Sencillamente Raúl

03 de Junio de 2024

Foto: Perfecto Romero

Los padres jesuitas del Colegio de Dolores en Santiago de Cuba, se sienten incapaces de controlar a un niño rebelde, reacio a asumir la rigidez de pensamiento y normas de aquel claustro. Más que la disciplina, que de mucho le serviría en la vida, al pequeño le molestaba el dogma y el adoctrinamiento. Corre el año 1939. Los curas llaman a su padre Ángel para comunicarle la decisión de expulsarlo del plantel. Gustoso el niño regresa al batey donde nació en Birán, Holguín. Raúl Castro Ruz extrañaba a su hermano Fidel, con quien había compartido los primeros años de su vida de estudiante en las escuelas religiosas.

 

Pensando en un nuevo ambiente, años después Ángel lo envía a otra escuela religiosa, esta vez el Colegio de Belén, en La Habana, donde había concluido con éxitos sus estudios, Fidel. Nuevamente surgen conflictos con los curas, quienes, en una nota a su padre, le refieren la diferencia entre el buen estudiante que fue Fidel y el comportamiento para ellos inadecuado del hermano menor, organizador de huelgas.

 

 De regreso a Birán, trabaja como empleado agrícola, en un almacén y como dependiente en una tienda, hasta que Fidel lo llama a La Habana. Tras los pasos de su hermano, que ya despunta como un líder estudiantil y revolucionario, matricula en la Universidad de La Habana, donde, al calor de las luchas estudiantiles, va forjando su espíritu de combatiente.

 

Fue Raúl, uno de los representantes de la Generación del Centenario, que repudió el golpe de Estado del general Fulgencio Batista y que decidió no dejar morir al Apóstol José Martí en el año de su centenario. Las crónicas de la época lo recogen, bandera en mano, desfilando hacia la Fragua Martiana en la marcha de las antorchas. Lector insaciable como Fidel, había encontrado en Martí y en las lecturas de nuestra epopeya independentista, nutrientes fundamentales para ir conformando sus ideas sobre la realidad de Cuba y del mundo.

 

En la Universidad se encontró con el marxismo y se compenetró con las luchas de la clase obrera. El joven que asaltó el Moncada, tenía entonces una incipiente formación política marxista, que consolidaría después en la prisión de la Isla de Pinos y en el exilio en México. Para él, los conceptos de equidad, igualdad y justicia, se integraban en un todo.

 

 En la patria de Juárez encuentra en el médico argentino Ernesto Guevara de la Serna, el futuro Che de la guerrilla, un interlocutor necesario para el debate filosófico, político y cultural. México le dio la posibilidad del estudio, y, en medio de la preparación para la gesta que se avecinaba, temerario como es, da sus primeros pasos en el arte de la tauromaquia de la mano de su entrenador de defensa personal, el luchador profesional mexicano, Arsacio Vanegas Arroyo. Su vida de aprendiz de torero pronto quedó trunca. Cuando Fidel conoció de sus escapadas, interrumpió la aventura y lo sancionó a un encierro temporal con trabajo social —cocinar, fregar, limpiar, para todos los compañeros—, en la casa de la familia Vanegas, tareas que no cumplía, al seducir con su carácter afable y cariñoso a las hermanas Irma y Joaquina.

 

De aquella época de su exilio, guardaron siempre entrañables recuerdos los colaboradores mexicanos de la Revolución. Para todos, fue siempre Raulito. Así lo llamaban el luchador mexicano Avelino Palomo Hernández, Dick Medrano, esposo de la cubana María Antonia González; Arsacio y sus hermanas Irma y Joaquina Vanegas; Alfonsina; el gallego Vélez; Alicia Zaragoza; la cubana Clara Villa Milián, Chicha; Antonio del Conde y Pontones, El Cuate, entre otros.

