El destierro a Isla de Pinos

Por María Luisa García Moreno
11 de Octubre de 2022

Finca El Abra en tiempos de Martí

José Martí había sido condenado a seis años de trabajos forzados en el presidio el 4 de abril de 1870. 1 Si terrible fue su permanencia en esa prisión donde sufrió en carne propia y ajena, y que más adelante compararía con el Infierno de Dante,2 también lo fue la situación familiar.

 

Aunque doña Leonor y don Mariano se habían opuesto a sus ideas y actividades contra España, en este terrible momento le brindaron un apoyo total. Los sufridos padres estuvieron a su lado, y sintieron orgullo y dolor al apreciar la entereza con que el joven enfrentaba su destino. Cuando más adelante, ya en España, Martí publicó El presidio político en Cuba, testimonio excepcional de lo que vivió durante esta triste etapa de su vida, dejó constancia del dramático incidente ocurrido durante la visita de don Mariano al penal: el sufrimiento del padre al ver las llagas que el grillete le había causado en el tobillo, las quemaduras causadas por la cal de la cantera… ¡Terrible dolor el de aquel padre que lloraba abrazado a la pierna magullada del hijo! Este incidente, cruel pero hermoso, profundizó el respeto y el amor entre ambos.

 

“La comprensión del padre hacia el hijo se percibe incluso en el creciente empobrecimiento de la familia […] las penurias del hogar Martí-Pérez se perciben asociadas a una decisión consciente: el abandono de posibilidades de beneficio económico venidas de compromisos con el régimen que le había impuesto al primogénito de la familia condena y crueldades que dejaron en él marcas físicas indelebles, pero también fortalecieron su vocación justiciera y fraguaron su inquebrantable carácter”.3

 

Leonor y Mariano hicieron de todo para mejorar la suerte de Pepe. Gracias a sus incesantes gestiones fue destinado a la cigarrerría del penal y luego a la Cabaña. No conformes con ello, pidieron, suplicaron a las autoridades coloniales y lograron, hacia finales de 1870, el destierro a Isla de Pinos —hoy Isla de la Juventud—, y más adelante, a inicios de 1871, a España. Sus padres emprendieron la batalla por salvarle la vida y por comprender mejor a aquel joven entero que era su hijo; ambos se crecieron por sobre la tremenda injusticia. Doña Leonor escribió en más de una ocasión a las autoridades españolas solicitando clemencia, alegando la minoría de edad de su Pepe y la situación de la familia, en la que las niñas contaban con la ayuda del único hermano varón.

 

Cuando Mariano laboraba en el puerto de Batabanó como celador de policía, había conocido al catalán José María Sardá y Gironella —arrendatario o contratista de las canteras, quien también se beneficiaba con el trabajo de los prisioneros— yle pidió que ayudara a su hijo. Fue asíque la pena de trabajo forzado por el delito de infidencia le fue conmutada a Pepe por el destierro a Isla de Pinos, el 5 de septiembre de 1870. Algo más de un mes después —exactamente el 13 de octubre hace ya 152 años—, llegó José Martí a la finca El Abra, en aquella isla, considerada “la isla de los deportados”.

 

La propiedad pertenecía a Sardá, quien se había comprometido con su custodia. La finca estaba situada en una especie de abertura —un abra— en medio de las lomas de la sierra de Casas, a unos tres kilómetros de Nueva Gerona. Cuentan que cuando Pepe fue liberado de los grilletes, pidió que se los entregaran como recuerdo. Mientras paseaba por las habitaciones de la vivienda, llevaba “[…] en los bolsillos del pantalón fragmentos de los hierros que habían lacerado su piel” y “[…] durante la noche los colocaba bajo la almohada, como para no olvidar ni por un instante los horrores del presidio político”.4 (Con ellos, mandó a hacer Leonor el anillo que decía “Cuba” y que nuestro Martí siempre usaría).

 

Debilitado su organismo; los ojos irritados por la cal; ulcerados tobillos, cadera e ingle por el roce de los hierros; cubierta de latigazos la espalda, llegó el joven Pepe a la finca y fue muy bien acogido por la esposa del catalán, doña Trinidad Valdés: su cariño y el contacto con la naturaleza lo ayudaron a recuperarse de la experiencia vivida. Rodeado por el verdor de los campos, permaneció allí dos meses y cinco días. Paseaba con los niños de la casa por el campo, les enseñaba a amar su entorno y logró cautivarlos con su talento; leía, escribía, pasaba ratos en su habitación pensando en lo vivido y en sus infelices compañeros que permanecían aún en prisión.

 

Mostraba de mil modos su gratitud a la familia que lo había acogido. Sin embargo, resulta curioso que nunca dijo Pepe Martí una palabra acerca de Sardá: es muy probable que el recuerdo de sus compañeros de prisión se lo haya impedido.

 

Referencias:

 

1 Véase en esta página web, de María Luisa García Moreno: “El presidio político en Cuba: denuncia viril”.

2 “Dante no estuvo en presidio.// Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento de la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno. Las hubiera copiado, y lo hubiera pintado mejor”. Véase de Raúl Rodríguez La O: Dolor infinito, Ediciones Abril, La Habana, 2007, p. 55.

3 Luis Toledo Sande: “¿Y de quien aprendió José Martí su entereza y rebeldía?”, en revista Honda, no. 21, Sociedad Cultural José Martí (digital).

4 Leonardo Despestre: “Cinco anécdotas sobre José Martí”, en https://www.cadenahabana.icrt.cu/noticias/cinco-anecdotas-sobre-jose-mar...