Cada santaclareño fue un combatiente

29 de Diciembre de 2021

Che dirigió personalmente la Batalla de Santa Clara. A su lado Orlando “Olo” Pantoja. Foto: Archivo de la Casa Editorial Verde Olivo

Es 28 de diciembre de 1958. En la tradición cristiana se celebra el llamado “día de los inocentes”. Se hace habitual el chiste para el engaño. Pero en Cuba hay al menos dos lugares que no están para bromas: en Columbia y en el regimiento Leoncio Vidal. Uno es el alto mando del ejército de la tiranía. El otro constituye el bastión más importante de la dictadura en el centro de la Isla. La comunicación entre Columbia y el regimiento se hace tensa; se intercambian los mensajes de la desesperación.

Santa Clara es virtualmente una ciudad sitiada desde hace muchos días. El frente norte suma victoria tras victoria para el Ejército Rebelde. La sabiduría estratégica del Comandante Camilo Cienfuegos ha logrado encauzar el ansia libertaria en la región y Zulueta, Yaguajay, Meneses y General Carrillo son territorios libres. La columna No. 8, a cuyo frente se haya el Comandante Ernesto Guevara, junto a fuerzas del directorio Revolucionario, han fructificado una poderosa ofensiva en el mismo centro de la Isla. Fomento, Cabaiguán, Remedios, Placetas y Manicaragua respiran también el aire de la libertad.

La oscura prosa de los partes de guerra del régimen, por más que se esfuercen en esconder bajo las acostumbradas artimañas gramaticales la gravedad de la situación, no dejan de ser alarmantes. Se registran pérdidas considerables. En Santa Clara, la soldadesca derrotada de los otros poblados se refugia en los cuarteles.

 

Antes de las luces del día, exactamente a las dos de la madrugada, el capitán Rogelio Acevedo, proveniente de Remedios, explora con su pelotón las inmediaciones de Santa Clara. Dos horas después se instala el primer grupo de rebeldes en el centro universitario y al romper el día, el Comandante Guevara se traslada al lugar para dirigir personalmente las hostilidades.

 

Para la tiranía los minutos estaban contados. Tres días más tardes el dictador Fulgencio batista emprende la fuga bajo el manto nocturno en Columbia. Se va con una mala espina en la memoria: la derrota que sufrió en Santa Clara. Revés que no solo fue a la cuenta victoriosa de los rebeldes, sino también a la del pueblo, que hizo de la gesta una batalla de todos.

 

El tren de la muerte

 

Un cuadro general de la batalla presentaba el siguiente contrapunto de fuerzas:

 

Por la Revolución 400 hombres armados con fusiles convencionales, algunas ametralladoras y una bazooka. Por la tiranía 1300 efectivos, tanques, 300 policías armados, 250 hombres en el escuadrón 31, 40 en la clínica Marta Abreu, 130 en el gobierno provincial, 50 en el Cuartel de Caballitos, 80 en el aeropuerto civil y 12 francotiradores.

 

Pero indudablemente el punto  neurálgico de toda la estrategia contra las fuerzas de la dictadura acantonadas en Santa Clara, radicaban en el tren blindado.

 

El régimen, en un intento desesperado por invertir el curso de las acciones, había enviado a la capital territorial un tren con más de 400 hombres en vagones blindados, con gran cantidad de armamento y aseguramiento logístico. Para protegerlo de posibles ataques parte de su dotación se situó en la altura de la Loma del Capiro, elevación desde la que se dominaba buena parte de la ciudad.

 

Resultaba vital adueñarse de esa posición. De ahí que una de las direcciones principales de combate en su primera etapa tuviera como objetivos el Capiro y el tren.

 

La embestida fue tal que el 29 de diciembre muchos de de los que se hallaban en la loma regresaron al tren y este emprendió retroceso. La táctica para hacer vulnerable el portento ferroviario fue sumamente sencilla: descarrilarlo.

 

Roberto Espinosa, uno de los protagonistas de la acción, declaró: “Como a las tres de la tarde el tren marcha atrás a regular velocidad. No tuvo tiempo de frenar y primero chocó con la motoniveladora y como habíamos levantado la línea en un tramo de más de treinta pies se descarriló, virándose varios carros. Les caímos encima sin darles tiempo a que se recuperaran y tomamos prisioneros a 41. Los guardianes no se atrevieron a dejar el tren, por lo que no sabíamos cuantos eran”.

 

El Che personalmente dirigió el combate. Poco después se rendía la jefatura del convoy. Era el fin de un mito. Las armas ocupadas contribuyeron a robustecer el poder ofensivo de los revolucionarios.

La otra batalla.

 

A varios años de la histórica batalla el pueblo santaclareño acrecenta su fervor en torno al acontecimiento, en especial a las figuras que lo protagonizaron.

 

Cada uno de los lugares relacionados con la batalla se halla debidamente atendido y es frecuente ver jóvenes que lo recuerdan. Entretanto la épica obra de ayer cobra una nueva dimensión en l presente, y en ese empeño los alienta el calor de la acción combativa de la que fue testigo su tierra.

  • Las armas ocupadas con el descarrilamiento del tren blindado fortalecieron el poder ofensivo de los rebeldes. Foto: Archivo de la Casa Editorial Verde Olivo

  • Un ángulo del antiguo regimiento Leoncio Vidal, instantes después de ser rendidos por las fuerzas rebeldes. Foto: Archivo de la Casa Editorial Verde Olivo

Comentarios

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