 

Fidelista convencido, apoyó ciegamente las decisiones de su hermano mayor y lo acompañó en la expedición del Granma. Tras la dispersión de Alegría de Pío, se reencuentra con Fidel en Cinco Palmas. En aquel instante en que se unen doce hombres y siete fusiles, escuchó la histórica frase de Fidel: “Ahora sí ganamos la guerra”. No era la primera vez que pensaba que su hermano había enloquecido, pero, como siempre, confiaba en su fe, lealtad de principios y pensamiento quijotesco. En definitiva, él, amante de la historia, sabía que, a Céspedes, Martí y Bolívar, en su momento también los habían tildados de orates. Raúl fue uno de los principales quijotes que acompañaron al líder de la revolución, como lo fueron también el Che, Camilo y el contingente de soñadores que le siguieron.

 

 En el fragor de los combates en la Sierra Maestra demostró su valor y su capacidad organizativa. Ello le valió su ascenso al grado de comandante y el nombramiento como jefe del Segundo Frente Oriental Frank País, un territorio de más de 12 mil kilómetros cuadrados, que se convirtió en un experimento de estado socialista y democrático en medio de la guerra.

Fue quizás su frente el que sufriera de manera más directa, el accionar del imperialismo yanqui contra las fuerzas revolucionarias. Bombas suministradas a la aviación del sátrapa Batista en la ilegal base naval de Guantánamo, eran lanzadas sobre las posiciones rebeldes y los pobladores de las zonas montañosas, en el territorio bajo su mando.

 

Para revelar aquel hecho, Raúl organizó la Operación Antiaérea con dos objetivos bien definidos: denunciar al mundo las consecuencias de los bombardeos a la población civil, e impedirlos con la presencia de los ciudadanos norteamericanos en los territorios en conflictos.

 

 El jefe rebelde se valió de pruebas documentales obtenidas por obreros cubanos en el interior de la base, documento que evaluó de verdadera “bomba atómica” por su contenido e impacto internacional. Eran modelos oficiales de despachos de armas y municiones, y fotos de aviones cubanos cargando pertrechos bélicos. Las imágenes fueron tomadas por un trabajador. Se imprimieron miles y se convirtieron en bonos del Movimiento 26 de Julio a fin de recaudar fondos para la guerra.

 

La Orden 30 del comandante Raúl Castro Ruz, indicaba a los mandos rebeldes subordinados, de inmediato y bajo cualquier circunstancia, que a partir del viernes 27 de junio del año 1958, se procediera a la detención de todos los ciudadanos norteamericanos, que residían en los puntos indicados en las instrucciones secretas que complementaban dicha orden militar, a fin de que fuesen conducidos y presentados a disposición de la Comandancia Central del Segundo Frente.

 

Esa disposición excluía la captura de mujeres y niños, y exigía tratamiento respetuoso para los retenidos, periodistas y diplomáticos que se vincularan. Se detuvieron 49 norteamericanos, entre ellos 29 infantes de marina de la base naval, apresados cuando regresaban a Caimanera del disfrute del “franco” en Guantánamo.

 

Más que detenidos, aquellos hombres fueron “testigos internacionales” de las nefastas consecuencias de la ayuda norteamericana al régimen de Batista y del incumplimiento del gobierno de los Estados Unidos de su compromiso público de retirar y suspender la ayuda militar a Cuba.

 

La operación causó el efecto deseado; el mundo conoció la participación directa de Estados Unidos en la guerra. No obstante, Fidel Castro Ruz, previendo que el gobierno estadounidense tomase la acción como pretexto para una intervención militar de mayores dimensiones, ordenó su conclusión.

 

Los pobladores de las montañas, sin embargo, con natural transparencia, solicitaban al comandante Raúl, la presencia en sus zonas de residencia de “[…] un par de norteamericanos antiaéreos de esos”, para evitar los bombardeos.

 

Su constante preocupación por el campesinado, sus necesidades y su estrecho vínculo con las masas, lo convirtió en el líder natural del amplio territorio del Segundo Frente. Allí se realizó el Congreso Campesino en Armas, se fundó la Fuerza Aérea Rebelde, funcionaron los departamentos de Justicia, Propaganda, Finanzas, Construcciones, Comunicaciones, Sanidad y Educación y los burós Agrario y Obrero. Aún hoy, se añora la presencia de Raúl y los hombres y mujeres que le acompañaron en la guerra. Caló hondo.

