Crónicas del Asedio: La campana robada y el fuego que no se apagó

04 de Septiembre de 2025

Recreación artística del ataque pirata a la Villa de San Cristóbal de La Habana, siglo XVI. La imagen representa el asedio filibustero, el saqueo de la iglesia y la resistencia popular durante los primeros años de la ciudad. Piratas armados con espadas y mosquetes enfrentan a vecinos decididos, mientras la campana de la iglesia es arrancada como trofeo. Ilustración generada por inteligencia artificial para fines históricos y narrativos, inspirada en la crónica «La campana robada y el fuego que no se apagó»

 

El sol apenas había despejado las brumas del amanecer cuando la bandera negra con garras rojas apareció en el horizonte, ondeando como si anunciara el fin del mundo. Los vigías, aún con el sueño pegado a los ojos, fueron los primeros en ver las velas rasgadas de un navío colosal, seguido por otro igual de siniestro. Eran dos buques franceses, filibusteros con sed de saqueo, que se acercaban a la joven Villa de San Cristóbal de La Habana como aves de rapiña sobre carne dormida.

 

El teniente Juan Velázquez, hombre endurecido por tempestades y emboscadas, reunió a los vecinos con voz de trueno. La resistencia fue feroz, pero la furia pirata lo fue aún más. Quince días duró el infierno, y al final —con las casas reducidas a humo, los patios ardiendo y los perros mudos de espanto— la campana de la iglesia, aquella que marcaba nacimientos, funerales y promesas, fue arrancada como trofeo y llevada entre risas crueles.

 

Pasaron cinco años. La Villa aprendió a reconocer el canto del viento, a afilar machetes y a dormir con ojos abiertos. En 1543, la amenaza volvió: cuatro naves piratas, esta vez bajo el mando del infame Roberto Baal, hombre que tenía un loro que gritaba obscenidades en latín y una espada hecha con fragmentos de viejas anclas.

 

Las naves anclaron en La Punta, creyendo que la ciudad seguiría temblando. Pero se equivocaron.

 

Desde el Castillo de la Fuerza, todavía joven pero ya con voz propia, la artillería escupió fuego como si los cañones estuviesen poseídos por los muertos de la invasión anterior. Los vecinos, esta vez preparados, se lanzaron desde los manglares como sombras con espinas. El combate fue breve, pero brutal: quince bajas entre los invasores, y el rugido de la ciudad que no quiso caer por segunda vez.

 

Roberto Baal se reembarcó furioso, con el loro maldiciendo al cielo y a los santos de San Lázaro. La campana no volvió, pero el miedo sí comenzó a respetar a una ciudad que aprendió a defenderse con uñas y memoria.

 

Desde entonces, se dice que los descendientes de aquellos vecinos tienen el oído fino: pueden distinguir un velero legítimo de uno que trae sangre solo por el crujir de las velas. Y que el eco de la campana robada todavía suena bajo tierra, justo en el centro de la Plaza de Armas, como si llamara —no a misa— sino a resistencia.

 

La historia de la campana robada durante el primer saqueo y la feroz resistencia del pueblo en el segundo asalto, liderado por el infame Roberto Baal, se convierte en símbolo de una ciudad que aprendió a defenderse con memoria, machetes y fuego. Entre mitos, pólvora y ecos subterráneos, esta crónica evoca el nacimiento de una conciencia colectiva que aún hoy distingue el peligro por el crujir de las velas.

 

Fuente

Tomado del libro en preparación: «Bitácora del Silencio», Mitos y leyendas del Castillo de los tres reyes del Morro, de Osvaldo Morfa Lima.

Comentarios

En este sitio no se admiten comentarios que violen, incumplan o inciten a romper legislaciones cubanas vigentes o atenten y dañen el prestigio de alguna personalidad o institución, así como tampoco aquellos que contengan frases obsenas, groseras o vulgares. Verde Olivo se reserva el derecho de no publicar los comentarios que incumplan con las normas antes expuestas.

To prevent automated spam submissions leave this field empty.
CAPTCHA
Esta pregunta es para probar si usted es o no una persona real e impedir el envío automatizado de mensajes basura.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres que se muestran en la imágen.