Heroínas del Moncada
Había silencio; sensible valentía entre los acusados que debían declarar —tercera vista— aquel sábado 26 de septiembre por la causa 37/53.Incluso, el combatiente Reinaldo Benítez Nápoles, herido en una pierna, que entraba a la Sala del Pleno ayudado por sus compañeros, por primera vez lo hizo auxiliado solo por unas muletas.Pero también había ansiedad en los rostros de quienes sabían de la patraña que habían armado.
Inició el pase de lista: 122 nombres, aunque la mayoría eran sospechosos. Melba Hernández Rodríguez del Rey, presente…Haydée Santamaría Cuadrado, presente… Fidel Castro Ruz… una vez más y otra y se hacía hondo el silencio. La indicación del presidente del tribunal fue continuar, aun cuando supo que no lo habían traído. Protestó el doctor Baudilio Castellanos García, abogado defensor de los moncadistas. Ante la alarma de otros colegas, el doctor Adolfo Nieto Piñero, en su condición de presidente, llamó al orden y solicitó la presencia del jefe de la escolta. Tras leer el contenido de un sobre que este le entregó,informó que Fidel se hallaba enfermo en la cárcel provincial de Boniato.
—¡Fidel no está enfermo! —retumbó una voz en la Sala.
Era Melba, que echó a andar hacia el estrado de la presidencia al tiempo que extraía de entre su pañuelo, usado a modo de turbante, un sobre estrujado sin importarle la presencia de escoltas que intentaban devolverla a su asiento, ni las palabras deNietoquele precisaba que debía hablar desde su asiento. Nada la detuvo hasta entregarle en sus manos el mensaje de Fidel. Entonces volvió junto aHaydée. “¡Ya no pueden matarlo!”, aseveró la hermana de Abel y algunos la escucharon.
Las dos bravas mujeres concluyeron la cadena de interesados en revelar el plan trazado y exigir de esta manera la presencia de Fidel en la Sala de Audiencia que, finalmente sucedió el 16 de octubre de 1953. Fue el día de escuchar,a través de su autodefensa, las acusaciones al gobierno por los males de Cuba y por los asesinatos de sus compañeros,1justo lo que no querían oírle y menos que sus ideas se propagaran entre el pueblo. Olvidaban que todavía, pese al transcurrir de los días, hasta el viento de Santiago de Cuba olía a sangre.
Próximo combate
Para Melba y Haydée, desde aquel 1 de agosto de 1953 que supieron vivo a su líder, había comenzado otra etapa: la de sentir, llorar, querer vivir y no fallar.
Desde la llegada a la prisión de Boniato, les hicieron sitio en una celda de luz indecisa enuna galera donde solo habitabanhombres. Enfrentaron la ignominia con altivezy lejos de ser vejadas como los esbirros esperaban, fueron protegidas primero por los suyos; pero después por los presos comunes, quienes las cuidaban cuando conscientemente les dejaban abierta la puerta de su celda y, sobre todo, al usar el baño. Desde cierta distancia,uno avisaba: “Melba y Haydée se están bañando” o “No pase, las políticas se están bañando”. Aquellos hombres de largas condenas también fueron los primeros en ofrecerles algo de comer y hasta algún cigarrillo; hastales enseñaron la música de la Marcha del 26 de Julio, que luego tatarearon rumbo al tribunal.
Pese al aislamiento que sometieron a Fidel y al resto de los compañeros agrupados en celdas de seis, los días que precedieron al juicio se convirtieron en trincheras para ese próximo combate. La primera tarea de todos en cuanto salieron de la oficina de la prisión y los dirigían al pabellón, fue plantearseaveriguar quiénes estaban muertos y quiénes con vida. Por otra parte, los presos comunes, que trabajaban en distintas áreas y médicos del penal rompían la incomunicación de Fidel, llevando y trayéndole recados. ¡Qué decir de la solidaridad manifiesta del pueblo santiaguero! Según conocían lo sucedido más se unían a la verdad de los combatientes.
Así transcurrió la preparación para el juicio. Así definieron quién hablaría de un asesinato y quién de otro. Haydée hablaría de Abel.
Las fuerzas desplegadas, abogados e invitados a las vistas,creídos de que encontrarían rostros de odio y rencor, quedaron impávidos ante la gallardía que emanaba de ellos a pesar de lo vivido, e incluso ahora, durante su paso porentre bayonetas amenazantes;más aún ante la enérgica voz de Fidel reclamándole al tribunal que un juicio no era posible con los acusados esposados en la sala de justicia.
Desde ese mismo instante entendieron el peligro de sus declaraciones. Entonces idearon el certificado de enfermo para que no se presentara a la próxima vista, patraña que pudo desmentirse. Ese era el contenido de la carta que Melba llevó a la vista del 26 de septiembre.Al siguiente día asistieron los galenos y no pudieron diagnosticar nada maligno.
Las heroínas demostraron siempre su arrojo.Ya en el juicio, lafirmeza de Melba y sus experiencias como abogada,sorda a la vozdel presidente del tribunal y de las escoltas; luegoHaydéeeldía 29, al afincar sus pasoscon el pecho erguido mientras avanzabahasta quedar frente a los miembros del tribunal,conscientes estos de que tenían delante a la principal testigo de descargo, después de Fidel, pues en sus imborrables recuerdosvagaban los más atroces crímenes cometidos por los guardias el 26 de julio, y la muerte de tantos jóvenes, en particular, de su hermano Abel y de Boris, su novio.
Distintos actos devalentía habían manifestado cuando el 16 de octubre las alejaron de Santiago de Cuba y llevaron, acusadas a seis meses de privación de libertad, a la Prisión Nacional para Mujeres en Guanajay.
Continuará…
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