Apuntes de un diario
Al siguiente día del golpe aéreo a Calueque (28.6.1988) una de las tres tripulaciones de MI-17 salió de Cahama hacia Lubango con los cuerpos de los 10 combatientes caídos la jornada anterior. La segunda partió para Tchipa, al sur, donde vieron un blindado de los tres destruidos a los sudafricanos y pertenencias de sus soldados. También conocieron que habíamos perdido dos de nuestros medios. Nosotros lo hicimos hacia Lubango con el jefe de la Misión Militar, pero después del mediodía. Regresamos a Cahama ya oscuro y aterrizamos en la pista sur, la concluida, que ya tenía iluminación.
En las siguientes jornadas las cuatro tripulaciones de estas bases aéreas comenzamos a turnarnos con más frecuencia. Por eso, luego de unos días en Lubango, el dos (julio) pasado el almuerzo dieron Posición 1, porque una columna sudafricana se movía al sur de Tchipa. Despegaron dos MIG-21 y dos MIG-23, pero no vieron el objetivo. Salieron de nuevo y llegaron a verlo en territorio de Namibia, aunque el mando no los autorizó a tirarle.
Las misiones continuaron, fundamentalmente de enlaces con el alto mando y traslado de tropas. Aunque algunos de esos jefes comenzaron a volar para Cahama en los An-26 que usaban la primera pista del nuevo aeropuerto, donde me encontraba los días 12 y 13 (julio).
Desde allí en ambas jornadas cumplí vuelos hacia Humbe a solo 10 km de Xangongo, donde estaba mi hermano Elio Esteban. Fueron estancias breves con Cádiz y el técnico de vuelo teniente Juan José. En cada caso, mientras los jefes cumplían sus tareas, yo miraba y miraba aquella carretera hacia el sur con alguna esperanza de que por allá apareciera Esteban; al cual no veía desde nuestro reecuentro el 17 de junio pasado.
El 15 muy temprano partimos hacia Tchipa. Allá nos esperaban siete cubanos heridos por una mina que levantó por el aire a su blindado BRDM, durante una exploración cercana a Ruacaná, en la frontera. Entre estos estaba el coronel jefe de la brigada de Tchipa. La mayoría del resto eran reservistas u oficiales permanentes de más de 30 años de edad. Tenían fuertes contusiones en extremidades al caer a tierra, tras ser proyectados por la explosión desde la parte superior del blindado. Unos cojeaban; otros se apoyaban de árboles o de sus compañeros; algunos, como el propio coronel, usaban bastones de ramas.
Había uno muy joven, delgado y trigueño, que yacía inconsciente sobre una camilla en el suelo. Conocimos que era el conductor de la BRDM, que había impactado la cabeza contra el techo de la cabina. Allí mismo un médico le inyectó medicamento en el cuello; algo que me impactó.
Ante una orden comenzamos a montarlos al helicóptero. El primero fue el jovencito, que cargué con el técnico Juan José. Luego procedimos con un oficial alto y blanco quien ante cualquier movimiento que le lastimara sus piernas decía, «cuidado piloticos, cuidado piloticos». Al final el coronel avanzó hacia el helicóptero dando uso a su bastón de rama seca. Alguien de sus oficiales quiso ayudarlo, pero él le dijo resueltamente, «no, chico…yo voy solo».
Así, unos en el piso de la cabina y otros en los asientos, los evacuamos hacia Cahama.


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