Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la despedida de duelo de Blas Roca Calderío el 26 de abril de 1987
Compatriotas:
Ha dejado de existir un hombre excepcional, de singulares virtudes y extraordinario talento. Un revolucionario ejemplar que dedicó por entero su vida a la causa de los humildes, maestro y conductor de comunistas por más de medio siglo, combatiente indoblegable que durante casi tres décadas dirigió el primer partido marxista-leninista de Cuba.
Nacido en Manzanillo el 24 de julio de 1908, del seno de una familia muy modesta, el nombre con el que lo recibieron en el mundo fue Francisco Calderío. Nadie podía vislumbrar aún el descollante papel revolucionario que habría de protagonizar bajo el nombre, hoy tan entrañable y familiar, de Blas Roca. Desde muy niño conoció las privaciones y adversidades que deparaba aquella sociedad a las familias de su clase. En su natal ciudad aprendió las primeras letras y dio tempranas muestras de inteligencia poco común e insaciable afán de estudio y superación. Con tesonero esfuerzo se hizo maestro, lo que —como dijo Martí— es hacerse creador.
No pudo, sin embargo, encontrar empleo en algunas de las escasas escuelas de la neocolonia y, siguiendo la tradición familiar, adquirió el noble y modesto oficio de zapatero. El duro trabajo fue su mejor escuela de hombre y de revolucionario. En los difíciles años de la década del 20, cuando los trabajadores cubanos bajo el influjo de la Gran Revolución Socialista de Octubre libraban sus duros combates de clase en medio de una desoladora crisis económica, Blas, siendo todavía muy joven, cerró filas con los obreros y comunistas de Manzanillo, ciudad de profundo espíritu y enraizadas tradiciones revolucionarias. De este modo, a los 26 años, el humilde niño manzanillero Francisco Calderío se había convertido en el jefe del Partido de los comunistas cubanos.
Por aquel tiempo nuestro país, entronizada una nueva dictadura bajo los auspicios del imperialismo yanki, se adentraba en una etapa de reflujo revolucionario y más tarde en el dificilísimo período internacional que precedió a la Segunda Guerra Mundial desatada por el fascismo.
El brutal aplastamiento de la huelga general de marzo de 1935 y el severo golpe recibido por el movimiento obrero y revolucionario de Cuba enfrentó al Partido Comunista a problemas sumamente complejos y duros. Con la serenidad y firmeza que caracterizaron siempre su conducción partidista, Blas rehízo lo que la reacción casi había destruido, consolidó la organización y mantuvo la lucha por la reconquista de las libertades arrebatadas al pueblo.
Ese mismo año viajó a la Unión Soviética presidiendo la delegación cubana al Séptimo Congreso de la Internacional Comunista, y fue electo miembro de su Comité Ejecutivo. Ya su figura trascendía los marcos nacionales y empezaba a proyectarse en el ámbito internacional.
Bajo su firme dirección el Partido supo cumplir cabalmente el deber internacionalista con la República española en la formidable campaña de solidaridad dirigida por los comunistas, cuya más alta expresión lo constituyó el envío de casi mil combatientes a las Brigadas Internacionales.
En el complejo período de 1938 a 1944, cuando la lucha antifascista se convirtió en el centro del movimiento revolucionario internacional, el Partido, dirigido por Blas, fiel a sus principios, dio su aporte consecuente y decidido a esa lucha. En el orden interno, gracias al esfuerzo abnegado del Partido, el movimiento obrero se fortaleció considerablemente, fue creada la Confederación de Trabajadores de Cuba; líderes brillantes como Lázaro Peña, Jesús Menéndez y otros surgieron bajo la sabia dirección y el magisterio de Blas Roca, y la clase obrera alcanzó considerables conquistas sociales y políticas. Grande fue la contribución del Partido en aquel período histórico al proceso constitucional de 1940. La labor desplegada por el pequeño grupo de delegados comunistas encabezados por Blas Roca contribuyó de modo particular a lograr que en la Constitución de 1940 se plasmaran numerosas disposiciones progresistas y avanzadas.
