25 de marzo: un día fructífero en la bitácora martiana
Desde que conocieron del estallido de la guerra, José Martí y Máximo Gómez ardían de entusiasmo patriótico.Todo un mes estuvieron ajetreados tratando de hallar armas y el modo de embarcarse hacia Cuba. Por otra parte, Martí trabajaba en la redacción del Manifiesto de Montecristi, documento que ambos firmarían y que fue dado a conocer el 25 de marzo.
Ese día, confiado en que poco después se embarcarían hacia la Isla amada,1 Martí escribió cartas de despedida dirigidas a la madre —carta antológica en que el amor a sus dos madres (Cuba y Leonor) y la disposición al sacrificio afloran con fuerza—; en ella escribió: “Vd. se duele, en la cólera de su amor del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Vd. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre”.2
También escribió a sus niñas queridas: Carmen y María Mantilla; a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, sus más cercanos colaboradores; a Fernando Figueredo, veterano de la Guerra de los diez Años; y a Federico Henríquez y Carvajal, en carta que ha sido considerada su testamento antillanista. Es esta última una hermosa misiva en la que no por centrarse en lo antillano, deja de aflorar lo universal en su cabal comprensión de la naturaleza humana cuando escribe: “Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entraña de nación, o de humanidad”.3
Martí estaba muy consciente de su responsabilidad al frente de Cuba; se conocía bien y valoraba sus cualidades como aglutinador de la masa diversa que constituía las diferentes emigraciones; pero sentía su deber de pelear con un arma en la mano. Ya en la República Dominicana habían estado a punto de convencerlo —o mejor, de vencerlo— de que debía regresar a Nueva York. Por suerte, la noticia publicada de que había estallado la guerra y de que Gómez y Martí se hallaban en Cuba había sido para él la tablita salvadora que le permitió ratificar su decisión de incorporarse a la guerra que había organizado: “Donde esté mi deber mayor, adentro o afuera, allí estaré yo”.4
Él estaba consciente de su certera interpretación de que lo ocurrido en la Guerra Grande —las fricciones entre la Cámara de Representantes leguleyay el mando del Ejército Libertador y el propio presidente a ella subordinados— podría evitarse con una adecuada organización.Se desgarraba entre su deseo de combatir por la independencia, lo que consideraba su deber, y la tarea que todos hallaban más apropiada a sus cualidades de seguir apoyando la guerra desde el exterior: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber”.5
Esta carta, considerada su legado para las Antillas, es uno de los documentos en los que define el papel de esta área geográfica en el destino de la América nuestra: “[…]Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”.6 El Apóstol estaba convencido de que la independencia de las Antillas frenaría las ambiciones imperialistas e impediría que nuestra América se convirtiera —como ocurrió tras la intervención norteamericana en una guerra que ya los mambises tenían ganada— en el patio trasero de Estados Unidos.
Consideraba que las Antillas formaban una gran nación; por eso el Partido Revolucionario Cubanose proponía fomentar la independencia de Cuba y Puerto Rico; por eso Jamaica, Dominicana y Haití fueron tan importantes en su gestión de organizar las emigraciones y alzar la guerra.Una hermosísima metáfora, en la que la geografía se convierte en símbolo de la unicidad de estas tierras, da fe de que como los Andes vertebran la América continental, el amor a la libertad puede unir estas islas: “Hagamos por sobre la mar, a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego andina”. Esta idea la reafirma con la frase final: la guerra es por la independencia de Cuba y las islas hermanas —y de la América toda, podría añadirse—: “Levante bien la voz: que si caigo, será también por la independencia de su patria”.7
De modo que el 25 de marzo de 1895 fue un día fructífero, en que la pluma martiana nos legó un enorme patrimonio de amor a la libertad de estas tierras.
Referencias:
- Como se sabe, tras su partida el primero de abril, fueron abandonados en Inagua y tuvieron que regresar de incógnitos, hasta la que sería su partida definitiva a bordo del Nordstrandel 10 de abril.
- José Martí: “Carta a su madre”, 25 de marzo de 1895, cit. por María Luisa García Moreno y Lucía C. Sanz Araujo: Días de manigua, Ediciones Abril, La Habana, 2012, p. 89
- __________: “A Federico Henríquez”, 25 de marzo de 1895, en ob. cit., p. 110.
- __________: “A Federico Henríquez”, 25 de marzo de 1895, en ob. cit., p. 110.
- Ibidem, pp. 110-111.
- Ibidem, p. 111.