Fidel: un hombre que jamás renunció a sus sueños

Por: Angélica Paredes López
29 de Septiembre de 2025

Fidel: un hombre que jamás renunció a sus sueños. Foto: Cortesía del autor

A Fidel Castro lo conocí en mis sueños. Apenas tenía siete años y mi abuela paterna —fidelista desde su nacimiento hasta su prematura muerte— contaba historias increíbles del «Caballo», del gigante «barbudo» que dirigía los destinos del país. Desde esa época, en los años setenta del pasado siglo, pensaba todo el tiempo en qué le diría si me «tropezaba con él».

 

Quise estudiar «el mejor oficio del mundo», según la calificación que le dio al periodismo su entrañable amigo Gabriel García Márquez, para de alguna manera —si acaso un día— poder conocer a Fidel. Y fue entonces —cuando llegaron los convulsos años de la década de los noventa del siglo XX— que en el camino profesional de la recién graduada, inexperta, optimista y soñadora, apareció, tan inigualable y real, el cubano excepcional vestido de verde olivo.

 

Como periodista, muchas veces vi a Fidel. Le pregunté y me respondió, aunque fueron más las ocasiones en las que devolvió otra pregunta, porque así era él. Tuve el honor de contar para la radio innumerables coberturas de prensa dentro y fuera del país: visitas oficiales a naciones de América, Europa, Asia y el Medio Oriente, asistencia a tomas de posesión de varios presidentes, Cumbres y conferencias internacionales…

 

Lo observaba todo el tiempo con el mismo asombro de la niña que, muchos años atrás, leía sus discursos en las páginas de los periódicos, buscaba su estatura universal en las imágenes televisivas y escuchaba su inconfundible voz en las alocuciones radiales, las que paralizaban a un país entero que encendía televisores y radios porque «va a hablar Fidel». 

 

Y sí… ciertamente el Comandante en Jefe es de todos, pertenece a una nación; pero cada quien tiene a su propio Fidel. Aquel tristísimo 25 de noviembre de 2016, una voz se fue por un momento, pero regresó para seguir desafiando amenazas, peligros y trampas, con su chaleco de la moral, a pecho descubierto.

 

Fidel no solo fue el líder de una Revolución que aprendió a resistir cualquier adversidad; también fue maestro de un pueblo; y al mismo tiempo, su discípulo más extraordinario.

 

Tras su partida física se quedó en el aire, en el polvo, en el agua, en la tierra, en todas partes. Es el guerrillero, el Presidente, el intelectual, el padre, el amigo, el hermano inseparable del «más chiquito», ese otro cubano tremendísimo que nos sigue repitiendo, con el amor y la lealtad invariables, que «Fidel es insustituible».

 

El Comandante mostraba una sinceridad que impresiona, la inteligencia que deslumbra, el poder de convencimiento que contagia, el don especial de la palabra, la virtud de la sencillez, la solidaridad y la hidalguía. Nos dejó la enseñanza de servir a la verdad y a la ética, de ir siempre a nuestras raíces; y, por sobre todas las cosas, defender a Cuba.

 

Pensar, trabajar y crear, sosteniendo la unidad de la nación, es el mejor homenaje a un hombre extraordinario, ante el cual «ni la muerte cree que se apoderó de él».  Su mayor mérito es haber permanecido vivo para su pueblo. Cuba siempre tendrá a Fidel; Fidel tendrá siempre a Cuba; y yo seguiré creyendo en el Fidel que vive en mí.

 

Hoy somos millones los que te llevamos a todas partes. Nos acompañas en nuestras angustias y esperanzas, en las dificultades y en las victorias. Te vemos en la cotidianidad, en el difícil camino de seguir construyendo el país que amamos.

 

Fidel, eres de todos. En el recorrido hacia el Centenario de tu nacimiento, en estos tiempos tan difíciles, mantener vivo y eterno tu legado será el mayor monumento que podamos cimentar. Fidel, tú eres un país.