México prólogo de la libertad

Por coronel (r) René González Barrios
25 de Noviembre de 2020

Fidel se prepara para la epopeya redentora. Practica su puntería en el campo de tiro Los Gamitos, Ciudad de México. Foto: Archivo de la Casa Editorial Verde Olivo

México ha sido a lo largo de la historia, refugio seguro y hospitalario de revolucionarios y emigrados de todo el mundo. Para los patriotas cubanos, en las más diversas épocas, ha tenido la dimensión de una segunda patria.

 

 

Lo fue para el más de un centenar de cubanos que buscando ayuda para combatir a España, en la primera mitad del siglo XIX, terminaron allí luchando contra las invasiones norteamericanas y francesa. Para los generales habaneros Pedro Ampudia y Anastasio Parrodi que llegaron a ser ministros de Guerra y Marina de Benito Juárez; para el poeta santiaguero Pedro Santacilia, ayudante del Benemérito de las Américas durante la Guerra de Reforma y la lucha contra el imperio francés de Maximiliano y su yerno; para los poetas José María Heredia, Juan Clemente Zenea y Alfredo Torroella; para José Martí; para Máximo Gómez y Antonio Maceo, y para los miles de cubanos que en los siglos XIX y XX recibieron el abrazo caluroso de un pueblo que los acogió y protegió como a hijos.

 

Amparado en la amistad protectora del embajador de México en Cuba, don Gilberto Bosques, el 7 de julio de 1955 sale de la Isla rumbo a México Fidel Castro Ruz. Comenzaba ese día uno de los períodos más intensos de su vida revolucionaria, el de combatiente del exilio.

 

Su etapa mexicana fue huracanada por su intensidad. No perdió segundo ni oportunidad. Su mente estuvo concentrada todo el tiempo en una idea fija: la independencia total y definitiva de Cuba. Con discreción y sigilo, dignos del mayor encomio, organizó militarmente al futuro ejército rebelde en casas y campamentos elegidos en la mayor clandestinidad y con similar discreción en pos de la disciplina revolucionaria, reglamentó la vida de aquellos hombres, futuros soldados.

 

Estableció métodos de superación política y cultural y en la aguerrida y peculiar convivencia, fue identificando a los futuros cuadros de la Revolución.

 

 

Las experiencias históricas del espionaje español y norteamericano, tras los próceres de la independencia en la emigración y de los esbirros de Machado y Batista, contra los revolucionarios cubanos en el exilio, servían de alerta.

 

El recuerdo del asesinato de Julio Antonio Mella constituía una amarga lección. Su olfato guerrillero le permitió encontrar en cada estrato de la vida social mexicana, al amigo o colaborador para cada momento o misión.

 

 

Antonio del Conde y Pontones, el entonces misterioso Cuate, le fue imprescindible y clave en el éxito del proyecto revolucionario. También lo fueron Arsacio Vanegas y Kid Medrano, los luchadores profesionales que le ayudaron a entrenar y preparar físicamente a los futuros expedicionarios. Irma y Joaquina Vanegas ofrecieron su casa como campamento y cual sacerdotisas, atendieron estoicamente a los muchos combatientes que en su histórica y antigua casona colonial se albergaban.

 

Encontró en Alfonsina González a una colaboradora insustituible, y en Clara Villa y Alicia Zaragoza, a mujeres capaces de cumplir las más arriesgadas misiones. La colonia republicana española le buscó y admiró, con el general Alberto Bayo a la cabeza, quien se convirtió, a solicitud de Fidel, en el instructor militar de los revolucionarios. El gallego Ramón Vélez Goicochea, con su modesta bodega, fue garantía en el aseguramiento logístico.

 

En muy poco tiempo recorrió el país. Alistó campamentos en Santa Catarina de Ayotzingo, cerca de Chalco, Estado de México, y en el Rancho de Abasolo, en Tamaulipas, al norte del país, muy cerca de Ciudad Victoria. En Veracruz y Jalapa habilitó casas campamentos, para descongestionar la presencia revolucionaria en el Distrito Federal. Como Martí, preconizó el ideario revolucionario y utilizó la tribuna pública cuando fue necesario. Promovió la unidad de todas las fuerzas y allí firmó con el presidente de la FEU José Antonio Echeverría, la carta de México, documento paradigmático de integración revolucionaria.

 

Conoció el México profundo y se identificó con el indio. No olvidó la causa del hermano pueblo de Puerto Rico y fiel a su ideario internacionalista, enroló en la expedición del Granma a un dominicano, un italiano, un mexicano y al argentino Ernesto Guevara de la Serna, el Che, quien se convertiría en uno de los mejores combatientes de la futura expedición y modelo y símbolo del hombre nuevo.

 

Intensamente perseguido, guardó prisión. Su captor, Fernando Gutiérrez Barrios, terminó siendo su amigo. La mano protectora del general Lázaro Cárdenas tendió un manto sagrado sobre Fidel y sus hombres, y logró la libertad. No obstante, la CIA y los servicios secretos del dictador Fulgencio Batista no cejaban en su intención de asesinarlo.

 

La operación de compra, reparación, alistamiento, traslado de combatientes y salida del Granma hacia Cuba, debió su éxito a la genialidad del discreto y compartimentado conspirador que es Fidel.

