La comunicación y las ideas
En la actualidad, resulta inevitable considerar a los medios de comunicación corporativos y hegemónicos como una amenaza para la sociedad; esos que, al configurar la realidad y operar sobre las subjetividades, estandarizan a los individuos y se proponen anular su identidad, desconocen y agravian la historia y cultura, tergiversan tradiciones, generan sentimientos nocivos –por lo general, violentos y autodestructivos–, fanatismos, inhibiciones, rupturas de lazos sociales, segregaciones y aislamientos. Nos referimos a la más silenciosa y absoluta de las tiranías, la que opera en la conciencia de los seres humanos y ahora, como nunca antes, en el territorio más recóndito de cada uno: el subconsciente.
El desarrollo tecnológico de los medios –habitualmente relacionado con grandes conflagraciones–, les ha permitido expandirse y facilitar el acceso a sus contenidos, hasta llegar a los sitios más apartados y a los estratos sociales menos favorecidos por el progreso económico. Con toda seguridad, puede afirmarse que nadie escapa hoy, de un modo u otro, de la avalancha de mensajes irradiados por los centros de poder mundial a través de los diferentes medios especializados en la desinformación. De ahí la importancia de continuar jerarquizando este aspecto en la batalla ideológica que libramos en Cuba actualmente.
Emisoras de radio y televisión, periódicos y revistas (tradicionales u online), junto a una panoplia de nuevos medios, que se valen de Internet y de sus múltiples plataformas, se han transformado en verdaderos instrumentos de manipulación masiva, al cimentar falsas realidades, alterar significados, producir e imponer sentidos y saberes que funcionan como verdades identificativas y comúnmente aceptadas.
¿Cómo lo logran? Utilizan determinados contenidos, signos o símbolos en un contexto propicio, valiéndose de códigos sofisticados pero de elemental comprensión, que les permiten estimular y conseguir la reacción esperada, con lo cual establecen patrones de conducta y pensamiento, siempre con fines ideológicos, mercantiles o comerciales.
Porque, según explica el investigador brasileño Dênis de Moraes, los medios difunden juicios de valor y sentencias sobre hechos y acontecimientos, como una especie de tribunal, pero sin legitimidad. Su intención, asumida pero no declarada, es diseminar contenidos, ideas y principios que ayuden a organizar y unificar la opinión pública en torno a determinadas visiones del mundo, casi siempre sintonizadas con poderes hegemónicos.
Es decir, utilizan la manipulación para establecer su dominio, emplean el conocimiento, la tecnología, la ciencia –particularmente la psicología y las neurociencias–, hasta hacerla sutil, subliminal o inadvertida, con el fin de controlar a un individuo, grupo o sociedad.
Para esclarecernos al respecto, bastaría con acudir a las investigaciones y textos legados por estudiosos como Armand Mattelart, Ignacio Ramonet, Luis Britto García y Noam Chomsky. A este último le son atribuidas las conocidas Diez estrategias de manipulación, que nos posibilitan comprender cómo llegan a ser efectivas no pocas campañas propagandísticas y publicitarias, incluidas las electorales.
Entre las más eficaces, Chomsky identifica la distracción o el entretenimiento permanente del individuo y las masas, la creación de problemas para después ofrecer supuestas soluciones, la gradualidad en la aplicación de medidas inaceptables, la postergación de decisiones impopulares partiendo de que es más fácil aceptar un sacrificio futuro que uno inmediato, dirigirse al público como a criaturas de poca edad, provocar en el individuo respuestas emocionales y no reflexivas, reforzar la autoculpabilidad, conocer a los sujetos mejor de lo que ellos mismos se conocen, mantener al auditorio en la ignorancia y la mediocridad y ser complacientes con esta última.
Es decir, en la medida en que se estimulen, permitan y se manifiesten condiciones propicias para la acción manipuladora, esta será más efectiva, al punto de que un individuo o colectividad cualquiera terminarán por aceptar como válida la percepción de un problema aunque esta no sea la correcta, la más conveniente, ni siquiera la suya. Al ser tan reiterativos, estos recursos y tácticas de los medios y demás voceros del sistema dominante, calan en los destinatarios de los mensajes y terminan por certificar las peores falsedades. Ya lo decía Joseph Goebbels, el ministro de Información nazi: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.
Sin embargo, para lograr este avieso objetivo deben cumplirse estos y otros requisitos y existir aquiescencia o pasividad ante ellos por parte del receptor, pues si estás en su contra o en discrepancia con el sujeto u objeto en cuestión, no es posible manejarte a pesar de la sagacidad y las complejas herramientas dispuestas por los representantes de la mediocracia imperial.
Cuando estamos alertas, preparados, conocemos nuestra cultura, valores, historia, identidad, sabemos qué defendemos y, sobre todo, por qué lo hacemos –no con frases hechas ni consignas de ocasión–, resulta prácticamente imposible llevarnos a pensar diferente a nuestras convicciones y, muchísimo menos, hacer algo que no se corresponda con las ideas y principios individuales.
No se trata de ser paranoicos, ni de rechazar a priori todo lo diferente o externo, sino de saber discernir entre lo que nos niega y empobrece espiritualmente de aquello capaz de enaltecernos y hacernos más plenos como seres humanos. Para conseguir tal reciedumbre ideológica, es imprescindible conocer lo específico, lo universal y asumir como propios los valores y la trayectoria de nuestros paradigmas éticos y emancipatorios.
En la época actual, el uso útil y responsable de las tecnologías de la información y las comunicaciones, deviene imprescindible no solo para librar mejor la batalla de ideas en la cual estamos inmersos, junto a las demás fuerzas progresistas y revolucionarias del mundo, sino porque es una condición ineludible para alcanzar la prosperidad. Negarlo sería ir contra natura. Quien mejor domine estos nuevos ingenios tecnológicos, estará en mayores condiciones de utilizar el amplísimo espectro de posibilidades comunicativas ofrecidas en las redes sociales (más allá de la estulticia característica), las cuales constituyen hoy el medio de comunicación por excelencia y la vía más eficaz para la socialización de las ideas.
Una sociedad instruida requiere medios de comunicación capaces de exponer y contextualizar los hechos que la distinguen, porque constituye esta una manera de reafirmarse y dialogar con el mundo desde lo más genuino y diverso de su identidad.
Lograrlo a plenitud necesita el despliegue de ideas mediante la utilización de lenguajes y estilos de representar y decir que no ignoren los grandes cambios producidos en el mundo de las tecnologías de la información, el diseño y la creciente estetización de la sociedad, donde lo verbal y lo gráfico, tal como lo entendíamos hace apenas veinte años, han dado paso a lo omnipresencia del audiovisual y de los medios integradores.
En nuestro caso, debemos ser menos deudores del entusiasmo que de la acendrada sedimentación cultural, más afincada en la ciencia que en la improvisación y la rutina. Precisamos vestir mejor a las ideas con nuestra realidad y razón histórica si queremos imponerlas en un escenario global donde, desgraciadamente, prevalece lo banal y efímero, lo más dañino para el género humano, pero, al mismo tiempo, lo más atractivo hasta hacerse placentero.
La jerarquía de valores que el capitalismo ha conseguido imponer en la mayor parte del mundo por obra y gracia de la dominación económica y la manipulación ideológica, es necesaria rebatirla creadoramente, subvertirla, sustituirla por otras categorías independientes y culturalmente fundamentadas.
De esta manera lo tratan de hacer no pocos proyectos, medios y redes alternativas en la actualidad, entre los cuales sobresale una emisora ingeniosa y comprometida como Telesur, indiscutible ejemplo de eficacia informativa.