En Cuba el mayor general José Martí

Por María Luisa García Moreno
11 de Abril de 2022

Ilustración: Luis Bestard

Corría el año 1895. La Guerra de Independencia había estallado el 24 de febrero y, sin embargo, los principales jefes aún no estaban en tierra cubana.

 

José Martí y Máximo Gómez se encontraban en Montecristi. Los Maceo, Flor Crombet y otros —hasta un total de 23— en Puerto Limón, Costa Rica; desde donde partieron el 25 de marzo a bordo del Addirondack. En la isla Fortuna, Bahamas, contrataron la goleta Honory. Desembarcaron el primero de abril a las cinco de la mañana por Duaba, Baracoa, en la costa norte de Oriente.

 

Por su parte, Martí y Gómez, después de haber redactado el Manifiesto de Montecristi, y acompañados por Francisco Borrero Lavadí, Ángel Guerra Porro, César Salas Zamora y el dominicano Marcos del Rosario Mendoza, salieron de Montecristi en una goleta inglesa, cuyo patrón se había comprometido a llevarlos a Cuba, pero los abandonó en Inagua, Bahamas. El 4 de febrero llegó al puerto el carguero alemán Nordstrandy, los expedicionarios lograron que el capitán les prometiera dejarlos en un bote, cuando pasara cerca de las costas cubanas.

 

En la noche del 11 de abril, avistaron desde la cubierta del Nordstrand, las montañas del sur de Oriente. Alrededor de las ocho de la noche, la nave se detuvo a unas tres millas de la costa. El capitán no quería que abandonaran la embarcación, pues la mar estaba brava y temía por sus vidas; pero Gómez, enérgico y resuelto, ordenó abordar un frágil barquichuelo y, sin pensarlo, dio el ejemplo. Remaron durante unas dos horas, zarandeados por la furia de las olas y por su propia inexperiencia como marinos. Al fin, exhaustos pero satisfechos, arribaron a tierra cubana alrededor de las diez y media de la noche, por Playitas, en la costa sur de Oriente, entre Maisí y Guantánamo, cerca de Cajobabo.

 

Descansaron a la intemperie; pero pronto recibieron ayuda de una familia campesina que los introdujo en su casa, les procuró alimentos y un escondite seguro… Eran esperados, pues desde Guantánamo había llegado la noticia alertando a los vecinos de su llegada. La idea era llevarlos hasta las fuerzas insurrectas, para lo cual comenzaron su marcha auxiliados por prácticos de la zona. Gómez estaba preocupado con respecto a la resistencia de Martí; pero terminó escribiendo en su diario: “Nos admiramos los viejos guerreros acostumbrados a estas rudezas de la resistencia de Martí— que nos acompaña sin flojeras de ninguna especie por estas escarpadísimas montañas”.1 Por su parte, Martí apuntó en su diario: “Subir lo mas hermana hombres”.2

 

Al fin, los encontró la avanzada de las fuerzas de Félix Ruenes que venía en su busca. Partieron y ya junto a esta tropa del Ejército Libertador, continuaron la marcha.

 

Al atardecer del día 15, Gómez, Borrero, Guerra y Ruenes —todos oficiales—, se apartaron de Martí; pero un rato después lo llamaron y el general en jefe le anunció su nombramiento como mayor general del Ejército Libertador en reconocimiento a sus extraordinarios méritos en la preparación de la guerra. Gómez y Martí se abrazaron con júbilo. Emocionado, Martí recibió el grado militar como un alto honor, y en una carta escrita al día siguiente expresó:“[…] De un abrazo igualaban mi pobre vida a la de sus diez años […]”.3

 

Referencias:

 

  1. Máximo Gómez: Diario de campaña, edición del Centenario, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 278.
  2. Cit. por María Luisa García Moreno y Lucía Sanz Araujo: Días de manigua, Casa Editora Abril, La Habana, 2010, p. 18.
  3. Ibidem, p. 20.