proponérselos, los jesuitas contribuyeron de manera decisiva en la formación militar del joven Fidel. Su sed insaciable de conocimientos lo sumergió entre los más disímiles libros, en los que priorizaba el estudio de la historia universal y la geografía. Descubre a Martí, con quien se siente irremediablemente identificado por múltiples razones. Por coincidencia, ambos son hijos de militares españoles. Doña Leonor, la madre de Martí es canaria, y de Canarias desciende la pinareña Lina Ruz, su madre. Ambos son ascetas, humildes, desinteresados e incansables. Ambos son además profundamente humanistas y antimperialistas. Fidel lo asume, lo reencarna, y da continuidad a su obra apostólica y revolucionaria. Enriquece el pensamiento martiano con Marx, Engels, Lenin, y las propias experiencias de la historia patria. Como pocos, estudia nuestras guerras independentistas y saca de ellas profundas conclusiones en lo político y lo militar. Reflexiona en torno a la historia con visión de futuro.
En septiembre de 1945, con la cabeza repleta de ideas y proyectos sociopolíticos, llega Fidel al Alma Mater de La Habana para estudiar la carrera de leyes. Internacionalista como Bolívar y Martí, muy pronto asume la presidencia del Comité Prodemocracia Dominicana de la Universidad, se convierte en uno de los principales abanderados de la lucha contra el dictador Rafael Leónidas Trujillo y en activista por la independencia de Puerto Rico.
Dos episodios relevantes sellan por entonces la impronta internacionalista del joven Fidel: la expedición de cayo Confites, y su presencia en el bogotazo.
Cayo confites
Desde 1946, un grupo de emigrados dominicanos con Juan Rodríguez y Juan Bosch a la cabeza, organizaban en Cuba con apoyo del gobierno de Ramón Grau San Martín, una expedición internacional para derrotar al tirano Chapitas, como era llamado el dictador dominicano. A mediados de 1947, la expedición era prácticamente un hecho, y en cayo Confites, a unas sesenta millas al norte de la provincia de Camagüey, 1200 hombres entrenaban militarmente para partir al combate.
Había dominicanos, venezolanos, puertorriqueños, guatemaltecos y cubanos, que eran la inmensa mayoría. El gobierno de Grau, que gestaba y apoyaba la expedición, permitió la introducción en ella de lumpens, antisociales y oportunistas de todas las tendencias políticas. Desde su concepción y organización, aquel proyecto, tan acaloradamente acogido por los patriotas dominicanos y los hombres de bien que allí se reunieron, estaba condenado al fracaso.
Al llamado del deber, sin terminar los exámenes de tercer año, marchó Fidel al cayo como soldado de fila. Allí fue testigo de las ambiciones personales de sus organizadores y de la falta de unidad de lucha entre las fuerzas participantes. En los entrenamientos demostró cualidades de mando y lo nombran teniente, jefe de un pelotón. La situación era tensa, llegando incluso a la violencia entre los grupos allí representados, entre los que se encontraba enemigos políticos del propio Fidel, que sin embargo, respetaron su imponente personalidad. Cuando muchos desertaban ante el desorden, el peligro y el incierto futuro, se mantiene firme en su puesto siendo nombrado jefe de una compañía.
A fines de septiembre el gobierno cubano, fuertemente presionado por los Estados Unidos, traiciona el proyecto revolucionario y envía sus aeronaves y buques de guerra a detenerlos. Ante la noticia, los expedicionarios deciden partir de inmediato a su destino. Durante la travesía, los buques son interceptados en alta mar y detenidos prácticamente todos los combatientes; el joven Fidel, para no caer prisionero, “[...] más que nada por una cuestión de honor [...]”3 en gesto temerario se lanzó al mar llegando a nado a cayo Seitía, en la bahía de Nipe. Algunos le imitaron. Le dieron por muerto; pero el muerto reapareció en La Habana a los pocos días, ante la mirada atónita de sus compañeros de expedición.
El bogotazo
En abril de 1948 tendría lugar en Bogotá, Colombia, una cumbre de la Organización de Estados Americanos. El joven Fidel Castro concibe la idea de realizar, paralelamente, en la propia ciudad de Bogotá, un congreso latinoamericano de estudiantes para manifestarle a los Estados Unidos y los gobiernos lacayos del continente, algunas verdades de las que aquella organización con toda seguridad no hablaría, entre ellas, la democracia en Santo Domingo, la devolución del Canal de Panamá, la independencia de Puerto Rico, y la desaparición de las colonias que aún subsistían en América Latina.
Personalmente moviliza jóvenes dirigentes estudiantiles de Panamá, Venezuela y Colombia e invita a la reunión al resto de las organizaciones estudiantiles del continente. Ya en Bogotá, busca el respaldo del líder popular Jorge Eliécer Gaitán, el político de izquierda más prestigioso de Colombia en aquel momento, con quien se entrevista el 7 de abril, logrando su identificación y apoyo para el congreso.
El 9 de abril tendría con Gaitán una nueva cita, pero ese día, mientras la OEA se reunía, la oligarquía proimperialista asesina al dirigente colombiano. De inmediato el caos. Bogotá se convierte en un infernal campo de batalla. Disparos por doquier. Gentes corriendo sin brújula hacia todos lados. Indisciplina social. El reino de la anarquía.
Impactado por la noticia, se une a la airada multitud y en la idea de que una revolución popular había comenzado, se dirige como un patriota colombiano más, a tomar la División de la Policía. Participa en su ocupación y buscando un arma con qué combatir, se pertrecha con una escopeta de gases lacrimógenos y una canana con 20 o 30 de esos proyectiles. Forma en una escuadra de combate y un oficial rebelde le cambia el arma antimotines por un fusil con 14 municiones. Entre los
improvisados combatientes no había disciplina ni organización.