Desde 1940 hasta el 10 de marzo de 1952, Blas fue representante a la Cámara. Allí libró tenaces combates en favor de los intereses de los obreros, los campesinos y el pueblo en general. Como hemos dicho otras veces, no hubo ley progresista ni medida alguna en beneficio de los trabajadores o del pueblo durante ese período en que no estuviera presente la lucha de Blas y los comunistas.
Pocos revolucionarios en la historia de nuestra patria han sido objeto de tantas calumnias y campañas insidiosas como el compañero Blas Roca. Los terratenientes, los burgueses, los neocolonialistas, los explotadores y reaccionarios de toda laya le rindieron el perenne homenaje de su odio más cerval y profundo. Aquellas viles campañas no pudieron sin embargo ensombrecer la imagen de su personalidad integral en que se unían el combatiente, el político y el intelectual de singulares condiciones humanas.
La vida nos ofreció después el privilegio de conocerlo de cerca, y como dijimos en una ocasión, Blas fue, es y será siempre uno de los hombres más nobles, más humanos y más generosos que hemos conocido jamás.
Más de 25 años habían transcurrido desde que él se hizo cargo de la dirección del Primer Partido Comunista de Cuba. Un proceso revolucionario profundo había tenido lugar en nuestra patria; un movimiento político de amplitud y apoyo popular nunca antes visto se había desarrollado; una nueva generación de jefes revolucionarios había surgido. Las ideas revolucionarias desde Céspedes hasta Blas iban, al fin, a ser realidades. Esa oportunidad única en la historia no iba a ser afectada esta vez por conflictos de hombres y personalidades. Los revolucionarios marxista-leninistas supimos estar por encima de vanidades y ambiciones mezquinas. Y en esto el ejemplo de Blas fue histórico e insuperable. Sin vacilación alguna puso incondicionalmente su partido y su jefatura, su experiencia y su sabiduría a disposición de la nueva dirección revolucionaria. Los miles de militantes abnegados y tenaces por él formados se integraron así, junto a los combatientes del Directorio Revolucionario y del Movimiento 26 de Julio, al nuevo Partido, de cuya dirección formó parte desde entonces como uno de sus más prestigiosos y respetados miembros.
Es preciso recordar un día como hoy que, en junio de 1961, en las conclusiones de la reunión donde acordó disolverse el Partido Socialista Popular, refiriéndose a los hombres agrupados en el Movimiento 26 de Julio y en el Directorio Revolucionario, Blas, con justificado optimismo y gran premonición histórica, expresó: "Con esos hombres nos fundimos hoy en las fuerzas revolucionarias integradas, en marcha hacia la construcción del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba. Con ellos actuaremos juntos para aprender y dominar mejor y asimilar más profundamente el marxismo-leninismo, seguros de que es la teoría de la victoria."
Se iniciaba así la forja del primer Estado socialista en el hemisferio occidental. Nunca más un niño nacería en las condiciones políticas y sociales en que vio la luz, 52 años atrás, Francisco Calderío.
La integración de las fuerzas revolucionarias no fue un paso totalmente exento de dificultades. Negativas y dañinas tendencias sectarias hicieron su aparición en determinado momento. Un día como hoy es también justo recordar que Blas Roca nunca incurrió en la menor manifestación de sectarismo. Su sabiduría política, su generosidad, desinterés y modestia, eran absolutamente incompatibles con cualquier manifestación de sectarismo.
Blas fue un soldado disciplinado y ejemplar a lo largo de 28 años de Revolución. El Partido le confió innumerables tareas en los más variados campos, las cuales cumplió con absoluta consagración y eficiencia.
Quizás en ninguna otra brilló tanto y dio muestras más relevantes de su capacidad intelectual y sus dotes de político y estadista como en las tareas relacionadas con la elaboración de la nueva Constitución de la República. En ese trascendental documento Blas volcó su sabiduría y entregó una parte de su propia vida de revolucionario, con la inconmensurable alegría de ver plasmados en nuestra Constitución socialista sus más caros anhelos y sueños de comunista. En muchas otras instituciones, códigos y leyes de la Revolución están presentes los esfuerzos de Blas, ejemplo de maestro y de autodidacta a lo largo de toda su vida.