 

México fue el prólogo libertario de una historia que comenzó a escribirse sobre las aguas del río Tuxpan, a bordo del Granma. En la memoria mexicana caló profundamente la epopeya de aquel grupo de decididos peregrinos que fieles a sus ideas cumplieron el compromiso de en 1956 ser libres o mártires.

 

La leyenda de Fidel Castro en México

 

La dimensión histórica universal del triunfo revolucionario del 1 de enero de 1959, causó en el pueblo mexicano un profundo impacto. La hospitalaria patria de Juárez había servido bien a Cuba y apoyado con ejemplar desinterés a los futuros combatientes cubanos mientras se preparaban en esa tierra para la venidera gesta. La salida del yate Granma, el 25 de noviembre de 1956, del puerto veracruzano de Tuxpan, sembró la semilla del misticismo.

 

El triunfo de la Revolución Cubana, desbordó una leyenda de la que hoy viven orgullosos cientos de convencidos y apasionados mexicanos que la alimentan y enriquecen hasta donde les permite su imaginario real maravilloso.

 

Lo cierto es que historiadores, periodistas y cronistas, sufren a diario en México con la inexactitud y dudosa credibilidad de las fuentes testimoniales relacionadas con la epopeya cubana, pues no faltan los cientos de amigos del Che Guevara, de Camilo Cienfuegos, de Fidel Castro y su hermano Raúl y, en torno a  ellos, las más disímiles e increíbles historias, todas contadas con tal nivel de apasionamiento que ofendería a sus narradores el más pequeño desmentido o aclaración. La leyenda está viva, enraizada, y sus frutos permanecen imperecederos en el imaginario popular.

 

El más representativo ejemplo de este fenómeno sociocultural, ocurre en Tuxpan, Veracruz. El primer impacto de quien arriba a la ciudad para visitar el Museo de la Amistad México Cuba enclavado en el barrio de Santiago de la Peña, es que pocos lo conocen por ese nombre, sino como la casa de Fidel, cuando en realidad, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana nunca vivió en ella.

 

Sobran allí las historias vinculadas con la activa vida social de los futuros expedicionarios cubanos en aquel puerto. En bares, cantinas y fiestas populares, según la leyenda, pululaban los cubanos. No falta quien afirme con la mayor seriedad del mundo, recordar a Fidel en el restaurante Las Bugambilias, tocando guitarra y cantando boleros, mientras fumaba un habano y se acariciaba la mística barba que entonces no existía. Vive aún un distinguido y honorable anciano tuxpeño que afirmó al autor de este artículo haber aconsejado al doctor Fidel Castro que abandonara los dados y el billar y se dedicara a la medicina, donde con toda seguridad tendría mejor y merecido futuro.

 

En las calles de Santiago de la Peña un joven orgulloso presumía ser el hijo de Fidel, al parecer sintener en cuenta que nació varios años después de la salida del Granma. Un colega historiador que visitó Tuxpan por la década de los ochentas del pasado siglo, contaba haber presenciado una discusión entre dos tuxpeñas que se disputaban haber sido el amor idílico del líder de la Revolución Cubana.

 

Con total seriedad se escucha aun el testimonio de otro tuxpeño que orgulloso cuenta la historia de su padrino que se iba en el Granma, y que a la altura de la desembocadura del río Tuxpan, en las escolleras, al ser tiroteado el yate, se lanzó al agua y a nado regresó al puerto.

 

Pero la leyenda no se limita a Tuxpan. Corre por todos los rincones de la geografía mexicana por donde se sabe anduvieron los cubanos. En Mérida, Veracruz, Jalapa, Cuernavaca, Ciudad Victoria, Monterrey, Toluca y sobre todo en el Distrito Federal, se pueden recoger con facilidad los más variados testimonios.

 

Cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro visitó Ciudad de México en el año 2000, tras las elecciones presidenciales en ese país, un corresponsal de la cadena televisiva Televisa publicó un reportaje sobre los seis años que Fidel supuestamente vivió en la ciudad de Toluca. En las entrevistas, modestos hombres y mujeres de pueblo recordaban a Fidel asistiendo a misas, a restaurantes, y a mercados populares. Su paso por aquella urbe en enero de 1956, no duró más de cuarenta y ocho horas.

 

En junio de 2006, el embajador de Cuba en México Jorge Bolaños Suárez, recibió en su oficina fotocopias de una serie de artículos publicados hacía algún tiempo en la prensa del Estado de Yucatán, en los que se narraba la supuesta escala técnica del yate Granma durante su travesía a Cuba, en el yucateco poblado costero de Sisal y la alegre y festiva convivencia de los expedicionarios con los habitantes del pueblo, durante los días que demoró la reparación del yate. Según el autor de los artículos, por la ayuda prestada a nuestra Revolución, Fidel les prometió que le pondría su nombre a una calle de La Habana.

 

Sería larga e interminable la relación de estas fantasiosas anécdotas, que lejos de ofender por su inexactitud o falta de rigor histórico, enaltecen el culto a Cuba, su Revolución y sus líderes, en un pueblo que nos quiere e identifica como hermanos, y que nacen, en la casi totalidad de los casos, del hecho cierto de la intensidad de la presencia revolucionaria cubana en México.

 

La leyenda, imborrable, vivirá eternamente.