El presidio político en Cuba: denuncia viril

Por María Luisa García Moreno
07 de Julio de 2022

El 4 de abril de 1870, recién cumplidos los 17 años de edad, entró al presidio un jovencito que se convirtió en el preso número 113 de la primera brigada de blancos, al que le cortaron el pelo al rape, vistieron con un tosco uniforme y le colocaron una cadena de hierro de la cintura al tobillo.

 

Con la cadena y los grillos trabajaba 12 horas bajo el sol en las canteras de San Lázaro, donde tenía que excavar y desbaratar las piedras a golpe de pico, y luego llevarlas hasta los hornos en lo alto de una loma. Todos los días, los reclusos eran levantados a las cuatro y media de la mañana y debían caminar más de dos kilómetros, desde la prisión hasta las canteras de San Lázaro —donde hoy se erige la Fragua Martiana—. Pasadas las seis de la tarde, realizaban el mismo recorrido a la inversa. En las canteras, Martí sufrió en carne propia y ajena los rigores, los abusos del régimen colonial español en Cuba.

 

Bajo el castigo incesante del sol, marchaban los prisioneros pálidos, encorvados bajo el peso de los cajones de piedras, hostigados por los golpes, aturdidos por los gritos y el ruido de las cadenas... El generoso corazón de aquel niño de apenas 17 años no podía pensar en sus propias desgracias cuando “otros sufrían más que yo”. En su trascendental testimonio conocido como El presidio político en Cuba, afirmaría: “¿A qué hablar de mí mismo, ahora que hablo de sufrimientos, si otros han sufrido más que yo? Cuando otros lloran sangre, ¿qué derecho tengo yo para llorar lágrimas?”[1]

 

El día que ingresó en la prisión, esperaba el momento en que regresarían del trabajo quienes habrían de ser sus compañeros de castigo y habían partido mucho antes del amanecer. Cuando al fin volvieron, traían “[…] dobladas las cabezas, harapientos los vestidos, húmedos los ojos, pálido y demacrado el semblante. No caminaban, se arrastraban; no hablaban, gemían”.[2]

 

Al día siguiente, Pepe Martí se sumó a aquel grupo de condenados a trabajos forzados. Su descripción de la cantera y de lo que en ella ocurría es espeluznante. En el presidio, en las canteras, conoció Martí a Nicolás del Castillo, un triste y maltratado anciano; a Lino Figueredo, aquella “rosa de los campos de Cuba” que el presidio transformó en un cadáver viviente, marcado por la viruela a los 12 años de edad; a Tomás, el negrito bozal de 11 años; a Ramón Rodríguez Álvarez, de 14; a Juan de Dios, un anciano esclavo de más de cien años, que había perdido la razón; a tantos y tantos infelices en cuyas terribles desdichas el jovencito halló consuelo a las propias: “Yo suelo olvidar mi mal cuando curo el mal de los demás”.De ellos afirmó: “Castillo, Lino Figueredo, Delgado,[3]Juan de Dios Socarrás, Ramón Rodríguez Álvarez, el negrito Tomás y tantos otros son lágrimas negras que se han filtrado en mi corazón”.[4]

 

Aunque doña Leonor y don Mariano se habían opuesto a sus ideas y actividades contra el régimen colonial español, en este terrible momento le brindaron un apoyo total. Los sufridos padres estuvieron a su lado, y sintieron orgullo y dolor al apreciar la entereza con que enfrentaba su destino e hicieron de todo para mejorar la suerte de Pepe. Gracias a sus incesantes gestiones fue destinado a la cigarrerría del penal y luego a la Cabaña. No conformes con ello, pidieron, suplicaron a las autoridades coloniales y lograron, hacia finales de 1870, el destierro a Isla de Pinos —hoy Isla de la Juventud—, y más adelante, a inicios de 1871, a España.

 

Al llegar a España, publicaría El presidio político…, testimonio excepcional de lo que vivió durante esta triste etapa de su vida. Sobre sus compañeros de presidio escribiría antes en su artículo “Castillo”, que fue publicado por el periódico La Soberanía Nacional, de Cádiz, el 24 de marzo de 1871 y reproducido el 2 de julio en el diario independentista La República, de Nueva York, con elogios para el desconocido autor, pues había firmado solo con sus iniciales. El texto es similar a la sección VI de El presidio político en Cuba,obra publicada ese mismo año en forma de folleto, uno de los más dramáticos y conmovedores salidos de su pluma.

 

A pesar de su juventud, en El presidio… muestra ya la mano maestra que lo convertiría en uno de los más significativos autores de las letras hispanoamericanas; pero, sobre todo, se revela como acérrimo enemigo del régimen colonial español.

 

 


[1]Raúl Rodríguez La O: Dolor infinito, Ediciones Abril, La Habana, 2007, p. 74.

[2]Ibidem, pp.67-68.

[3]Joven de 20 años de edad, que se mató lanzándose desde lo alto de la cantera.

[4]José Martí: Ob. cit., pp. 68 y 88.