El Abra: pausa antes de los próximos combates

Por: María Luisa García Moreno
05 de Enero de 2024

El 5 de septiembre de 1870, lograron don Mariano y doña Leonor que a su Pepe le fuera conmutada la pena de prisión por el destierro a Isla de Pinos, conocida como «la isla de los deportados».Para ello contaron con la ayuda de José María Sardá y Gironella, quien había conocido a don Mariano cuando este trabajaba como inspector de buques en el puerto de Batabanó y, ante la lastimosa imagen del jovencito, habló con el capitán general, su amigo personal, y acogió a Pepe en su vivienda.

 

Según el estudioso Jorge Lozano, durante el traslado, resultaba habitual que los desterrados pernoctaran en Bejucal y, desde allí, se trasladaran hasta Surgidero de Batabanó, poblado de la costa sur habanera (actual provincia de Mayabeque) para ser embarcados hacia Isla de Pinos, por lo que es de suponer que esa haya sido la vía de traslado.1

 

El 13 de octubre de 1870, en la calesa de la familia Sardá y custodiado; vestido de preso y aún con los grilletes; debilitado su organismo; los ojos irritados por la cal; ulcerados tobillos, cadera e ingle por el roce de los hierros; cubierta de latigazos la espalda, llegó el joven Pepe a la finca El Abra, una masía —típica finca catalana estructurada en tres bloques—, que desde1868 pertenecía a Sardá.La finca está ubicada entre dos elevaciones de la sierra de Casas y entonces comprendía 12 caballerías, en las que se cosechaba maíz, algodón, algo de tabaco y café. Tenía un área para la producción de cal, piedra y una fábrica de tejas.

 

Allí fue muy bien atendido por la esposa del catalán, doña Trinidad Valdés Amador, quien curó sus heridas;su cariño y el contacto con la naturaleza lo ayudaron a recuperarse de la terrible experiencia vivida. Rodeado por el verdor de los campos, permaneció allí dos meses y cinco días. Paseaba con los niños de la casa por el campo, les enseñaba a amar su entorno y logró cautivarlos con su talento; leía, escribía, pasaba ratos en su habitación pensando en lo vivido y en sus infelices compañeros que permanecían aún en prisión. El Abra fue, sin duda, un momento de sosiego, una pausa ante los próximos combates.

 

Es posible que allí haya empezado a escribir el relato de sus espantosas vivencias como presidiario, que más tarde publicaría en Madrid bajo el título de El presidio político en Cuba. Mostraba de mil modos su gratitud a la familia que lo había acogido. Sin embargo, resulta curioso que nunca dijo Pepe Martí una palabra acerca de Sardá: es muy probable que el recuerdo de sus compañeros de prisión y de la cantera se lo haya impedido.

 

Elías, el más pequeño de los varones, inspirado por sus propios recuerdos y los relatos orales de su madre acerca de la convivencia con el jovencito Martí, el 28 de enero de 1944 convirtió una parte de la masía en museo. El resto del inmueble sigue siendo propiedad de esa familia, cuyos descendientes la habitan.

 

En el museo se conservan documentos; un libro autografiado por Fermín Valdés-Domínguez; la réplica del grillete que llevó Martí en las canteras; las sábanas y la cama que utilizó durante su estancia en ese lugar. También se conservan la carta que en agradecimiento envió desde España a doña Trinidad, junto a un extraño crucifijo adornado con una calavera y sus tibias, y una foto, cuya dedicatoria reza: «Trina, solo siento haberla conocido a usted, por la tristeza de tener que separarme tan pronto».

 

El libro de visitantes guarda para la posteridad las firmas de Ernesto Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Raúl Castro y el Comandante en Jefe, lo que indica la trascendencia del sitio.

El Abra ostenta la condición de Monumento Nacional desde 1978.

 

Referencia:

 

1Comunicación personal.