La brújula de los vientos: leyenda de Sebastián de Ocampo y el peñón encantado

26 de Septiembre de 2025

Imagen generada con inteligencia artificial.

 

Una brújula que marca el destino, una mujer de coral y una piedra negra revelan que la fortaleza no nació solo de piedra, sino de memoria. 

 

Dicen que antes de que existiera el Castillo del Morro, antes de que los cañones apuntaran al horizonte y los centinelas soñaran con invasiones, el peñón que hoy sostiene la fortaleza era solo una roca desnuda, habitada por el viento y por los susurros del mar. Y que fue allí, en una madrugada de 1508, donde Sebastián de Ocampo, navegante gallego de ojos salinos y alma errante, encalló sus carabelas para carenarlas, sin saber que estaba fundando una historia que aún no tenía nombre.

 

La bahía, entonces virgen, se abría como una boca de agua entre los manglares. Ocampo la llamó Puerto de Carenas, porque allí limpió las entrañas de sus naves, pero los ancianos taínos que lo observaban desde la espesura sabían que ese lugar tenía otro nombre: Yucahú-Bagua-Mar, el sitio donde el dios del mar escondía sus secretos.

 

Cuenta la leyenda que, mientras los hombres raspaban las maderas y reparaban las velas, una niebla espesa descendió sobre el peñón. De ella emergió una mujer vestida de coral y espuma, con ojos de salitre y voz de caracola. Se llamaba Anayá, y era la guardiana del viento del norte. Le ofreció a Ocampo una brújula que no marcaba el norte, sino el destino. «Si rodeas la isla sin perder la fe, el mar te revelará su forma. Pero si dudas, las olas te llevarán al olvido.»

 

Ocampo aceptó el reto. Partió al amanecer, y durante ocho lunas navegó por costas que cambiaban de color, por ríos que hablaban en sueños, y por montañas que se movían cuando nadie las miraba. Su tripulación comenzó a ver cosas imposibles: peces que cantaban en gallego, estrellas que bajaban a beber agua, y un faro invisible que los guiaba desde el futuro.

 

Cuando finalmente regresó al Puerto de Carenas, la niebla lo recibió como a un hijo pródigo. Anayá le entregó una piedra negra, suave como el ala de un cuervo, y le dijo: «Clava esta piedra en el corazón del peñón. Un día, sobre ella se alzará una fortaleza que no será solo de piedra, sino de memoria.

 

Ocampo obedeció. Clavó la piedra en el centro del peñón, y esa noche, mientras dormía, soñó con torres, con centinelas, con faros que giraban como relojes eternos. Al despertar, la piedra había desaparecido, pero el peñón tenía una grieta nueva, como si algo estuviera creciendo desde adentro.

 

Muchos años después, cuando los ingenieros españoles construyeron el Castillo de los Tres Reyes del Morro, encontraron en el centro del peñón una piedra negra que no estaba en ningún mapa geológico. La colocaron en el muro más alto, sin saber que era la brújula del destino que Anayá había entregado a Ocampo.

 

Desde entonces, los marineros que pasan por la bahía dicen que, en ciertas noches de luna llena, se escucha una voz de caracola que canta en gallego, y que el faro del Morro gira una vez más de lo necesario, como si estuviera buscando a alguien que aún no ha regresado.

 

Dicen los viejos del puertoSebastián que Ocampo no murió,solo se convirtió en viento. Y cada vez que alguien rodea la isla con amor y sin miedo, el mar le revela su forma, como lo hizo aquella vez cuando la historia aún era leyenda.

 

Fuente

Tomado del libro en preparación: “Bitácora del Silencio”, Mitos y leyendas del Castillo de los tres reyes del Morro, de Osvaldo Morfa Lima.

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