Volcánicos y serenos: los días del primer poeta
«Siempre vence quien sabe morir».
Himno del desterrado. José María Heredia
Justo antes del alba del siete de mayo de 1839, tras cinco días de agonía, el cuerpo de quien fuera el primer poeta de América abandonó definitivamente la vida en suelo mexicano.José María Heredia murió sumido en la pobreza. La prensa no divulgó su deceso, aun cuando se trató de una de las más prominentes figuras políticas e intelectuales en el país azteca y el continente.
Cubano por nacimiento y convicción, uno de los más relevantes creadores latinoamericanos de su tiempo, el mayor de los poetas antillanos, iniciador del romanticismo en la literatura hispanoamericana, Heredia fue ―también― el primer cantor a la independencia de Cuba.
Casi treinta años más tarde, la fuerza de su poesía patriótica estallaría en el grito de la libertad de Yara. «Heredia logró llegar a esa alta escala de valor porque articuló su arte de excepcional valía con su amor a la patria y su denuncia al sistema social y político que esta sufría»1. Armando Hart lo definiría como un gran poeta de Cuba y Latinoamérica por ser el artífice de «ese difícil enlace entre poesía y política, para lograr expresar así las aspiraciones de la incipiente nacionalidad cubana».
Y es que desde muy temprano este joven definió claras posiciones a favor de la independencia de Cuba y contra la esclavitud, y fue con su arte y su extraordinario talento que comienza la fragua de pequeños elementos que conformarían ―por primera vez― la noción de una patria y una identidad nacional.Heredia intuyó la esencia de lo cubano y lo tradujo en los versos de su célebre «Himno del deterrado»:«¡Dulce Cuba! en tu seno se miran / en su grado más alto y profundo, / la belleza del físico mundo, / los horrores del mundo moral».
No obstante, antes de escapar de la Islaen 1823 por su conspiración contra el dominio español, su texto «La estrella de Cuba» le valdría manifiesto de sus principios: «Al sonar nuestra voz elocuente / todo el pueblo en furor se abrasaba, / y la estrella de Cuba se alzaba / más ardiente y serena que el sol».La metáfora era clara: la libertad no se pide, se toma. Estos versos son considerados el primer poema abiertamente independentista de la historia de la literatura cubana.
En su paso por Estados Unidos, durante el exilio, visitó las cataratas del Niágara y de ahí surgió uno de sus textos más entrañables, «Oda al Niágara». Es en estos versos donde se asume explícitamente a la palma real como símbolo identitario de la naturaleza de Cuba, influencia que llegaría hasta su amigo, el matancero Miguel Teurbe Tolón, cuando incluyó esta figura en su diseño del escudo nacional.
Desde entonces solo pisaría suelo cubano una sola vez en breve visita a su madre, y dos años más tarde, ya en tierras mexicanas, la enfermedad que lo agobiaba desde su estancia en Estados Unidos lo llevaría al límite.
Murió a los treinta y cinco años, tuberculoso y pobre, añorando unatierraque ya no llegaría a ver. No hubo funerales con banderas, pero dejó algo más peligrosopara los imperios: versos memorables y la génesis de una nación.
Armando Hart una vez más vuelve certero sobre su figura: «Los hombres y mujeres que se convierten en mitos y leyendas […] expresan realidades que es necesario articularlas para construir en la conciencia humana la historia real de los pueblos. Debemos honrar a José María Heredia porque es uno de esos grandes mitos y símbolos de la cultura y de la historia nacional cubanas, quien llegó a ser uno de los más grandes escritores de la literatura iberoamericana».1
No obstante, sería Martí ―bucólico y preciso, desde la misma lengua en común― quien lo contaría mejor: «El primer poeta de América es Heredia. Sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. Él es volcánico como sus entrañas y sereno como sus alturas».2
Referencias:
- Armando Hart Dávalos. «José María Heredia, la rima que marcó el alma de Cuba». El archivo de Hart. Cubadebate, 2023.
- José Martí. Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992, t. 5, p. 136.
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