Céspedes y Agramonte, el ímpetu y la virtud

Por: María Luisa García Moreno
13 de Mayo de 2022

Imagen: Archivo de Verde Olivo

Desde los lejanos tiempos de su juventud, cuando se convirtió en un combatiente clandestino y, como le llamara Máximo Gómez, “un cubano a prueba de grilletes”, nuestro Martí manifestó de una y mil formas su admiración por los hombres y mujeres que, abandonando patrimonio y hogar, se lanzaron a la manigua insurrecta para conquistar con el filo del machete la independencia patria.Entre los muchos trabajos periodísticos que dedicó a la Guerra Grande y sus combatientes, sobresale el titulado “Céspedes y Agramonte”[1 que apareció publicado en El Avisador Cubano, de Nueva York, el 10 de octubre de 1888. Este trabajo constituye, además, uno de los más bellos escritos por el Apóstol. 

 

Desde el inicio, desborda de sincera emoción cuando afirma: “El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o el ambicioso: el buen cubano, no. De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. […]”.[2]  

 

Con su habitual generosidad, Martí se muestra benévolo con los errores —“Otros hagan, y en otra ocasión, la cuenta de los yerros, que nunca será tanta como la de las grandezas”—;[3] aunque los estudia con el objetivo de no repetirlos. Y es incluso capaz, en premonitoria afirmación, de ponerse en el lugar de Céspedes, el iniciador, para medir su mérito: “Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a una tigre[sa] su último cachorro”.[4]  

 

De igual forma, analiza el carácter límpido de Ignacio Agramonte “aquel diamante con alma de beso”,[5] que fue capaz de tallarse a sí mismo y de dejar atrás el idealismo de los tiempos iniciales de la guerra, así como sus incomprensiones y divergencias con Céspedes para convertirse en la extraordinaria figura de primera línea que llegaría a ser. “¡La tierra se alza en montañas, y en estos hombres, los pueblos!”[6] Por eso, Martí reconoció la máxima estatura del Mayor justamente en su comprensión de la política y actuación de nuestro primer presidente, Carlos Manuel de Céspedes, de quien había sido, sin embargo, gran opositor:“Pero jamás fue tan grande —afirma el Maestro refiriéndose al Bayardo camagüeyano—, ni aun cuando profanaron su cadáver sus enemigos, como cuando al oír la censura que hacían del gobierno lento sus oficiales, deseosos de verlo rey por el poder como lo era por la virtud, se puso en pie, alarmado y soberbio, con estatura que no se le había visto hasta entonces, y dijo estas palabras: ‘¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del presidente de la República!’”[7]  

 

De los errores de ambos héroes saca Martí importantes lecciones. Por eso, ya en Cuba, en su diario De Cabo Haitiano a Dos Ríos, cuando narra su encuentro y desavenencias con el Titán en La Mejorana,expresa: “Mantengo, rudo: el Ejército, libre, —y el país, como país y con toda su dignidad representado”.[8] Sin embargo, lamentablemente, Martí no pudo hacer prevalecer sus acertadas concepciones con respecto al equilibrio necesario entre el poder civil y el poder militar en la dirección de la guerra: la prematura muerte de nuestro Héroe Nacional permitió que la forma de gobierno adoptada en Jimaguayú, reprodujera los males que lastraron la Guerra Grande y el Consejo de Gobierno causó a la estrategia militar de la Revolución tanto daño, como la Cámara de Representantes durante la Guerra de los Diez Años. 

 

Por eso, en consonancia con el pensamiento martiano, hoy como ayer, debemos tener en cuenta aquello que afirmó el argentino Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz (1980): “La memoria no es para quedarnos en el pasado; la memoria es para iluminar el presente. Los pueblos que no tienen memoria son pueblos que fracasan, son pueblos que terminan dominados”.[9] Cuba nunca será dominada; agradecidos, los cubanos de hoy bebemos cotidianamente del ejemplo de nuestros padres fundadores; pero también, sin restar méritos a sus hazañas, estudiamos sus errores —y los nuestros—, como nos enseñó Martí, para sacar de ellos una lección útil.

 

 

 

 


[1] José Martí: “Céspedes y Agramonte”, en Obras completas, t. 4, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, pp. 358-362.

[2]Ibidem, p. 362.

[3]Ibidem.

[4]Ibidem.

[5]Ibidem, p. 361.

[6]Ibidem, p. 359.

[7]Ibidem, p. 362.

[8] José Martí: “De Cabo Haitiano a Dos Ríos”, en ob. cit., t. 19, p. 229.

[9] Cit. por María Luisa García Moreno: Páginas de gloria, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 2017, p. 4.