¡En presidio!
Luego del consejo de guerra al que fue sometido, el jovencito de apenas 17 años Pepe Martí entró al presidio como el preso número 113 de la primera brigada de blancos, el 4 de abril de 1870. Allí le cortaron el pelo, le dieron un tosco uniforme y le pusieron una cadena de la cintura a los tobillos. Con la cadena y los grillos trabajaba doce horas bajo el sol en las canteras de San Lázaro —hoy en ese lugar se erige la Fragua Martiana—, donde tenía que excavar y desbaratar las piedras duras a golpe de pico y luego llevarlas hasta los hornos de la cantera, en lo alto de una loma.
Los condenados se levantaban a las cuatro y media de la mañana y caminaban más de dos kilómetros desde la prisión hasta las canteras; pasadas las seis de la tarde, de la misma forma, regresaban a la prisión. En ese lugar, Martí sufrió en carne propia y ajena los abusos del régimen colonial, pues las condiciones eran pésimas: la comida, escasa y mala; inadecuada atención médica —eran frecuentes el cólera morbu y la viruela—, y además del brutal trabajo, sufrían el maltrato de los militares españoles y cabos de vara.1
El día que ingresó a la prisión, Pepe esperaba impaciente el regreso de quienes serían sus compañeros de castigo y, cuando al fin llegaron, vio “[…] dobladas las cabezas, harapientos los vestidos, húmedos los ojos, pálido y demacrado el semblante. No caminaban, se arrastraban; no hablaban, gemían”.2 Al día siguiente, se sumó a aquel grupo de condenados y sufrió su misma suerte; pero su generoso corazón no podía pensar en sus propias desgracias cuando “[…] otros sufrían más que yo”.3
En el presidio conoció a Nicolás del Castillo, un triste y maltratado anciano; a Lino Figueredo, aquella “rosa de los campos de Cuba”,4 que el presidio transformó en un cadáver viviente, marcado por la viruela a los 12 años de edad; a Tomás, el negrito bozal5 de 11 años; a Ramón Rodríguez Álvarez, de 14; a Juan de Dios, un anciano esclavo de más de cien años que había perdido la razón; a tantos y tantos infelices en cuyas terribles desdichas halló consuelo a las propias: “Yo suelo olvidar mi mal cuando curo el mal de los demás”.6 De ellos afirmó: “Castillo, Lino Figueredo, Delgado,7 Juan de Dios Socarrás, Ramón Rodríguez Álvarez, el negrito Tomás y tantos otros, son lágrimas negras que se han filtrado en mi corazón”.8
Doña Leonor y don Mariano le brindaron un apoyo total; sufrieron su dolor y sintieron orgullo por su entereza. Hicieron de todo para mejorar su suerte. Gracias a sus gestiones fue destinado a la cigarrería del penal y luego a la Cabaña. Sus padres pidieron, suplicaron y lograron, hacia finales de 1870, el destierro a Isla de Pinos —hoy, Isla de la Juventud—, y más adelante, a inicios de 1871, a España.
Ya en España Martí publicó El presidio político en Cuba, testimonio excepcional de lo que vivió durante esta triste etapa de su vida. Su descripción de la cantera y de lo que en ella ocurría resulta espeluznante. A pesar de ser una obra de juventud, El presidio… revela al genial escritor que sería y, sobre todo, es una desgarradora denuncia de los abusos del régimen colonial en Cuba.
Referencias:
- Prisioneros que, armados de varas, vigilaban el trabajo de sus compañeros con más crueldad que los propios oficiales.
- Raúl Rodríguez La O: Dolor infinito, Ediciones Abril, La Habana, 2007, p. 68.
- Ibidem, p. 67.
- Ibidem, p. 86.
- Se llamaba así al negro esclavo recién llegado de su país y que, incluso, desconocía el idioma español.
- Raúl Rodríguez La O: Ob. cit., p. 88.
- Joven de 20 años de edad que se mató, lanzándose desde lo alto de la cantera.
- Raúl Rodríguez La O: Ob. cit., p. 88.