En medio de una tremenda balacera marcha al cuartel de la sublevada Quinta División de la Policía. Su jefe organiza con cuatrocientos y quinientos hombres, la defensa de la instalación. Fidel no comprende la decisión. Se le acerca y le argumenta:
Toda la experiencia histórica demuestra que una fuerza que se acuartela está perdida”.4 Estaba convencido que en aquel momento debían predominar las acciones ofensivas y que no se debía dar el más mínimo tiempo al enemigo. Para entonces, confiesa Fidel, “[…] tenía algunas ideas militares que surgían de todos los estudios que había hecho de la historia de situaciones revolucionarias, de los movimientos que se produjeron durante la Revolución Francesa, de la toma de la Bastilla y cuando los barrios se movían y atacaban; de la propia experiencia de Cuba[…]”5.
Obedeciendo la orden defensiva que no compartía del jefe colombiano, decide correr la suerte de aquel pueblo hasta que, sofocada la sublevación y conveniada una amañada paz, entrega formalmente las armas y emprende la odisea del regreso a la patria. En Colombia, había luchado por la democracia y la justicia social, quizás sin pensar o meditar entonces que saldaba una deuda con los colombianos que en las guerras de independencia de Cuba, habían peleado al lado de nuestro pueblo, tres de los cuales, José Rogelio del Castillo, Avelino Rosas y Adolfo Peña, fueron generales mambises.
La experiencia teórica militar acumulada hasta entonces por el joven Fidel en tan intensa y fecunda vida, se enriquecía con la práctica que Cayo Confites y el bogotazo le ofrecieron. En lo adelante, su proyecto de revolución estaría más claramente definido, al igual que la idea de cómo llevarla a cabo.
La historia
En los momentos iniciales de su vida, nutrió Fidel su acervo militar. La historia, como inagotable manantial de enseñanzas, le mostró el camino de la victoria. La analizaba minuciosamente, hasta en sus más mínimos detalles, para interpretarla con profundidad y convertirla en una inigualable arma de combate. Devorador de cuanto libro de la epopeya cubana del siglo XIX cayó en sus manos, supo sacar de ellos lecciones útiles para emprender el camino victorioso de la Revolución socialista que organizó y dirigió triunfal. De su análisis y materialización, surgió un pensamiento militar creador, dialéctico y flexible que ha revolucionado y adecuado los conceptos del arte militar a las condiciones concretas de nuestro país.
Por caprichos o simples coincidencias de la historia, muchas de las acciones de su vida de combatiente lo asemejan a los próceres de nuestra independencia.
Como Céspedes al inicio de la guerra quedó con doce hombres, y como él, optimista, sentenció que ahora sí ganaba la guerra.
José Martí creó el Partido Revolucionario Cubano como fuerza unitaria para la organización y conducción de la guerra. Fidel, con similar propósito, fundó un movimiento incluyente para la dirección de la guerra: el Movimiento 26 de Julio.
Los próceres de la independencia concluyeron que la guerra se ganaba invadiendo el occidente del país y al igual que ellos, Fidel organiza y ordena la campaña invasora.
La historia combativa de nuestra patria refleja que los jefes siempre han sido los primeros ante el peligro y ejemplo de valor y temeridad, de ahí su ascendencia sobre las multitudes. Fue la enseñanza de Céspedes, de Agramonte, de los Maceo, de Serafín, de Martí, y de muchos otros caídos en acciones de guerra, y de Gómez, de Calixto, de Vicente García y otros jefes independentistas a quienes la suerte respetó su osadía y arrojo.
De aquellos próceres aprendió Fidel el ejemplo del valor, del que ha hecho culto a lo largo de su vida combatiendo en el Moncada, desembarcando en el Granma, peleando en las arenas de Playa Girón o en las montañas del Escambray; desafiando tempestades ya sean enviadas por la naturaleza o fomentadas por el imperialismo. Su inmediata presencia el 4 de agosto de 1994 ante los disturbios antisociales en el malecón habanero, es el más vivo ejemplo de resolución.
Como José Martí, que empeñó su palabra de comenzar la guerra en 1895, tras el fracaso de la expedición de Fernandina y marchar ese año a Cuba, “en una cáscara o un leviatán”, Fidel había empeñado la suya al afirmar que “[…] en 1956 seremos libres o seremos mártires”. Ambos cumplieron.
La odisea del yate Granma es comparable por su significación histórica y los avatares de su organización y travesía con los gloriosos desembarcos de Martí y Gómez en Playitas de Cajobabo y de Flor y Maceo en Duaba.
En su carta póstuma al mexicano Manuel Mercado, José Martí expresaba con meridiana claridad que cuanto había hecho y haría en lo adelante era para impedir el expansionismo de los Estados Unidos sobre nuestras tierras de América.En 1958, en carta a Celia Sánchez, Fidel reconoce que cuando termine la guerra de liberación, empezaría una más larga y grande contra el imperialismo yanqui.
Innumerables serían los ejemplos para citar y las coincidencias de la historia. Todos nos llevarían a la conclusión del propio Fidel de que estamos en presencia de una misma obra revolucionaria, que desde el 10 de octubre de 1868 continúa prolongándose en el tiempo, ahora bajo la conducción y el ejemplo personal de aquel niño que al abrir por vez primera sus ojos en una oscura noche de Birán, se percató, hace 80 años, de que su glorioso destino era ser guerrillero.
Referencias:
- Fidel Castro Ruz: Fidel y la religión, Conversaciones con Frei Betto, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1985, p. 97.
- Ibídem, p. 151.
- Colectivo de autores: Antes del Moncada, Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 1986, p. 54.
- Ibídem, p. 85.
- Ibídem, p. 86.