Especialmente emocionante para él fue el momento de su elección como miembro del Buró Político, en la ocasión en que nuestro glorioso Partido celebró su Primer Congreso.
La valiosa ejecutoria de Blas está estrechamente vinculada también al surgimiento de nuestros órganos de gobierno. Electo diputado a la Asamblea Nacional en noviembre de 1976, se convirtió un mes más tarde en su primer Presidente, cargo que desempeñó con su acostumbrada dedicación y brillantez durante casi cinco años.
Blas nos deja además el fruto valioso de numerosas obras escritas, que atesoran su pensamiento político y el análisis certero, con criterio marxista-leninista, de problemas especialmente relacionados con la sociedad cubana.
Y junto a todo ello, nos deja Blas un legado que debemos asumir consecuentemente todos los revolucionarios y en particular los cuadros presentes y futuros de nuestro país: su ejemplo de modestia, de humildad, de naturalidad, de sencillez; su extraordinaria sensibilidad humana; su invariable afán de ser útil a los demás; su característica de predicar con el ejemplo; el hecho de poner siempre por delante de todo la Revolución y el Partido.
En los últimos años, el compañero Blas libró una titánica batalla contra la enfermedad que lo aquejaba, minaba progresivamente su salud y disminuía sus capacidades. Aun así, su tenacidad indoblegable predominaba y día a día llegaba a su oficina para laborar las horas que le fuera posible. Nunca dejó de trabajar mientras estuvo en condiciones de hacerlo, y cuando no se consideraba ya capaz de desempeñar un cargo solicitaba humildemente su relevo.
A lo largo de su fructífera vida, Blas fue digno e inclaudicable combatiente, paradigma de consagración y fidelidad a los intereses del pueblo, a las ideas marxista-leninistas y a la gloriosa causa del comunismo.
En una ocasión él mismo expresó: "Si tuviera que definir mi vida, diría algo muy simple: ha sido un campo de batalla, nunca he dejado de luchar y nunca, ni en la circunstancia más adversa, he perdido la fe en el futuro. Ese ha sido mi escudo y mi bandera."
Con la singular lucidez que le acompañó en todos sus combates, hace varios años, cuando su salud física comenzaba ya a quebrarse preocupantemente, el compañero Blas hizo llegar a la dirección de nuestro Partido su deseo de que, a su muerte, sobre la cual en ese momento él reflexionaba con naturalidad y madurez, sus restos fuesen sepultados, según sus propias palabras, "en la tierra pelada", es decir que no se inhumasen en un panteón. La dirección de nuestro Partido, al respetar la voluntad del compañero Blas, interpreta esta solicitud suya como una expresión más de su humildad y su modestia, ya que ella envuelve el afán de que, aun después de muerto, perdure la auténtica sencillez que le caracterizó.
Es por ello que se adoptó la decisión de sepultarlo en las inmediaciones de El Cacahual, en la tierra sagrada de la patria, a la que consagró su vida. Hasta allí los miembros de la dirección de nuestro Partido acompañarán sus restos junto a sus familiares. Y en ese lugar donde le dejaremos, sin faltar a su deseo, habrá solo una modesta lápida.
Ante la ausencia física de un combatiente revolucionario ejemplar como Blas, podemos repetir las palabras de José Martí: "la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida".
Al despedir al compañero Blas queremos decirle: ¡Las presentes y futuras generaciones de revolucionarios y comunistas cubanos, bajo el influjo y la inspiración de tu excepcional ejemplo, harán de tu suelo amado un baluarte inexpugnable del socialismo, y preservarán tu querido y admirado nombre unido al de aquellos hijos insignes que con su acción y su pensamiento forjaron el alma de la patria! ¡Preservaremos firmemente tu más preciado legado: la lealtad sin límite al pueblo trabajador, y la vida entera, hasta el último aliento, consagrada a la Revolución!
¡Hasta la victoria siempre, compañero Blas!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!