…De cumplimiento hacia la isla bonita

20 de Julio de 2023

En octubre de 1989, el retorno de internacionalistas cubanos en el buque Fiodor Shaliapin, permitió a Roberto Pérez Betancourt escribir sobre la significación del cumplimiento de la misión. Foto: Sonia Regla Pérez Sosa

Realmente el retorno de todos ellos había comenzado hacía días con la noticia –aunque presentida, siempre agradablemente sorprendente-, de que “…se va de cumplimiento, compañero”. Ese momento no se olvida, porque encierra una carga de emociones que reúne lo vivido en condiciones excepcionales durante la misión internacionalista, y la adivinanza del futuro inmediato con su promesa de reencuentro familiar, que de sólo pensarlo anuda la garganta.

 

Luego el acto de cada uno de ellos, allí, en su propia unidad militar, la última en Angola, con la presencia de sus amigos íntimos, los verdaderos, esos con quienes se compartió la necesidad de cada hora; el despertar para la guardia; el hostigamiento del enemigo; la exploración en el terreno minado; la caravana; el combate frontal; el almuerzo apetitoso y también el execrable banderlán; la tensión de los viajes aéreos, de los aterrizajes difíciles; el “gorrión en los parque homónimos; la alegría de las cartas, de la prensa, del video, del cumpleaños colectivo en la selva o el desierto. Sí, los amigos a quienes se despide con un abrazo sincero y el tono de la voz que quiere ser duro para que no traicione la emoción. Luego, el estrechón de manos, promesas de reencuentros futuros, direcciones intercambiadas y ahí, en ese segundo exacto de la despedida, se descubre, sin que alguien lo mencione, que añoraremos realmente la  presencia de todos los amigos, hermanos verdaderos nacidos en las trincheras del deber.

 

Y fueron las medallas, impuestas en pequeños actos solemnes con sonar de himnos y flamear de banderas, ante la presencia de jefes orgullosos de su tropa con uniformes y botas nuevos. Comenzó el retorno a partir de aquel mismo instante, cuando se echó la última mirada a los refugios soterrados, se entregaron las armas personales y comenzó a borrarse el que había llegado a ser familiar entorno verde-amarillo-carmelitoso, la arena perenne, los rostros de los “primos” angolanos, que advertían la felicidad de quienes retornaban al hogar.

 

El viaje hasta la unidad de tránsito siempre es alegre. Alienta el hecho inminente de la partida, más que nunca se ansía arribar a esa fecha definitiva que comenzará a acortar la distancia geográfica que separa al combatiente de su tierra caribeña.

 

Los que viajarían a bordo del buque “Fiodor Shaliapin” se enteraron en Futungo, unidad militar radicada en Luanda, donde actualmente se concentran los soldados que regresan a Cuba. Para los que habían llegado a Angola por barco, la noticia los convirtió de inmediato en “verdaderos lobos de mar” a quienes acudían los demás compañeros en busca de consejos y anticipos anecdóticos de cómo serían los días de travesía, mientras algunos se lamentaban: “Y yo que pensé irme en el ‘tubo’ (IL-62). Ahora resulta que nos tardaremos más de un día por cada hora en avión… a la verdad que la navegación no ha adelantado mucho desde Cristóbal Colón…”.

 

El gran acto conjunto de despedida a los viajeros marítimos fue el primero de octubre en el polígono de Futungo, presidido por el embajador de Cuba en la República Popular de Angola (RPA), Martín Mora, y el general de división Leopoldo Cintras Frías, jefe de la Misión Militar Cubana en Angola. Caras conocidas, compañeros de armas durante toda la campaña angolana se encontraron aquí con disímiles grupos provenientes de diversas localidades angolanas, magnífica ocasión para hacer nuevos amigos y conocer sus experiencias en el campo militar. Todos ellos integraban la gran familia de combatientes que retornaría en el “Shaliapin”.

 

En verdad resultó un momento emotivo, semejante a otros que, desde enero de este año, se suceden en la RPA con cada contingente del retorno victorioso. Pero en particular para cada combatiente el acto deviene singular acontecimiento: es su despedida, con sus medallas y la vista fija en la bandera tricolor, mientras el Himno de Bayamo recuerda que “morir por la Patria es vivir”.

 

Dos días después, más de mil hombres vestidos con sus uniformes de enmascaramiento abordaban el buque en el muelle de Luanda. La ciudad, antes desconocida para la inmensa mayoría de los combatientes internacionalistas cubanos, se difuminaba poco a poco en la distancia cuando el reloj marcaba las tres de la tarde del 3 de octubre. Hacia la proa del barco, se abría el Atlántico.

 

* Roberto Pérez Betancourt Premio Nacional de Periodismo José Martí por la Obra de la Vida  

 

Artículo publicado en el periódico Bastión el 22 de octubre de 1990.

Comentarios

En este sitio no se admiten comentarios que violen, incumplan o inciten a romper legislaciones cubanas vigentes o atenten y dañen el prestigio de alguna personalidad o institución, así como tampoco aquellos que contengan frases obsenas, groseras o vulgares. Verde Olivo se reserva el derecho de no publicar los comentarios que incumplan con las normas antes expuestas.

To prevent automated spam submissions leave this field empty.
CAPTCHA
Esta pregunta es para probar si usted es o no una persona real e impedir el envío automatizado de mensajes basura.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres que se muestran en la imágen.