 

Para él, la Revolución victoriosa dirigida por Fidel, en la que un pequeño ejército de 300 hombres mal armados, desafió y venció a un ejército de más de 12 mil bien armados y apoyados por la aviación, es una hazaña inigualable en la historia del arte militar.

 

En los primeros días de enero de 1959, cumpliendo un mandato de Fidel, se personó en el cuartel Moncada. Habló primero con los oficiales y después con la tropa formada en el polígono, no sin antes romper contra el piso un cuadro de Fulgencio Batista y dar un viva a la Revolución que los propios enemigos respondieron. Tras preocuparse por las necesidades de los soldados, los invitó a integrarse a la Revolución. Esta vez, Raúl había tomado el cuartel Moncada, sin realizar un solo disparo. Su potente voz de barítono y sus argumentos, fueron suficientes para convencer al adversario.

 

Desde los instantes iniciales del triunfo Revolucionario, los enemigos de la revolución y el gobierno estadounidense que lo identificaba como comunista, lanzaron sobre su persona una intensa campaña de descrédito, presentándolo como hombre duro, inflexible, casi despiadado. Raúl, sin embargo, era todo lo contrario. La revista Marine Corps Gazette, órgano del Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos, en un número de 1965, donde analizaba el tratamiento a los prisioneros de guerra en conflictos irregulares, exponía, como ejemplo de tratamiento humanitario, el seguido en Cuba por el comandante rebelde Raúl Castro Ruz y las palabras que dirigió a un grupo de soldados detenidos:

 

“Esperamos que se queden con nosotros y que luchen contra el amo que tanto los maltrató. Si deciden rechazar esta invitación —y no la voy a repetir—, mañana serán entregados a la custodia de la Cruz Roja cubana. Una vez que se encuentren de nuevo a las órdenes de Batista, esperamos que no tomen las armas contra nosotros. Pero si lo hacen, recuerden esto: esta vez les hemos capturado. Los podemos volver a capturar. Y, cuando lo hagamos, no los asustaremos, ni los torturaremos, ni los mataremos… Si los capturamos una segunda vez e incluso una tercera, … los devolveremos nuevamente, exactamente igual que ahora […]”.¹

 

En febrero de 1961, en una operación de inteligencia preparada desde la base naval de Guantánamo, aprovechándose de la pobreza e ignorancia acumuladas en la región oriental de Imías, se promovió un levantamiento popular. Al conocer la detención de un grupo de alzados, Raúl Castro ordenó al comandante Demetrio Montseny Vaca (Villa): “Dejen tranquilos a esos campesinos, hablen con ellos, explíquenles el error que cometieron, convénzanlos de la justeza de la Revolución, después, páguenle los días que estuvieron alzados y devuélvanlos a sus hogares”.² Fue Raúl el jefe que por méritos propios, ocupó desde el mismo triunfo de la Revolución la jefatura de las Fuerzas Armadas. En él, en su capacidad organizativa y lealtad absoluta al pueblo y la obra revolucionaria, depositó Fidel su confianza para que llevara adelante el proceso de construcción militar de las que emergieron las actuales Fuerzas Armadas Revolucionarias, de esencia popular, arraigadas en las tradiciones mambisas y las glorias combativas acumuladas en nuestra historia.

 

 De ese amor a las glorias pasadas, nace su permanente preocupación por localizar y entregar al Archivo Nacional de Cuba y a las Instituciones patrimoniales cuanto documento permita la reconstrucción y mejor entendimiento del pasado histórico. Su admiración por las vidas del generalísimo Máximo Gómez, el lugarteniente general Antonio Maceo y por el también lugarteniente general Calixto García, a quien justamente él ha llamado el poliarca cubano, derivan en contagiosa idolatría por la historia de Cuba.

 

Abanderado del internacionalismo revolucionario y el agradecimiento y fortalecimiento de las relaciones con los países amigos, aún en las más difíciles y complejas circunstancias, no olvida jamás la ayuda brindada a Cuba por la URSS. De igual forma tiene presente a los gobiernos hermanos, pueblos y fuerzas armadas de la República Popular China, Vietnam, la República Popular Democrática de Corea, Angola, Nicaragua y Venezuela. Fue Raúl el principal artífice de la declaración de América como zona de paz.

