Cañonazo de las nueve:la ciudad en dos tiempos
Faltan pocas horas para que el sol despunte. Un enorme cinturón de piedra rodea y defiende la pequeña villa.
El sonido inconfundible de un cañonazo anuncia el toque de diana y con él se alzan los rastrillos, se tienden los puentes levadizos y se abren las puertas de la muralla para que comience el día.
Al caer la tarde otro disparo dividirá la vida y la ciudad en dos. Es 1674 en San Cristóbal de La Habana.
La tradición del cañonazo de las nueve comienza a finales del siglo xvii cuando la Habana, para protegerse de los frecuentes asedios de corsarios y piratas, estaba rodeada de una muralla cuyas puertas cerraban a las ocho de la noche y abrían a las cuatro y media de la madrugada.
Para anunciarlo disparaban un cañón desde un buque situado en el puerto.
Ya en 1774, al finalizar la construcción de la fortaleza de San Carlos de la Cabaña, pasan a realizarse los disparos desde esa fortificación, y allí continuaron, incluso cuando se alargó el cierre hasta las nueve de la noche y cuando se derrumbaron los muros a causa del crecimiento de la ciudad.
En 1988, a raíz de una visita de Fidel, Raúl y Vilma acompañados por el historiador de La Habana, Eusebio leal, se decidió crear una compañía de seguridad y ceremonias para mantener vigente la hermosa tradición del cañonazo de las nueve.
Como no se contaba con información concreta, se utilizaron distintos elementos militares a partir de referencias temporales lógicas hasta llegar a conformar la ceremonia actual con voces y movimientos correspondientes al reglamento de infantería español de la época.
Desde hace muchos años el cañonazo se dispara a las nueve de la noche en una ceremonia que atrae cientos de visitantes a la mayor fortaleza erigida por España en América.
El encanto de una tradición arraigada por siglos en el imaginario de los habaneros se multiplica hoy como parte de su identidad y queda, para nuestro orgullo, como patrimonio cultural de la ciudad y de la nación.
Los artilleros marchan al compás del toque del tambor.
El toque de retreta se anuncia luego de caer la noche.
El disparo resuena desde el buque de guerra que sirve de Capitanía en el Apostadero de la bahía de San Cristóbal, y la villa por algunos segundos queda en silencio.
Solo se escucha el sonido metálico de las cadenas que elevan los puentes. Las puertas se cierran, la vida detrás de la muralla queda en suspenso y la ciudad se duerme.
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