 

 Militar pragmático, en pleno período especial identificó, como principal frente de batalla y misión de las instituciones armadas, la producción de alimentos, colocando la seguridad alimentaria en la primera trinchera de la seguridad nacional. Ha sido además, el artífice principal de convertir a las fuerzas armadas en una verdadera escuela de formación de cuadros.

 

Forjador de la unidad como garantía segura de la supervivencia de la Revolución, ha reiterado permanentemente el papel y lugar del Partido Comunista de Cuba como principal fuerza dirigente de los destinos del país. Autocrítico, directo, antidogmático, con discursos concisos que reflejan el latir de la nación y el pueblo, ha sido un abanderado de la actualización del socialismo. Para Raúl, el ejercicio certero de la crítica oportuna, es un arma. Hombre transparente, no comulga con la mentira y la práctica de los rumores, lo que detesta.

 

Conciliador y de espíritu pacifista, ha comprendido cabalmente la necesidad de convertir a nuestras fuerzas armadas en una poderosa institución, como elemento disuasivo ante la posibilidad de una agresión enemiga. Evitar la guerra ha sido para él, una victoria. A ello se une su convencimiento, de que solo en una resistencia popular como la que generaría la doctrina de la guerra de todo el pueblo, se encuentra la garantía del éxito.

 

 Fue Raúl, en vida del Comandante en Jefe, su más leal subordinado. Supo estar siempre al lado del excepcional estadista de talla universal que fue Fidel y contribuir, con todas sus fuerzas, a que se hicieran realidad sus sueños de justicia y desarrollo social.

 

Padre cariñoso y esposo amantísimo de Vilma Espín, una mujer irrepetible en su dulzura, visión de género y entrega a la Revolución, goza de merecida fama de hombre familiar. Con ella contrajo matrimonio el 26 de enero de 1959 en el acto que consideró “[…] lo mejor y más lindo que hice en toda mi vida”.³

 

Para los miembros más antiguos de las Fuerza Armadas Revolucionarias y quienes lo acompañaron en los primeros años de la Revolución, Raúl Castro Ruz sigue siendo el ministro, como si ese título solo fuese inherente a la institución armada. Eusebio Leal lo bautizó el general presidente. Con respeto, muchos cubanos lo reconocen como el General de Ejército y basta solo con ello para identificarlo como primer secretario del Partido Comunista de Cuba. Para el pueblo, es sencillamente Raúl.

 

A sus 90 años, sigue siendo un hombre sencillo, como buen martiano y fidelista, que ha hecho gala en su vida, a su segundo nombre, verdadera caracterización de su personalidad: Modesto.

 

Referencias:

 

¹ Michael Walzer: Guerras justas e injustas. Un razonamiento moral con ejemplos históricos. Editorial Paidós, Barcelona, 2001. p. 250.

² José Sánchez Guerra: En el ojo del huracán, inédito, p. 5.

³ Nicolái S. Leónov: Raúl Castro. Un hombre en Revolución. Editorial Capitán San Luis, La Habana, 2015, p. 303.

  • En el Presidio Modelo, Isla de Pinos. Foto: Archivo Casa Editorial Verde Olivo

  • Raúl y María Antonia en México.Foto: Archivo Casa Editorial Verde Olivo

  • Raúl Castro, Fidel Castro y Juan Manuel Márquez en el exilio en México. Foto: Archivo Casa Editorial Verde Olivo

  • Raúl, Almeida, Fidel, Ramiro y Ciro en la Sierra Maestra. Foto: Archivo Casa Editorial Verde Olivo

  • En la Sierra Maestra junto a Ernesto Che Guevara.Foto: Archivo Casa Editorial Verde Olivo

  • Creación del Minfar. Foto: Archivo Casa Editorial Verde Olivo

  • El General de Ejército Raúl Castro Ruz y el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez. Foto: Internet

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